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CAPÍTULO 1 
“REGRESO” 
“LA VIDA ES UNA PRUEBA CONSTANTE, MUCHAS VECES NOS DA DOLOR, OTRAS, NOS DA AMOR”



 Dos largos años había pasado desde la boda de Lola. Muchas cosas sucedieron en ese tiempo, todas buenas. La vida continuó para la gran familia, la andaluza y Mark seguían con su historia de amor compartiendo momentos únicos con sus pequeños Romeo y Julieta. Dana se quedó embarazada y dio a luz a Cuba una hermosa niña de cabellos dorados y piel bronceada. Hernán se trasladó a vivir a Portland por su gitanilla e hija, aunque viaja mucho por negocios a la vieja Habana. Diana tomó un rumbo distinto, en Oregón se sentía ahogada. Por recomendación del Psiquiatra, pidió el traslado en la universidad para estudiar fuera de América. Exactamente fue a parar a Granada. La familia de Lola, Gloria y Joaquín, abrieron las puertas de su casa para la pequeña de los Maverick. Mark nunca estuvo de acuerdo, pero sabía que era un bien para su hermana.

En estos dos años, se dedicó a los estudios sin alterar su vida con amistades ni fiestas. Todavía hoy en día, se le hacía un mundo relacionarse. Con la familia de Lola se sentía como en casa, eran parte de ella. Se habían colado en su vida como un viento de aire fresco aportándole momentos inolvidables y llenos de amor. Estaba preparada para regresar a Portland, haría las prácticas de periodismo en la redacción de “The Potland News”.

Dana había arreglado todo el papeleo para que la joven se formara con ellos. Todavía no estaba claro que puesto le asignarían. Diana se sentía feliz por volver a casa, siempre había querido ejercer de periodista de investigación pero aceptaría con una sonrisa cualquier departamento. Sus sueños se hacían realidad.

El aire fresco de Andalucía acariciaba su cara dando los buenos días. Sonrió contenta, por fin regresaba a su hogar para empezar una nueva vida. Le daba mucha pena tener que dejar a los Cortés, pero sabía que volvería a verlos. Ahora eran su familia y vendría a visitarlos más a menudo. Escuchó trasteo de cacharros en la cocina. Tapó su cara con la almohada, sabía quién era. Rió como una tonta, en dos minutos entraría Dolores con un delicioso desayuno mediterráneo para darle los buenos días entre gritos y jergas andaluzas.

La iba a echar mucho de menos, se había convertido en su confidente durante dos años. Conectaron desde el primer momento, como si fuera su madre. Escuchó como la puerta se abría y se escondió bajo las sábanas riendo.

―¡Bollete!, venga arriba chochete―Dolores dejó la bandeja encima de la mesilla―¡Ay mi morena de ojos azules!, ya me abandonas gitana.

Dolores sacó un pañuelo bordado y secó sus lágrimas, la iba añorar mucho pero sabía que era ley de vida. Cogió su cara y dejó un reguero de besos, Diana reía por lo exagerada que era esta mujer. No dudó devolverle los besos y un abrazo fuerte. Durante dos años se había sentido protegida y nunca había juzgado su condena, la prostitución.

―Anda levántate, te he hecho el cola cao como a ti te gusta, sin grumos.

―Gracias Tata―así es como había acabado llamándola―prométeme que vendrás a verme a Portland.

―Yo, subida a un avión. Para que ese bicho de hierro se caiga. No cariño, me da miedo volar.

Diana rió por sus ocurrencias. A Dolores le daban pánico las alturas pero sabía que si se lo pedía dos veces más con pucheros y carita de pena vendría a verla. Terminó el desayuno y se arregló. Las maletas estaban preparadas, salió de casa de los Cortés y se encontró a toda la familia de Lola para despedirla. No pudo evitar emocionarse de alegría, por haber sido tan afortunada de formar parte de esa familia.

Le cantaron “Una lágrima cayó en la arena”, la muchacha rió muy emocionada. Hasta en los momentos más tristes le sacaban una sonrisa. Joaquín la estrechó entre sus brazos y le susurró al oído que la quería. Después vinieron todos, uno por uno se fue despidiendo de Diana. La última fue Dolores que le trajo un regalo que no esperaba. Era un guitarra flamenca hecha a mano y personalizada. En un lateral había escrito, “El tiempo cura las heridas del corazón” Su cara se iluminó de alegría, no esperaba aquel regalo. Admiró cada detalle acariciando la guitarra con sus dedos. Miró a Dolores sin poder creer, que aquella loca mujer, se hubiera gastado el dinero que no tenía para hacer tan bello obsequio. Dio saltitos de emoción, había aprendido a tocar la guitarra en estos dos años. Manuel el Canastero, el padre de Dana; que tras la boda de su hija se había quedado a vivir en el Sacromonte, había enseñado a la pequeña de los Maverick a tocar la guitarra flamenca. Según su maestro, no se le daba nada mal, incluso decía que tenía el talento de los Montoya.

En cambio, Joaquín decía que tenía la fuerza de los Cortés y así se pasaban discutiendo en las comidas familiares. Diana disfrutaba con aquellas pequeñas riñas, hacía que se sintiera parte de la familia. No quiso hacer un drama, aguantó las ganas de hacer pucheros y con una sonrisa cálida se despidió de Andalucía.

Su etapa como estudiante en Granada se acabó, ahora empezaría una nueva vida y tenía muchas ganas de tomar las riendas de su destino. Las sesiones con el psiquiatra se habían reducido a una vez a la semana, casi no tenía pesadillas. El cambio de aires le había venido muy bien para su cordura. Diana había descubierto que tocar la guitarra flamenca había sido una terapia para su trauma. Cuando la tenía entre sus manos y tocaba los primeros acordes se olvidaba de todo, encontraba la paz que necesitaba. Había sido una bendición para su vida. El viaje en avión fue agotador y largo.

Llegó a Portland a las seis de la mañana. Diana tenía unas ganas locas de abrazar a su hermano y a Lola, los había visto por última vez hacía tres meses, cuando éstos habían viajado al Sacromonte para comprar una cueva para las vacaciones. Mark se lo había prometido a su Julieta y las promesas siempre las cumplía. La pequeña de los Maverick salió de la puerta de embarque casi a la carrera esperando ver a su familia. No había mucha gente pero suficiente para despistarse. No veía a Mark por ningún lado, ni tampoco a Lola. Se paró en mitad del aeropuerto mirando por todos lados, pensó que tal vez llegaban tarde.

Cogió el móvil para llamar a su hermano. Entonces, alguien le tapó los ojos con las manos, Diana sonrió pensando que era Mark. Contenta se giró y abrazó con efusividad aquel que pensaba que era su hermano. Pero la emoción fue sustituida por vergüenza cuando escuchó una voz distinta.

―¡Yo también me alegro de verte peque!―dijo Jack abrazándola a su vez. Diana se separó rápidamente con timidez.

Jack no le dio importancia a su reacción, estaba al día de su problema para relacionarse con la sociedad. La joven se tocó el pelo enredando un mechón en el dedo, había sentido el cuerpo de Jack y unas mariposas se habían instalado en su estómago.

Dos años atrás, había sentido algo especial por aquel chico inalcanzable. Desde la boda de su tío no lo había vuelto a ver. Pensó que ese enamoramiento infantil estaba más que enterrado pero volver a verlo y tocarlo, había provocado volver a sentir aquel sentimiento extraño.

―Tu hermano no ha podido venir, la pequeña Julieta está con gripe. Lola me ha pedido que viniera a buscarte―explicó sacándola de sus pensamientos.

―¿Y mis tíos?―se refería a Hernán y Dana.

―Se han ido a Cuba a pasar el fin de semana, la rubia quería ver a Teresa. ¿Nos vamos?

―Claro.

Jack cogió su maleta y le indicó con la cabeza que le siguiera. Llegaron al aparcamiento del aeropuerto. Diana se quedó mirando una furgoneta amarilla de los años sesenta, parecía la de Scooby Doo. En un lado del vehículo en letras de vinilo decía “JacksMetal”, no tenía ni idea de que tocaba en un grupo de música. Dos años daba para mucho, Jack había retomado una de sus pasiones, la música. Se fijo que la pequeña de los Maverick llevaba colgada al hombro la funda de una guitarra.

―¿Es una guitarra española?―preguntó metiendo la maleta dentro de la furgoneta.

―Sí, me la ha regalado Dolores, la tía de Lola.

―¿Sabes tocarla?

―Sí, Manuel el Canastero me enseñó. Es un buen maestro.

―¿Cómo está ese hijo de puta?―soltó sin pensar que estaba hablando con una princesita delicada.

―Bien, pero no está bien insultar a la gente―contestó un poco molesta.

―Lo siento, no quería ofenderte. Suelto muchos tacos a lo largo del día. Cuando llegue a casa me lavaré la boca con jabón.―bromeó. Le guiñó un ojo y la invitó a subir a la furgoneta.

Diana casi se desmaya con aquel gesto tan sexy. Subieron al vehículo y Jack puso a Metálica. La joven no pudo evitar mirarlo de reojo, incluso conduciendo le parecía muy atractivo. Tenía unas manos perfectas, muy masculinas. Pensó como sería si recorrieran su cuerpo y sentir sus caricias. Jack se fijó que tenía las mejillas encendidas, se preocupó, no quería que entrara en pánico. Estaba convencido que estaba agobiada por verse encerrada con un casi desconocido. Cuando se pararon en un semáforo, alargó el brazo por encima de sus piernas para abrir la ventana, tenía manivela manual. Sintió como la joven se tensó. Maldijo por su estupidez, debería haberle sugerido que lo hiciera ella.

―Lo siento Diana, no pretendía tocarte. Solo quería abrir la ventana, hace calor.

―Sí, estoy un poco sofocada―fingió abanicarse con la mano.

La realidad era que estaba ardiendo por su presencia, él era el culpable de que su cuerpo desprendiera fuego. En ese momento, sonó el móvil de Jack. Le dio al manos libres, era Lola.

―Jack, ¿has recogido a Diana?―la voz la tenía muy apagada.

―Sí, está aquí a mi lado. Ya vamos para ya.

―No, no la traigas. Hemos caído todos enfermos. Diana, ¿me oyes?

―Sí, estoy aquí. Puedo ir a cuidar de vosotros, no me importa.

―No cielo, no queremos que caigas enferma―Lola creía que ya tenía suficiente con sus problemas.

― Jack, ¿te importa que se quede en el piso de Dana contigo?

―No, claro que no, cuidaré de ella. Mañana hablamos.

Cortó la comunicación. Diana estaba nerviosa con el cambio de plan, ahora dormiría bajo el mismo techo que su amor platónico. Las manos empezaron a sudarle y la lengua parecía que se la había comido el gato.

―Bueno, compartirás piso conmigo. No soy muy ordenado pero haré lo que sea para que te sientas como en casa.

―Gracias.

―No me las des, en realidad es más tu casa que la mía. Tu tía Dana me la alquila.

―Lo sé―se sentía estúpida por contestar con monosílabos.

Llegaron al piso. Jack dejó sus maletas en la antiguo dormitorio de Dana. Era la única habitación que estaba impoluta, ya que allí no entraba para nada. Diana colocó su ropa en los armarios vacios, no sabía cuántos días se iba a quedar y no quería que la ropa se le arrugase. Era muy temprano por la mañana, todavía no había desayunado. Fue a la cocina para preparar algo pero se encontró con la nevera vacía. Jack se sintió avergonzado, con el trabajo en la redacción apenas tenía tiempo para hacer la compra o limpiar. En realidad era una excusa que se decía a sí mismo para no llamarse guarro.

―Te prometo que en cuanto salga de currar iré a hacer la compra, vale.

―No hace falta, yo no tengo nada que hacer hasta el lunes que venga Dana a la redacción. Puedo ir yo a la compra.

―Perfecto, gracias―le revolvió el pelo como si fuera un caniche.

No le gustó que la tratase como a una niña. Tenía veintidós años y el treinta, no había tanta diferencia de edad. Diana estuvo todo el día organizando su habitación, dispuso los muebles a su gusto y deshizo la maleta. Lola había hablado con ella y la cosa iba para largo. Por precaución le había prohibido ir a visitarlos, la gripe había pasado por todos los miembros de la familia. Tendría un fin de semana sin nada que hacer. El lunes se incorporaba a trabajar y para colmo sus tíos estaban en Cuba.

Bajó al supermercado más cercano para llenar la nevera de provisiones, no entendía como Jack podía vivir con una vida tan desordenada. Compró todo lo necesario para dos personas y ya de paso hizo la comida. Macarrones con queso, su especialidad, la cocina tradicional italiana venía de familia. A parte, ella era muy cocinillas. Comió sola y se pasó la tarde tocando la guitarra que le había regalado su tata Dolores. Una lágrima resbaló por su mejilla al añorar aquella mujer tan excéntrica. Miró su ropa y se echó a reír. Llevaba puesto una camiseta de Bob Esponja, tenía la maleta llena de pijamas con personajes de dibujos y camisolas de estar por casa.

Llamaron a la puerta. Miró por la mirilla para asegurarse de quién había al otro lado. Una mujer rubia muy maquillada llamó de nuevo. Diana pensó que tal vez fuera una vecina, abrió un poco cautelosa. De pronto, la mujer, empujó fuerte y se lanzó a los brazos de Diana. Ésta se quedó quieta, un poco descolocada por la efusividad.

―¡Oh!, lo siento, pensé que era Jack. ¿Tú quién eres?―la rubia la cogió por los brazos y la miró de arriba abajo.

―Jack no ha llegado todavía, me llamo Diana. Soy…de la familia―no sabía que decir en realidad.

―Me llamo Susi, una amiga íntima de Jack. Soy súper fan de su grupo “JacksMetals”.―la rubia no paraba de enredar su pelo en el dedo y de hacer pompas con el chicle.

―Claro, ponte cómoda…―nunca en su vida se había cruzado con alguien tan descarado. Susi estaba ya sentado en el sofá y con el mando de la tele cambiando de canal.

―Diana, ven siéntate conmigo. ¡Va empezar la ruleta de la fortuna!, me encanta adivinar paneles.

―Claro―sin ganas se sentó al lado de aquella loca.

Pasaron dos horas viendo la caja tonta, no había acertado nada de los paneles del aquel programa pero la muchacha parecía pasarlo bien. La otra hora la pasaron hablando de peinados, uñas, zapatos y ropa. Diana tuvo que fingir que se divertía para no ser maleducada.

Disponible en  Amazon. Autora Katy Molina. Link:  relinks.me/B01LZZIA5A

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