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Capítulo 1 
“Cruce de Miradas” 


“Solo fue un cruce de miradas pero en ese instante me dejaste sin respiración”

 Ese iba a ser un año que Dana recordaría el resto de su vida. Después de haber participado tan lícitamente en el reencuentro entre Lola y Mark, la vida había continuado para todos, menos para ella. Su amiga estaba a punto de casarse, faltaban solo tres días para la ceremonia. Sería una boda pequeña, con pocos invitados y se celebraría en Granada. Joaquín había perdonado a Mark, sin más remedio, ya que su querida hija estaba embarazada del cabrón con suerte. Diana había empezado a asistir a clases para sacarse la carrera de periodismo y también iba dos veces por semana al psicólogo, las pesadillas no cesaban. Dana, en cambio, había vuelto a su rutina diaria sin más emociones que el beso que le dio a Hernán hacía ya meses.

 Desde entonces, su vida sexual había sido nula en hombres. El único placer que tenía, era el de su consolador “Pepito”. Un hombre como Hernán no se olvidaba tan fácilmente pero no le quedaba otra que seguir con su vida, total, de los dos partes la única interesada era ella. La última vez que coincidieron fue en la Toscana y ni si quiera habían hablado del beso fugaz. Hernán por aquel entonces estaba muy afectado por la traición de Samanta, había sido su esposa y la había querido y respetado. Aquella arpía lo había dejado tocado, él creía que la había sacado de un entorno cruel pero todo había estado planificado, ella nunca fue la esclava sexual de un sicario. Había matado a un hombre sin saber, si realmente, era un desgraciado o solo un pobre diablo, Marcelo lo había puesto en su camino para que picara el anzuelo, cosa que hizo. Aquellas amenazas telefónicas de los hombres de confianza del sicario, nunca habían sido reales. Todo fue para que Samanta se acercara a su sobrino. Engañado y decepcionado, se había quedado en la Toscana, sólo, para poder pensar durante un corto periodo de tiempo, unas semanas. 

Después, había regresado a sus negocios y se había trasladado temporalmente a Cuba. Allí tenía una bonita casa de vacaciones, situada en la vieja Habana. Dana se había quedado sola en el piso. La andaluza se había ido a vivir con su Romeo al hotel.  Se levantó adormilada con los primeros rayos de sol de la mañana, con unos pelos de espanto fue arrastrando los pies hasta la cocina. Últimamente apenas dormía con toda la preparación de la boda de Lola. Tenía que dejarlo todo listo en la redacción para viajar a España cuatro días, dos de los cuales los utilizarían para volar. Bostezó preparándose un café, estaba muy dormida. 

Al servirse, derramó la mitad del contenido encima de la encimera. Maldijo por su torpeza y porque le había salpicado encima del camisón, cogió un trapo para quitarse la mancha pero en vez de limpiarla la estaba extendiendo más. De pronto, llamaron a la puerta. Dana, extrañada, por la hora temprana, se dirigió a la entrada. No eran ni las siete y media. Resoplando fue hasta la puerta, al otro lado había un policía con una notificación de defunción. El cuerpo le dio un vuelco al ver el documento, el vello se le erizó. De inmediato pensó que se trataba de un error. 

―Señorita Dana MontoyaHarold― dijo el agente sin poder evitar mirar sus pintas mañaneras. 

―Sí,soy yo. Creo se ha equivocado― miró la notificación con repelús. 

―¿Su padre no es Manuel Montoya Amaya?― preguntó el agente. 

Dejó caer los brazos a los lados sin poder creer que su padre estuviera muerto, miró al suelo con la mirada perdida, aquel hijo de puta había fallecido. Sintió rabia al sentirse afectada por la noticia. Juró hace cinco años que no lloraría por un padre que no ejerció como tal. Apretó los puños enojada, hasta después de muerto tenía que molestarla fastidiando su existencia. Miró al agente a los ojos y negó con la cabeza. 

―Como le he dicho, no tengo padre, pero fue la personaque colaboró en darme la vida― lo único que sentía hacia Manuel era odio. 

―Señorita, tengo que comunicarle que tiene que acompañarme al forense para identificar el cadáver― informó el agente. 

Dana lo miró perpleja, creía que su padre había muerto en Cuba, pues allí era donde había vivido todo este tiempo. Pensó que la visita del agente era un trámite burocrático.

―Entonces debe de haber alguna confusión, agente. Mi padre no vivía en Portland. 

―Lo sabemos señorita, era un narcotraficante muy buscado por el FBI y tenía muchos enemigos. Llevaba tres días en Portland, ¿no se puso en contacto con usted? ― aquello era un interrogatorio en toda regla. 

―No, mi padre yyo teníamos una relación nula― aclaró para que no hubiera ningún problema. 

―Lamento comunicarle que su padre fue asesinado de madrugada. Tiene que confirmar su identidad. Debeacompañarme― insistió el agente. 

―De acuerdo, tardaré un minuto en arreglarme. 

Regresó al trabajo casi a la hora del almuerzo, tenía el cuerpo que le temblaba de arriba abajo. Identificar a su padre había sido igual de duro que ver a su madre sin vida dentro del ataúd. Se odió por haber derramado lágrimas por aquel cabrón insensible. Ella no le quería, ni siquiera había sentido su muerte, no entendía porque de repente ese sentimiento de sufrimiento en su corazón. Sin más remedio había tenido que echar mano de las gafas de sol para que nadie viera que había estado llorando. El agente le había entregado las pertenencias personales de su padre, un reloj de oro, la alianza de boda, una medalla de la virgen del Carmen y un papel con el número 66. El policía le había preguntado si sabía el significado de esos dos números pero Dana no tenía ni idea. Llevaba en una bolsita transparente las cosas de su padre, no sabía si tirarlas por una alcantarilla o guardarlas. 

Caminó rápido por el pasillo hasta llegar a su despacho. Al entrar, encontró a Lola sentada en su sillón de jefaza. Su mal humor fue sustituido por una sonrisa de felicidad al ver a su amada amiga. Desde que tenía uso de razón, Lola siempre había estado a su lado, era como la hermana que nunca tuvo. El día que se marchó de Granada, huyendo a Portland, le dolió en el alma separarse de su amiga y confidente. Se había sentido muy sola en esos años al tenerla tan lejos. Lola estaba embarazada de casi nueve meses, faltaban dos semanas para que diera a luz. Habían atrasado la boda por Diana, la pequeña de los Maverick había sufrido una crisis muy fuerte al mes de regresar de la Toscana. Por otro lado, Mark quería esperar a tener a los bebés; pero Joaquín, quería que se casaran antes de dar a luz y Lola aceptó porque quería hacer feliz a su padre. 

―Hola cariño, ¿cómo están mis niños?― le dio un beso en su abultada barriguita. 

―Están muy rebeldes últimamente, no paran de moverse parece que estén bailando en una discoteca― Lola estaba cansada y se sentía muy pesada. 

―Cariño, falta muy poco. En tu estado no deberías viajar, tupadre es muy cabezón y tú más― volvió a sacar el tema de la boda. Dana no estaba de acuerdo con la decisión de Lola

― Espérate a dar a luz, hablaré con tu padre― Dana soltó las cosas encima de la mesa. 

―Mi madre piensa igual, y ahora que estoy que casi no puedo moverme creo que sería lo mejor. En estos meses no hemos podido por Diana, la pobre sufre muchas pesadillas y poco a poco se va integrando otra vez en la sociedad. 

―Tiene que ser duro― Dana suspiró ― la vida debería ser más sencilla. 

―Si hubiera sido más sencilla, no hubiera conocido a mi Romeo― a Lola se le iluminaba la mirada cada vez que pensaba en Mark.

 ―¿Vamos a comer alPeggy Sue?― propuso Dana. 

―No, he venido para invitarte a comer a mi nueva casa― dijo Lola emocionada. 

―¿Ya te han dado las llaves?― Dana puso cara de sorpresa, llevaban meses reformando un ático enorme en el centro para irse a vivir como una familia normal. El hotel se les había quedado pequeño con los bebés en camino

― pues vamos, me muero de ganas de verlo. 

Salieron de la redacción y cogieron el coche de Dana, condujeron hasta el centro. El nuevo ático quedaba al lado de Empresas & Maverick, a Mark le gustaba tenerlo todo organizado y controlado. Dana ayudo a salir del coche a Lola, estaba tan embarazada que no podía con su cuerpo. Muertas de risa por la escena tan cómica, subieron al ascensor.

 ―Se me olvidaba, Mark y Diana también comerán con nosotras― dijo Lola mordiéndose el labio y rascándose la nuca. 

―Y… ¿me has mentido?― cuando Lola se rascaba la nuca significaba que habíaomitido un detalle importante

― ¿quién más come con nosotros? 

―Hernán Salazar― Lola miró de reojo a Dana. Ésta, estaba con los ojos muy abiertos y con cara de pocos amigos. 

―QUÉ!― gritó sorprendida. En ese momento, las puertas del ascensor se abrieron justo en el ático y allí estaban los tres invitados mirando a Dana y a Lola. La rubia se puso colorada al ver que, por su grito, había llamado la atención de los chicos y de la pequeña Diana. 

―¿Estáis bien?― preguntó Mark acortando la distancia y cogiendo a su chica. 

―Si Romeo, solo le estaba contando un chisme del trabajo. Cosas de mujeres― dijo Lola para quitar hierro al asunto

―Entonces no pregunto. ¿Te encuentras bien?, cielo ― Mark estaba muy preocupado por su Julieta, tenía una barriga enorme y parecía que fuera a explotar en cualquier momento. 

―Sí, estoy perfecta. No te preocupes tanto, solo estoy muy embarazada― Lola atrapó sus labios sin importarle que aquellos estuvieran mirándoles. Dana se obligó a relajarse y se acercó a Diana para saludarla, en muy poco tiempo se había convertido en una hermana pequeña. La menor de los Maverick se hacía de querer. Un poco cohibida se acercó a Hernán para saludarlo también, era un hombre muy atractivo que con su sola presencia llenaba el lugar. 

Tenía el pelo a capa hasta los hombros con un tono dorado y castaño. El color de sus ojos era de un azul cielo claro como los de su sobrino, era un hombre de mandíbula pronunciada y con un hoyuelo en el mentón muy masculino. Tenía perilla, la piel bronceada y un cuerpo entrenado. Era una tentación muy grande para Dana, una que llevaba mucho tiempo queriendo saborear. El sentimiento que se obligó a enterrar hacía meses regresó con fuerza. El corazón le palpitaba muy rápido, las manos le sudaban, las piernas las tenía como flanes y la boca seca. Muy tiesa, como si le hubiesen metido un palo por el culo, caminó decidida hasta él. Solo eran unos pasos pero le pareció una eternidad la distancia que los separaba. Cuando solo le faltaban dos pasos, se tropezó con su propio pie y cayó de rodillas, aterrizando su cara, en el paquete de Hernán. Dana al palpar su pene contra su frente, quiso morir. El rostro se le encendió como la lava de un volcán. Lo único bueno que sacaba de esa situación tan embarazosa, era que Hernán Salazar estaba bien dotado.  Notó como alguien la cogía de los brazos y la levantaba. Al cruzar su mirada con la de Hernán, apreció una sonrisa perversa en su cara. Dana no sabía dónde meterse, con mucha gracia sonrió como si no hubiera metido la cara entre sus piernas, nunca mejor dicho. 

―Es un placer volver a verte― dijo Hernán dándole dos besos. 

―Lo mismo digo― Dana le devolvió la sonrisa. Con disimulo cogió a Lola de la mano y la llevó al baño. Cerró la puerta nada más entrar y se echó agua en la nuca para calmar el fuego que sentía en la entrepierna, había sido un momento muy morboso. Miró a su amiga que estaba aguantándose la risa. 

―¡Qué!― gritó al reflejo de Lola. 

―¡jajaja!, lo siento Dana pero ha sido muy divertido. Ahora podrás decir que le has comido el paquete ― Lola empezó a reírse sin poder parar. 

―Uf, que vergüenza. Pero te diré que sin estar empalmado tiene buen bulto, imagínate cuando la tenga dura― se mordió el labio inferior pensando en ese pene erecto. 

―Eres una pervertida, solo te diré ten cuidado. Es diez años mayor que tú, tiene negocios clandestinos y es un pica flor― advirtió Lola. 

―Yo no soy como tú Lola, no busco al Romeo perfecto. Lo único que quiero es sacar de fiesta a mi chochete, lleva meses acostándose con Pepito― Dana se refería a su consolador― necesito un hombre de verdad que me haga temblar y Hernán es perfecto para el puesto. 

Más sosegada, regresó al comedor y ayudó a poner la mesa, iban a comer espaguetis a la boloñesa. Dana era una fan de la cocina italiana y de los italianos, saber que Hernán era de origen italiano lo deseaba aún más. Se sentaron alrededor de la mesa, Lola sirvió los platos y Dana pidió doble ración. Hernán se la quedó mirando con curiosidad, normalmente con las mujeres que solía salir eran delgadas y se privaban de los placeres culinarios, pero aquella rubia bajita y con más curvas que un circuito de moto GP le llamaba la atención. 

―Hoy vienes con hambre― habló Mark refiriéndose a Dana. 

―Me vuelve loca la comida italiana, ¿no me estarás llamando gorda?― dejó el tenedor a un lado y cogió el cuchillo para amenazar a Mark. 

―No, solo era una observación― se defendió. 

―Romeo deja de observar y déjala que reviente a espaguetis― intervino Lola divertida. 

―Además, me he apuntado al gimnasio, mi entrenador personal me ha dicho que tengo el mismo culo que la Jennifer López ― dijo para excusar su apetito. 

―Entonces, tu entrenadordice que tienes el culo gordo― dijo Lola burlándose de ella. 

―Gordo, grande y firme, ¿quieres tocarlo?― Dana le siguió la broma. La rubia no tenía complejos, sabía perfectamente que no estaba esquelética, ni canija, ni era alta ni esbelta, ella tenía un cuerpo serrano, con sus curvas, pero como ella misma decía, todas en su justa medida. 

La comida transcurrió con una buena conversación y discutieron sobre si deberían volar o no a España para la boda. Dana se levantó para recoger la mesa y ayudar a Mark a poner los platos en el lavavajillas. Tenía el bolso colgando del respaldo de la silla y al levantarse, con brusquedad, la tiró al suelo derramando parte de su contenido. Lola que se encontraba de pie, se fijó en un documento firmado por su amiga de una partida de defunción, al mirar el nombre del fallecido se quedó sin habla. Dana la miró con culpabilidad por no haberle contado algo tan importante. No quería preocupar a su amiga en su estado, por esa razón, no le había contado nada. Vio que Lola la miraba con cara de enfado. 

―Soy tu familia, eres como una hermana para mí. Deberías haberme llamado para que no pasases ese trago tu sola. ¡Por el amor de Dios Dana!― Lola estaba muy enfadada.

 La rubia se agachó sin decir nada para recoger el documento. Los chicos y Diana, las observaron sin entender que estaba pasando. Dana se levantó con los ojos rojos a punto de llorar. Lola, al verla, se acercó hasta ella y le abrazó. Había sido testigo de su sufrimiento con su familia, sabía que Dana lo había pasado muy mal en la vida y, sobre todo, con su padre. 

―Lo siento Lola, no quería preocuparte. Dejó de ser importante el día que murió mi madre, lo sabes perfectamente, pero hoy ha venido la policía para que identificara su cadáver y… ― no pudo seguir. 

―Tranquila, vamos a sentarnos en el sofá y me cuentas con calma. 

Lola la cogió por los hombros y la llevó hasta el sofá. Miró a su Romeo y le pidió un té para Dana. Hernán y Diana, estaban confusos. Fueron todos al salón para escuchar lo que tenía que decir y apoyarla. Ella no quería llorar por su padre, porque no tenía derecho a sus lágrimas. Más relajada, les contó todo desde que el policía había llegado llamando a su puerta.

 ―¿Tú padre era Manuel el canastero?― dijo Hernán muy sorprendido. 

Había escuchado hablar de ese gitano andaluz que había creado un imperio en Cuba traficando con drogas. No podía creer que aquella mujer fuera su hija

―¿eres gitana?― la miró de arriba abajo. 

―Sí, soy medio gitana como Lola. Manuel el canastero colaboró en traerme al mundo, punto― a Dana no le gustaba hablar de sus raíces era demasiado doloroso, porque a pesar de su odio hacia su padre había tenido recuerdos hermosos. 

―Cualquiera diría que eres gitana― habló Dianasorprendida― tan rubia, con ojos verdes y la piel blanca, pareces más una guiri. 

―Mi madre era americana, de Ohio, según Gloria, la madre deLola, soy una calcomanía suya― sonrió con tristeza. 

La pérdida de su madre y su enfermedad, había sido un trago muy duro. A Mark, que era un hombre que lo analizaba todo, algo no le cuadraba en toda aquella historia. 

―¿Por qué escribiría tu padre en un trozo de papel “66”?― preguntó Mark. 

―No lo sé, lo tenía en un bolsillo. Parece ser que lo escribió en su agonía antes de morir, los filos están manchados de sangre―explicó Dana― de todas formas, me da igual. No se merece que pierda ni un minuto de mi tiempo. No lo haré― dijo firmemente. 

Dana se levantó agobiada, estaba harta de hablar de un hombre que solo le había dado disgustos en la vida. Salió a la terraza para poder respirar aire fresco, necesitaba un poco de espacio. No entendía porque el corazón le dolía tanto con la muerte de un padre, que durante años, no se había preocupado de ella. Pensó, que tal vez, llorara aquel padre que una vez fue, a un padre que la quiso cuando su madre estaba con vida. Sintió la mano de Lola en su espalda, su amiga y hermana nunca la dejaba sola aunque le rogara que lo hiciera. En ella había encontrado una verdadera familia. 

―He dado órdenes a la morgue de que quemen el cuerpo― contó a su amiga. 

―¿Qué vas hacer después con ellas?― preguntó Lola. ―No lo sé, debería tirar sus cenizas a los cochinos, pero la consciencia no me deja. 

―Hagas lo que hagas yo estaré ahí para apoyarte, lo sabes. 

―Gracias, Lola. 

Se abrazó a su amiga durante unos minutos, necesitaba el calor humano de un ser querido. No lloraría, bastantes lágrimas había derramado en el pasado. Llegó la hora de regresar al trabajo, tenía que dejar todos los cabos atados para poder viajar con tranquilidad. Era miércoles, faltaban dos días para volar a España, así que tenía tiempo de sobra para dejarlo todo listo. Se despidió de todos, incluso de Hernán. A la hora de coger el ascensor, se fijo que el tío de Mark también se marchaba. Las puertas se abrieron y entraron los dos a la vez. Dana pulsó el botón de la planta baja. 

El ascensor empezó a descender en un ambiente incómodo. La rubia estaba nerviosa, no entendía porque ese hombre la intimidaba tanto, cuando ella era la reina del descaro. Faltaban seis pisos para llegar a la planta baja, cuando de pronto, Hernán la empotró contra la pared atrapando su pequeño cuerpo con el suyo. Dana emitió un gritito de sorpresa y excitación, se quedaron un segundo mirándose los labios hasta que Hernán los devoró probando de nuevo su sabor. Llevó una mano a su pantalón y le tocó el pubis por encima de la tela, apretando con fuerza. Dejó de besarla y la miró a los ojos con una sonrisa de un auténtico canalla. 

―Ahora, mocosa, estamos en paz. Me robaste un beso, te lo acabo de robar. Me tocaste mis partes, te lasacabo de tocar―las puertas se abrieron― adiós Dana, ha sido un placer volver a verte. 

Se quedó sin habla, mirando como aquel hombre tan apuesto salía del edificio. Se llevó la mano a la boca para tocar sus labios hinchados por aquel beso salvaje. Intentando recuperar la compostura, se acicaló el pelo y salió un poco extasiada del ascensor. En la entrada del edificio había un sofá muy cómodo, se sentó dejándose caer. En ese momento, entró una mujer. Al verla respirar con dificultad, se acercó a Dana. 

―¿Señorita se encuentra bien?― preguntó la mujer preocupada. ―Sí, estupendamente― contestó con una sonrisa bobalicona. 

Regresó al trabajo con la cabeza como un bombo, entre lo de su padre, lo de Hernán, lo de la boda, el viaje, etc. estaba de los nervios y muy estresada. Se encerró en su despacho y se preparó un té de hierbas aromáticas. Ese era su momento preferido del día, nadie la molestaba, se tomaba su té y abría su cajón de las chucherías. Eligió un paquete de galletas de chocolate y las devoró sin importarle que se le pegaran al lomo. Total, más tarde iría al gimnasio a quemar su debilidad llamada chocolate
.
 Mario llamó a la puerta interrumpiendo su momento de relax. Le hizo pasar cerrando su cajón de los tesoros. El periodista se sentó enfrente de ella con un sobre en la mano, el cual utilizó para abanicarse. Dana lo miró extrañada al ver una sonrisa pícara en su cara de niño. 

―¿Has venido abanicarte?― dijo Dana sin ganas de juegos. 

―No, pero aquí dentro hay un Dios para muchas mujeres― Mario levantó las cejas para provocarla. 

―Mario, cielo, hoy estoy muy estresada. Por favor, dime que hay en el sobre― Dana se llevó los dedos al puente de la nariz. 

―Vale, dos entradas para el concierto de Marc Anthony. Lo miró como si hubiera visto al mismísimo Cristo. Empezó a dibujarse en su cara una sonrisa de alegría, emoción y locura. Amaba a ese hombre al igual que la loca de su amiga Lola. 

Le quitó el sobre de las manos y como una colegiala empezó a dar saltitos por el despacho. Mario reía al verla tan contenta, la dejó sola para que siguiera festejando. Dana no dudó en invitar a la fan, fan, fan de póster de Marc Anthony; se refería a Lola. Cogió el móvil y la llamó de inmediato, esperó paciente hasta que la andaluza descolgó al segundo toque. 

―Mañana por la noche nosvamos de despedida de soltera― dijo Dana emocionada.

 ―¡Qué!, ¿te has vuelto loca? Te recuerdo que estoy gorda y enorme― contestó Lola obviando lo evidente. 

―Lo sé, pero y si te dijera que la despedida de soltera es… ¡ENEL CONCIERTO DE MARC ANTHONY!― gritó como una posesa. 

―¡Dios mío!, necesito respirar― Lola empezó a hiperventilar. Mark al verla tan alterada se acercó preocupado, pensó que estaba de parto. Lola negó con la cabeza para que le dejara seguir soñando. 

―¿Qué pasa?― preguntó Dana al escuchar hablar a Mark. 

―Nada― Lola le contó a su chico lo del concierto― Mark Maverick, no vas a impedirme ir a ver a Marc Anthony. 

―Dile al “Dios del sexo” que tu clítoris vibra con las canciones de Marc Anthony― Dana metía cizaña para cabrear a Mark, sabía que era un hombre muy protector y posesivo con Lola. 

―Cariño no le hagas caso, mi clítoris solo se pone contento cuando te ve a ti. 

Esperó paciente, escuchando toda la conversación de esos dos tortolitos. Sin más remedio, Mark, cedió ante las suplicas de su andaluza, nunca le podía negar nada. Contentas con el plan de mañana colgaron. La rubia necesitaba salir y pasárselo bien con su amiga para olvidar los pesares de su vida. Aunque, ese día, soñó con los besos canallas de Hernán Salazar y fue excitante.

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