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El Asesino del Kinbaku



Tres de la madrugada, Chicago.

 Eva Lago era una joven cabaretera con una voz envidiable, la llamaban “La Sirena de Chicago”, decían que si la escuchabas cantar te enamorabas totalmente y sin razón.

Paseaba por las calles desiertas de la ciudad, su turno en el Club Habana Negra había acabado. El frío de principios de invierno arrecia haciendo temblar a Eva, solo llevaba un chal con el cual se abrigó su piel helada. La madrugada parecía estar en calma, el repicar de sus tacones se escuchaba sobre el asfalto hasta que… un grito en la madrugada hizo que su corazón bombease advirtiéndole del peligro.

Eva, por instinto, salió corriendo calle abajo. Otro grito de horror caló en su cuerpo tembloroso, muerta de miedo se escondió detrás de un auto. Casi sin aliento, se atrevió asomar la cabeza por el lateral del coche, divisó a un hombre trajeado completamente de negro y con un sombrero de gánster salir del callejón. Se paró en mitad de la calle y le dio una larga calada al cigarrillo, soltó el humo y lo tiró al suelo de una manera peculiar con los dedos.

Eva se escondió, se quedó quieta, sin respiración, sin mover un músculo para que no la descubriese. Sintió el motor de un coche y como se alejaba. Soltó el aire y salió de su escondite, evidentemente aquel hombre había desaparecido en aquel auto. No sabía si asomarse en el callejón o seguir su camino sin involucrarse en lo que allí podía encontrar. Decidió marcharse pero cuando estaba a punto de mover los pies, algo en su interior, llamado conciencia, se lo impidió.

La joven, con cautela, se adentró en el callejón, el vaho de las alcantarillas hacían que la visión fuera difícil. Llegó hasta el final, era una calle sin salida y vio un cuerpo desnudo atado con una cuerda. Lo que más le llamó la atención fue la delicadeza con la que el cuerpo estaba atado, parecía una obra de arte. Avanzó hasta arrodillarse al lado de la muchacha y vio sus ojos vacios sin vida.

Cinco de la madrugada, Comisaria de Chicago.

El inspector James Detroit se hallaba en la sala de interrogatorios con la cabaretera Eva Lago. Había oído hablar de la belleza de aquella mujer pero los comentarios no le hacían justicia, era incluso más hermosa que todos aquellos halagos, era una diosa. James no pudo evitar fantasear con tenerla bajo su cuerpo y probar el sabor de su piel nívea.

―¿Fuma?―Detroit le ofreció la cajetilla de tabaco.

―Gracias, no fumo pero me vendría bien un cigarrillo. No todos los días uno se encuentra un cadáver.

―Señorita quiero que escriba en el cuaderno todo lo que escuchó y vio, es importante para la investigación.

―Lo haré.

Eva escribió bajo la atenta mirada del inspector todo como ella lo había vivido. Le entregó el cuaderno firmado con su declaración. James acompañó a la señorita Lago hasta su domicilio en coche, quería asegurarse de que no fuera la próxima víctima. Eva, antes de bajarse del auto le preguntó una curiosidad que la estaba matando.

―Señor Detroit, el cuerpo estaba atado de manera estratégica, nunca había visto algo igual. ¿Es alguna técnica especial?

―Muy observadora señorita Lago, sí, se llama Kinbaku, significa atadura tensa, es un estilo japonés de bondage que implica atar siguiendo ciertos principios técnicos y estéticos, se emplea cuerdas generalmente de fibras naturales.

―Oh, está hablando del Shibari―añadió Eva interesada en esa información. Había leído libros sobre bondage y bdsm.

―Hay una diferencia entre Shibari y Kinbaku, el Shibari define la acción y el kinbaku se refiere al arte del encordamiento. El arte del Shibari no implica forzosamente la inmovilización. ¿Lo entiende?

―Creo que sí, el asesino utiliza esta técnica para inmovilizar por completo a la víctima y así someter su voluntad a sus pecados más oscuros.

―Sería una manera de verlo―James sonrió de manera cálida―tenga buena día señorita Lago, gracias por su colaboración.

Pasó una semana desde el incidente, Eva siguió con su vida y su rutina, aunque de madruga prefería ir a casa en taxi que ir caminando. Estaba al tanto de las investigaciones de la policía, James Detroit había estado asistiendo a sus actuaciones cada noche desde el asesinato. Se sentía segura al tenerlo cerca pero a la vez sentía miedo, de que el asesino volviese a cometer un crimen, la próxima víctima podía ser ella o cualquier otra chica y eso la inquietaba.

Una noche, tras enamorar a toda la sala con su voz, se permitió tomar una copa con el inspector. James había asistido cada noche embelesado por la belleza clásica de Eva Lago, se había enamorado de su cuerpo, de su rostro, de su voz, de sus manos, del contoneo de sus caderas, de sus muslos torneados, del color de su pelo, de su perfume, en definitiva de todo su ser. Tomar una copa en su compañía era todo un privilegio, bajo la luz de las velas hablaron de sus vidas. Eva daba vueltas a la aceituna de su Martini atenta a todo lo que James Detroit hablaba, su voz era muy sensual y ronca. El calor subió desde su entrepierna, tuvo que apretar los muslos por el palpitar de su vulva.

―¿Puedo hacerle una pregunta?

―Claro, puede preguntar lo que desee saber―James dio una calada a su cigarrillo, soltó el humo de una forma muy masculina que atrapó a Eva en una mirada oscura. La joven tragó saliva e hizo su pregunta.

―¿Cómo es qué sabe tanto de Kinbaku?

―En mi tiempo libre soy maestro, ¿le gustaría que le enseñara alguna técnica? Eva se humedeció los labios, miró a James deseando que ella fuera el lienzo de sus ataduras, deseaba ser la mujer que lo inspirase, por eso no dudó en su respuesta.

―Sería un placer.

 James la llevó hasta su ático en el centro de la ciudad, era un viejo edificio que antiguamente había servido de fábrica de cartones, hoy en día reformado para viviendas pero con ese encanto antiguo.

Subieron en un ascensor de carga hasta el gran espacio diáfano, solo las columnas separaban las estancias. Eva quedó sorprendida, era un lugar bastante acogedor para ser tan espacioso, las paredes estaban revestidas con estanterías, todas ellas llenas de libros. El inspector posó su mano en la parte baja de su espalda y la llevó a un rincón desnudo con tan solo una alfombra color burdeos y un montón de cuerda. James la giró y posó un dedo en su mentón, levantó su rostro con delicadeza, acercó sus labios a los de ella y la besó despacio sin utilizar la lengua. Ella gimió en su boca presa de la lujuria.

―Desnúdate, por favor―al ver duda en su mirada la tranquilizó con palabras y promesas―necesito la suavidad de tu piel para enseñarte el arte del kinbaku, prometo cuidar de ti y enseñarte uno de los placeres más satisfactorios de la humanidad.

Eva se bajó los tirantes con timidez descubriendo los pequeños y turgentes pechos, enrolló el vestido en la cintura y lo deslizó por las piernas, se quedó en bragas. James caminó a su alrededor admirando sus curvas, se paró en su trasero y le dio un tierno azote. Dio un respingo por la sensación de dolor pero le gustó. El inspector metió los pulgares por la cinturilla de su ropa interior y la deslizó por su trasero, bajó la prenda por los muslos hasta los tobillos. Se las quitó y se las guardó en el bolsillo del chaleco. En cuclillas, detrás de Eva, posó sus manos en las nalgas y abrió un poco para oler la esencia de la sirena. Alargó la lengua y con la punta rozó el orificio de la vagina, sabía a pecado. Se levantó y la hizo arrodillarse con las manos a la espalda.

―Te enseñaré el Ushiro, consiste en capturar la parte superior del torso inmovilizando los brazos generalmente tras la espalda en forma de X.

 Eva notó como la cuerda rozaba su piel y la inmovilizaba, al principio sintió angustia pero al ver la mirada de James sintió seguridad. Lo que más le gustó fue sentir sus manos por su cuerpo, estaba húmeda, muy húmeda, preparada para gozar. Se sometería a sus deseos si con ello conseguía sentir el miembro del señor Detroit en su interior. Atada, y sin posibilidad de escapar, se sometió a su voluntad. Jaime observó su obra de arte excitado, el bulto en su pantalón lo mostraba.

 Se acercó hasta Eva y colocó su paquete a la altura de su boca, abrió la bragueta y sacó su pene ligeramente arqueado hacia abajo, era grande, carnoso y estaba duro. La cabaretera abrió la boca y atrapó su miembro tragando hasta el fondo. Chupó, James la sujetó del pelo para acompañar sus movimientos. Disfrutó de cada arcada hasta derramar su semilla en su boca. Eva tragó el elixir del maestro y se quedó con algunas gotas de semen en los labios que recogería con la lengua.

―Ahora sentirás el placer con una cuerda en tu sexo. La técnica se llama Matanawa, esta atadura se centra en la parte genital.

James utilizó la cuerda en su vagina rozando la carne sensible e hinchada por la excitación. Eva suspiraba por la fricción, era muy placentero y nada doloroso ya que tenía sus partes muy lubricadas. Cayó rendida en el suelo gimiendo ante el inspector. Detroit metió dos dedos en su ano y tensó más la cuerda, Eva se vació gritando el nombre del maestro, <<¡¡James!!>> Satisfecha, siguió atada, miró al inspector que se encontraba apoyado en la pared de su ático fumándose un cigarrillo al lado de un perchero. Eva desvió la mirada hacia el objeto al ver un sombrero de gánster y una americana negra.

Miró al señor Detroit y vio como de una calada se fumaba medio cigarro, después soltó el humo y lo tiró por la ventana con el mismo gesto que el asesino del callejón había hecho. Eva miró con horror al inspector negando con la cabeza, había acabado siendo la víctima del asesino.

―Has sido un lienzo perfecto, Sirena de Chicago.

 James cogió una aguja muy fina y le atravesó el corazón llevándose la vida de Eva Lago. Tres de la madrugada, Chicago. Sharon Meyer, una madre soltera, regresaba a casa tras su jornada de trabajo cuando vio un bulto en un callejón cercano. Alarmada, al ver el cuerpo de un ser humano, se acercó y llamó a la policía.

Se quedó atónita al comprobar de qué se trataba de la famosa cantante de Chicago, “La Sirena”, atada de una forma muy curiosa. La policía llegó en menos de diez minutos y acordonó la escena del crimen. James Detroit interrogó personalmente a la señorita Meyer.

―Señorita le tengo que tomar declaración, sería tan amable de acompañarme a comisaria.

La joven aceptó ajena de que estaba poniendo su vida en manos del asesino del Kinbaku.

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