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Señores Moreno
El Martillo que salvó el matrimonio



Los señores Moreno llevaban quince años casados, a sus cuarenta años la pasión se había acabado. No se atraían como antes, la culpa el trabajo, los niños y sus vidas ocupadas. Habían dejado de dedicar tiempo a la pareja. Como último recurso fueron a un asesor matrimonial. Llevaban meses con la idea de acabar con su relación mediante el divorcio pero Candela seguía queriendo a Carlos y necesitaba intentarlo una última vez. Si no funcionaba el asesor se daría por vencida.

Durante dos semanas estuvieron asistiendo a la consulta matrimonial, al principio se echaron los trapos sucios y cada vez tenían más claro el divorcio, eran discusiones constantes. Don Diego observó durante ese período a la pareja hasta dar con la clave del asunto.

―Necesitan Role en su vida―habló el asesor.

―¿Cómo dice?―Candela dejó de discutir para atender al asesor.

―Necesitan reavivar el fuego de la pasión mediante juegos, será su última opción, si con esto no se vuelven a desear… entonces su matrimonio no tiene salvación.

―¿Y qué se supone que debemos hacer?

―Usen su imaginación, se sorprenderán.

Carlos y Candela no tenían muy claro a qué se refería el asesor pero lo intentarían. Estuvieron toda una semana mirándose a escondidas intentando adivinar si era el momento de jugar, pero nunca encontraban la ocasión. Hasta que llegó el fin de semana y se quedaron solos sin los niños, éstos se habían ido a pasar dos días con los abuelos.
Candela vio la oportunidad para persuadir a su marido, no sabía a que jugar así que se vistió con lencería fina de encaje negro y cubrió su cuerpo con una bata de raso, no se sentía cómoda paseando en ropa interior por la casa.

Carlos estaba en el garaje colocando una estantería en la pared para sus nuevas herramientas. Llevaba puesto un tejano desgastado y tenía un pañuelo en el bolsillo del trasero para secar el sudor. Escuchó la puerta abrirse, detuvo el taladro y se quedó observando en silencio a su mujer. Sabía que venía a jugar, habían pospuesto los deberes del asesor demasiados días. No tenía claro si se  excitaría con su presencia como años atrás, pero cuando Candela se quitó la bata y la dejó caer al suelo, una pequeña descarga se concentró en el pene. Se había excitado al verla. Era una mujer voluptuosa, con unas curvas definidas y una piel sedosa. Se acordó del juego del role, así que decidió tomar las riendas para hacérselo más fácil a su mujer.

―Me llamo Carlos señora, voy a ser su mecánico. ¿Qué se le ha roto?

―La pasión, ¿sabría usted arreglarla?

―Sí, podría intentarlo.

Carlos le indicó con la cabeza que se arrimara a la mesa de trabajo. Candela obedeció, sintió un hormigueo en el estómago por la incertidumbre. Le excitaba no conocer los planes perversos de su marido.

―Tengo que comprobar los bajos, me permite…

―Sí.

Se sentó encima de la mesa de madera y abrió las piernas. Carlos, sin quitarle ojo a su mujer, bajó la mano y comprobó la  evidente humedad. Estaba mojada, por él y aquello le gustó. Le tocó la vagina con delicadeza, quería ver el gozo en su cara, quería ver como su zorra gemía.

Carlos la agarró del cuello y la tumbó en la mesa, sin soltarla, se colocó entre sus piernas. Cogió un destornillador y se lo metió en el sexo desde la cabeza de la herramienta. La masturbó, el olor del flujo llegó a su nariz y lo sedujo.

―Candela… hazte pis…

Su mujer lo miró con las mejillas arreboladas, con la mirada hambrienta de pasión y el cuerpo vibrando de perversión. Le hizo caso, relajó el vientre y se orinó encima empapando la mano de Carlos. Éste sacó el destornillador, una vez terminó, y lo chupó.

―Te voy hacer el agujero del coño más grande para que te quepan tres pollas, la mía y dos de goma.

Carlos ató las extremidades de Candela a las patas de la mesa, quedó como una x, le había quitado el tangan y dejado el liguero. Cogió el taladro con la broca del ocho, muy despacio con aquello girando fue acercándose hasta su deseo. Candela intentaba cerrar las piernas, su marido se había vuelto loco pero a la vez le gustó aquella locura.

―Carlos…

―Shhh…

Se la arrimó a la entrada y la metió un poco, los fluidos salieron disparados impregnando su cara. Candela gritaba de placer <<Ahhh, Carlos…>>> paró el taladro y eligió una llave inglesa para matarla de gozo. Encajó el pezón en la herramienta y apretó con cuidado, fue girando para retorcer su carne. Mientras, con una mano fue acariciándole el clítoris. Candela estaba chorreando, la mesa de madera estaba mojada de sus fluidos.

―Candela, ¿nos follamos a la vez por el culo?

―Sí…―no tenía claro que quería decir pero estaba muy cachonda como para negarse.
Carlos se bajó los pantalones bajo la atenta mirada de su mujer, su polla lucía dura y chorreante. Le dijo que se quedara encima de la mesa de rodillas. Candela vio como su marido cogía un martillo y le quitaba la cabeza, lo untaba de cera. Se subió encima de la mesa con ella.

―Escúpeme en el culo y lubrícame el ano, luego lo haré yo contigo.

―Carlos…―Candela dudó.

―Mujer, el asesor dijo que había que experimentar.

Asintió. Carlos se puso a cuatro patas y su mujer le llenó el culo de saliva, después se lo hizo a ella. Se colocaron espalda contra espalda, cada uno agarró un extremo del martillo y se lo metió por el ano. A cuatro patas fueron moviendo el trasero para follarse. Igualmente, con una mano se estimularon sus partes íntimas encendiendo la pasión hasta alcanzar el clímax. La prueba de que su matrimonio había sido salvado chorreaba por los muslos de Candela y  la mano de Carlos.


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