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La Cúspide de la Vida


Toda una vida buscando la mejor fotografía para el concurso nacional que se celebraba cada año en Barcelona. Las bases eran las mismas año tras año, captar la cúspide de la vida en todas sus ramas.

Enoc estaba obsesionado, prácticamente se había gastado toda su fortuna familiar viajando a diferentes países del mundo buscando la fotografía perfecta. Todos los años se presentaba con una que él creía firmemente que sería la ganadora. Pero nunca lograba su objetivo, faltaba algo que no lograba captar. El juez siempre le decía “En lo simple encontrarás la belleza de la vida”.

Demasiados años perdidos sin encontrar nada que según los jueces mereciese la pena. Desanimado, abandonó el proyecto y se retiró a vivir a una pequeña masía a las afueras de Barcelona, la Roca. Allí pasaría los días lamentándose de su fracaso o eso creyó. Tras una semana, encerrado a cal y canto, decidió salir a respirar aire fresco. La vida continuaba y el debía seguir avanzando. Cogió a su inseparable amiga, la cámara de fotos y salió a dar un paseo por los alrededores. La naturaleza era su mundo ahora. Dejaría de obsesionarse por la foto del concurso y dejaría volar el objetivo en busca de lo simple, de las cosas cotidianas.

Comenzó a fotografiar, a los animales, a los muebles antiguos del viejo trastero, a los grandes pinos que rodeaban la finca, etc. Se convirtió en su hobby y no en una necesidad. Descubrió que así era más feliz y esa opresión que sintió durante años en el pecho desapareció.

Un día, paseando a la vera de un arroyo, en pleno verano, oyó risas que procedían de una poza. Se escondió detrás de los matorrales y vio a una pareja joven, desnudos, dando rienda suelta a la pasión. Era la primera vez que se encontraba en una situación parecida. Nunca había visto sexo en directo. Se tumbó en el suelo y sacó el trípode para capturar imágenes para sus noches de soledad. Enoc se encontraba muy excitado, el pene le apretaba contra la tela del pantalón. La pareja fornicaban dentro de la poza, había poco agua y se veían perfectamente sus movimientos. El joven la embestía por el trasero. Ella gritaba loca de placer. Enoc soplaba a punto de reventarle los huevos pero no podía levantarse, lo descubrirían y no pensaba marcharse sin fotografiar el orgasmo.

Por eso, hizo un agujero en el suelo y revistió las paredes de musgo. Se bajó los pantalones hasta la mitad de los muslos, cogió el pene y lo metió dentro. Era perfecto para su grosor. Imaginó que el suelo era el culo de la chica y fue empujando a la vez que el chico. La cámara fue disparando a la vez del acto sexual, Enoc dio al automático y se folló a la madre tierra literalmente. El roce de los testículos en el suelo ayudó a que llegara al orgasmo. Fue a la misma vez que la pareja. Enoc derramó su semen en el agujero, sacó el pene y echó tierra para taparlo. Tal vez creciera una ninfa fornicadora en un futuro. Recogió sus cosas y se marchó a cuatro patas del lugar. No quería molestar.

Al llegar a casa, reveló las fotos. Las guardó en una caja a la disposición de sus pajas nocturnas. Desde aquel día, se aficionó a espiar a las parejas que fornicaban en el monte o en las parcelas cercanas y así fotografiar sus momentos de placer. Había encontrado un nuevo hobby, masturbarse con el objetivo de su cámara y le gustaba mucho.

Salía a caminar con un paquete de clínex y un pantalón corto sin ropa interior. Aquella tarde, no encontró a nadie follando en mitad del monte. Excitado y con ganas de tocarse. Dejó la cámara en el suelo, se apoyó en el tronco de un árbol y abierto de piernas, sacó por el lateral del pantalón corto la polla. Gorda y venosa, preparada para ser acariciada por su propia mano. La cogió y sin prisas, con la brisa del viento en la cara, fue deslizando la mano de arriba abajo. Con la otra, se tocaba los testículos. Cerró los ojos disfrutando del día de la mejor manera.

De pronto, notó unos labios en su prepucio. Abrió los ojos y se encontró con una morena de cabello largo arrodillada entre sus piernas chupando su glande. Enoc no dijo nada, que iba a decir si el placer era doble. La joven sacó la lengua y lamió su carne excitada. Se metió un testículo en la boca, después el otro y más que listo y preparada para follar, se sentó a horcajadas encima de él. Enoc la sujetó de la cintura y la ayudó a rebotar en su pene. Profundas bajadas y lentas subidas. Atrapó un pecho con los dientes y tiró con cuidado, la muchacha tenía los pechos duros y llenitos de leche. Succionó mamando de sus tetas, la leche era un poco amarga pero la sensación de beber de su cuerpo mientras la follaba no tenía precio.

La morena tembló encima de su pene, alcanzando el orgasmo. El fotógrafo no quiso perder ese instante y fotografió su cara cuando se corrió. Él, se dejó ir fuera de su cuerpo, no era plan de plantar un bebé. Con la polla fuera de su sexo, escupió el semen en el estómago de la muchacha.

Aquella noche, en su casa, miró la fotografía varias veces y lo supo, esa era la cúspide de la vida. Regresó a Barcelona y se presentó al concurso por última vez. Aquel año lo ganó y su foto se expuso por toda Europa.

Por fin alcanzó la felicidad y no fue por el premio y el reconocimiento si no por la morena que calentaba todas las noches su cama.

©Katy Molina.


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