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Capítulo 1 
“Cruce de Miradas” 

“Solo fue un cruce de miradas pero en ese instante me robó el corazón” 

El sol entraba a raudales en la habitación calentando el rostro de Lola. El despertador sonó anunciando su primer madrugón laboral. Estirándose como los gatos se desperezó enredada entre las sábanas. Abandonó la comodidad del lecho un poco dormida. Como una autómata empezó con su ritual de aseo, se lavó los dientes, se peinó, se lavó la cara y se arregló.

Un poco más espabilada fue atraída por un delicioso aroma a café con moka que provenía del pasillo. Hipnotizada por los sabores que flotaban en el aire llegó a la cocina. Encontró a su compañera de piso y amiga preparando un riquísimo desayuno mediterráneo. Dando los buenos días se sentó en el taburete de la isla. Desayunaron tranquilamente entre risas hasta que llegó la hora de marchar al trabajo. Los nervios del primer día aparecieron de pronto en el estómago de Lola. Su amiga la tranquilizó con unas palmaditas en la espalda.

Cogieron el coche de Dana para ir a la redacción. Lola no tenía carnet de conducir y tampoco tenía pensamientos de sacárselo, no le gustaba la carretera. Llegaron puntuales al trabajo. Muchas miradas curiosas observaron a Lola y muchas otras la miraron con deseo. Lola solía tener ese impacto en los hombres. Era una andaluza de raza gitana por parte de padre y colombiana por parte de madre. Destacaba mucho por sus rasgos exóticos, tenía el cabello negro azabache y unas curvas sinuosas de impacto. Su piel era bronceada, sus ojos color miel y sus labios carnosos. A pesar de su impactante imagen de mujer explosiva, era una chica sencilla, simple y recatada en muchos sentidos. Eso sí, con el carácter de las mujeres de su familia, las Cortés y las Flores. Dana llamó a su despacho a Mario Vázquez, un norteamericano de padres argentinos. Era periodista de la sección de cultura. Un hombre amable, atractivo y simpático. Siempre tenía una sonrisa en la cara y rara vez se enfadaba.

―Mario te presento a Lola Cortés Flores, tu nueva compañera fotógrafa―Dana hizo las presentaciones.

―Es un placer Lola―Mario le estrechó la mano―ya era hora que me trajeras a una fotógrafa. Últimamente tenía que encargarme yo de todo.

―No te quejes tanto,solo ha sido una semana―Dana puso los ojos en blanco por sus continuas quejas. ―Lola, si estás preparada, podemos empezar a trabajar. Hoy tenemos mucho curro―dijo con amabilidad.

―Claro,por supuesto―cogió impaciente sus cosas por empezar el día. Siguió a Mario por la enorme redacción hasta llegar a un rincón.

Allí había un cubículo con el rótulo de sección cultural. Era pequeño pero suficiente para trabajar dos personas. Lola se acomodó en su parte del mini despacho. Mario le puso al día en todo lo referente a su trabajo. Estuvieron preparando toda la documentación para un evento que se celebraba aquella misma noche. Debían acudir a la subasta de coches de lujo. Se había organizado para recaudar fondos para los niños de cáncer.

Asistirían personalidades importantes, políticos, estrellas de cine, de la música, empresarios, etc. Iba a ser un evento con mucho glamur y con personas de un alto nivel adquisitivo. Lola estaba emocionada por su primer reportaje, para ella trabajar en la sección de cultura era vivir un sueño. Conocería a grandes personalidades y haría muchas fotos sin problemas, las que no sirvieran para el periódico las guardaría en su colección personal. La fotografía era su pasión desde que tenía uso de razón, su sueño era exponer su obra en una galería de arte y que el mundo disfrutara de sus emociones.

 A las seis de la tarde, se marchó con Dana a casa. Tenía que prepararse para la subasta de esa noche. Nerviosa, rebuscó entre sus cosas buscando un bonito vestido de gala. Era obligatorio ir de etiqueta, tanto para los invitados como para la prensa. Con las prisas de trasladarse a Portland, se había dejado en España la mitad de sus cosas y una de ellas eran los vestidos de fiesta que había coleccionado a lo largo de su vida.


―Problemas―Dana la observaba apoyadaen el quicio de la puerta―si quieres puedes usar uno de los míos.

―Gracias,eres la mejor―abrazó a su amiga, le acababa de salvar la vida.

―En la parte izquierda de mi armario están todos los vestidos de gala. Lola fue hasta su habitación, abrió el armario y quedó impresionada.

Su amiga tenía un gusto exquisito en lo referente a trapitos. Lo mejor de todo era que los vestidos eran de marca. Dana se gastaba parte de su sueldo en vestidos muy caros, era una afición que tenía como cualquier otra. Eligió un vestido negro palabra de honor justo hasta las rodillas. Era sencillo pero elegante para la ocasión. Se trataba de ir bien vestida, acorde con la subasta. No ir provocando, ni insinuando. Más relajada, regresó a su habitación para terminar de arreglarse. Puso de fondo a Marc Anthony con la canción “Vivir la Vida”, era su cantante favorito. Escuchar su música hacía que su cuerpo se activara y sintiera alegría, era una manera de ponerse las pilas.

La subasta se celebraba en el Kimpton River Place Hotel, un hotel de lujo al lado del rio Willamette, con unos amplios jardines muy bonitos. La fiesta, después de la subasta, se festejaría en el exterior, en un ambiente más nocturno y relajante para combatir el calor. Todo estaba a punto y listo para empezar. Lola esperaba impaciente a Mario que llegaba tarde. Había quedado una calle más abajo del hotel. Un coche negro destartalado aparcó delante de ella. Lola miró el coche con horror. De aquella tartana salió Mario.

―Ahora entiendo porque no querías quedar justo en la puerta del Hotel―entendía a su compañero, ella también hubiera hecho todo lo posible para ocultar semejante basura.

―Lo sé, es un desastre pero era de mi abuelo y me lo regaló cuando cumplí dieciséis años. ―Creo que deberías cambiarlo, pero es tu vida y tu seguridad.

―Te pareces a mi madre cada vez que me ve aparecer con el coche.

―Anda, vayamos a cumplir con nuestro deber. Por cierto, estás muy guapo de pingüino – dijo Lola regalándole una sonrisa.

―No tanto como tú,nena―miró a Lola dándole un buen repaso, por suerte o por desgracia para Lola, a Mario solo le interesaban los hombres.

Lola se cogió del brazo de su compañero para no caerse, se había puesto unos tacones de vértigo. Llegaron al evento, las grandes personalidades llegaban en sus coches de lujo, hacían el camino pasando por la alfombra roja y deteniéndose en el Photocall para posar con una sonrisa. Lola se quedó junto a otros fotógrafos en la entrada para no perder detalle de aquel despliegue de grandiosidad.

Casi una hora más tarde, entraron para celebrar la subasta. Las cifras que se alcanzaron para la asociación de los niños de cáncer fue un éxito, no escatimaban en dólares. Después de la subasta, pasaron a los jardines del hotel para celebrar una pequeña fiesta. El champan y los aperitivos volaban de las bandejas de los camareros.

Mario cogió su grabadora y fue a entrevistar algunas personalidades que habían colaborado donando sus coches de lujo por una buena causa. Lola se quedó disfrutando de la comida y del buen vino que se servía, nada más y nada menos que un Ribera del Duero. Disfrutó de su sabor recordando su tierra natal, España. Con solo una copa los colores le subieron a las mejillas, Lola no estaba acostumbrada a beber ni una gota de alcohol. Era tarde y estaba cansada. Miró a Mario que todavía estaba liado con las entrevistas, así que cogió su cámara para hacer unas cuantas fotos de la fiesta. En medio de todo aquel gentío, enfocó al centro del jardín.

Entonces, como un rayo de sol en mitad de un nublado, vio los ojos más cautivadores que jamás hubiera contemplado. Eran azules como el glacial, de un azul claro muy intenso. Se quedó hipnotizada sin poder apartar la cámara del dueño de aquella mirada. Como si hubiese notado su presencia, aquel hombre misterioso cruzó su mirada con la de Lola a través del objetivo de la cámara. Fueron unos instantes, segundos, pero los más intensos que hubiera vivido la andaluza. Un torbellino de mil mariposas explotaron en su estómago al contemplar semejante belleza masculina.

Hizo varias fotos, al apartar la cámara, vio que el desconocido había desaparecido como si solo hubiese sido un espejismo hermoso en mitad del jardín. Acalorada por aquel encuentro tan significativo, fue hasta el interior del hotel para refrescarse. Necesitaba recuperar la compostura, había deseado aquel hombre con solo una mirada. Notó calor en el vientre y como se iba extendiendo por el cuerpo. Se dirigió a un lavabo lejos del servicio principal para los invitados de la fiesta, no quería que nadie viera sus sonrojadas mejillas. El lavabo de la segunda planta estaba vacío. Abrió la puerta, cuando notó unas manos alrededor de su cintura que la levantaban del suelo y la empujaban al interior. Escuchó a su espalda como echaban el pestillo, solo podía ver unas manos masculinas agarrándola de la cintura. El servicio era amplio, con un gran espejo, dos lavabos y un inodoro. Sintió miedo al imaginar que podía ser un violador pero cuando la condujo frente al espejo todos sus miedos se fueron. Era el mismo hombre que fotografió en el jardín. Sus ojos azules intensos se cruzaron con los suyos en el reflejo. No hablaron, solo se contemplaron.

Lola abrió la boca por el deseo al sentir su erección contra su trasero. El desconocido posó sus labios en su cuello para saborear su esencia. Lola se arqueó en respuesta, era lo más placentero, erótico y morboso que le habían hecho nunca y solo había besado su cuello. No podía apartar la mirada del espejo, era como ver el inicio de una película porno. Con manos expertas, sin dejar de besar su cuello, le subió la falda del vestido hasta la cintura y bajó el escote para ver sus grandes pechos. Desde atrás, acarició sus pezones en círculos. Lola dejó de pensar por el placer. Su cuerpo le pedía a gritos que la poseyera, quería sentirlo dentro de su sexo, empujando como un perro en celo. Sus pensamientos estaban tomando un camino muy perverso, ya era demasiado tarde para arrepentimientos. Se olvidó de todo, echó el trasero hacia atrás como invitación a la perversión. Una sonrisa de satisfacción se dibujo en el rostro del desconocido, había conseguido seducir a la morena que había calentado su virilidad en el jardín. El hombre, bajó su tanga hasta la mitad de sus muslos y pasó su mano por su sexo, acariciando cada terminación nerviosa de su pubis. Notó lo húmeda que estaba, preparada para un asalto de sexo salvaje. Lola miró en el espejo al desconocido que no le quitaba ojo, vio como se desabrochaba el cinturón y dejaba caer sus pantalones hasta los tobillos. Acercó su boca a la oreja de la andaluza para susurrarle unas palabras con una promesa explícita.

―Ahora,te voy a follar―dijo en su oído. Lola gimió, tenía la mirada brillante de lo excitada que estaba, deseaba que aquel desconocido la empotrase contra el lavabo. Se sentía como si estuviese teniendo sexo con su ídolo de música preferido. Excitada, abrió las piernas para dejar que tuviera mejor acceso. Aquel, guió su miembro hasta su entrada y se deslizó lentamente proporcionando placer a ambos. Jadearon a la vez, sentir su pene en su interior era exquisito. Hipnotizada, contempló la escena en el espejo, era lo más erótico y morboso que jamás había hecho con un hombre. Sus mejillas arreboladas y encendidas por el deseo confirmaban el fuego que sentía en su cuerpo. Aquel hombre de talante elegante llevaba enjaulado, en su interior, un lobo feroz, un Dios del sexo y un maestro del placer. Lola notó como todas sus terminaciones nerviosas se activaron a punto de estallar en un orgasmo, el más placentero que había tenido nunca. En definitiva, la vida sexual de Lola, hasta ahora, había sido escasa y pobre en placeres. Apretó el pubis dejándose llevar, gritó sin importarle que alguien pudiera escucharla. El desconocido, al sentirla temblar, no dudó en poner más ímpetu a sus embestidas para alcanzar la cima. Como el maestro del sexo, que era, culminó en un colosal orgasmo con Lola gimiendo entre sus brazos. Respirando con dificultad, besó su hombro y acarició su brazo con los dedos con mucha ternura. Después besó su nuca y probó el sabor de sus labios carnosos. La sensación de unir sus bocas hizo que la andaluza tuviera sed de más besos, de ganas de conocer a este hombre. Ella seguía en una nube, sin creer que le estuviera sucediendo aquello. A través de su cámara había fantaseado con aquel encuentro y como por arte de magia se había hecho realidad superando sus expectativas. El desconocido, apartó sus labios de los suyos y de pronto sintió anhelo. La miró con intensidad acunando su mejilla con la mano. Haciendo gala de galantería se ocupó de Lola, le subió el tanga, le bajó la falda y subió su escote entreteniéndose en la curva de sus pechos. A continuación, se arregló el traje bajo la atenta mirada de la morena, acercó sus labios a su oído para decirle.

 ―Ha sido un placer señorita―le dedicó una sonrisa que haría derretir a los polos y se marchó sin decir nada más.

 Lola se quedó atónita por la inesperada despedida. Ella creyó que cruzarían algunas palabras o se intercambiarían números de teléfonos. Nada de eso pasó, simplemente habían hecho el coito por un calentón y nada más. Lola miró su reflejo en el espejo, todavía tenía las mejillas arreboladas, el vestido arrugado y el pelo desordenado. Se acicaló en un momento temiendo que pudiera entrar alguien en el baño. Cuando comprobó que estaba presentable abandonó el servicio y fue a reunirse con Mario.

Lo encontró charlando muy animado con otro periodista al lado de la fuente de ponche. No podía evitar tener la sensación de que todas las personas de la fiesta la observaban sabiendo lo que acababa de hacer. Agachó la cabeza y corrió avergonzada hasta Mario, por supuesto, todo estaba en su cabeza. Saludó a su compañero y se quedó en un segundo plano a la espera de que terminara la conversación. Cada treinta segundos asentía fingiendo interés, su cabeza estaba todavía en el cuarto de baño reviviendo el momento tan extraño, sensual y morboso que había practicado con aquel desconocido. Por otro lado, se sentía como una prostituta por haber vendido su cuerpo con tanta ligereza. Ella no era así, jamás había hecho algo igual. Normalmente conocía a los hombres en varias citas antes de acostarse con ellos. Pero esa mirada, la había cautivado provocando un comportamiento nada apropiado en ella, había hecho que fuera perversa. Quieta como un palo miraba a su alrededor en busca del desconocido pero no lo encontró, supuso que tal vez se hubiera ido. Pensó que así era mejor, pasaría página y volvería a su vida como si no hubiera pasado nada, eso creía ella porque la realidad era muy distinta, lo deseaba. No pudo evitar sentir un hormigueo en el estómago al pensar en él, no sabía muy bien que significaba. Era una sensación nueva para ella. Con el trabajo hecho y con nuevas emociones a flor de piel, se fueron a casa. Mario llevó a

Lola hasta su edificio, se despidió de su compañero con una sonrisa amable y subió hasta su piso. Entró sin hacer ruido para no despertar a Dana, se preparó un té verde y se quedó un buen rato en la oscuridad del salón analizando toda la escena con el desconocido. Se dijo a sí misma que no le diera más importancia, que solo había sido un polvo increíble. Aunque no podía negar que le había hecho sentir mariposas en el estómago. Una cosa estaba clara, aquel hombre de mirada penetrante la había cautivado con las artes más primitivas que existían en la humanidad, el sexo.

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