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JINETE

                          Katy Molina



       “Los únicos inmortales de este mundo sin nombre son los latidos de nuestros corazones”.

       Alguna vez habéis tenido esa sensación de ahogo que no te deja respirar, que te falta el aire y todas tus ilusiones se desvanecen en un momento. Así me sentí el día que rompieron mi corazón en mil pedazos. Hace un año, era el hombre más feliz del mundo. Tenía una mujer preciosa e inteligente a mi lado. Nos amábamos y respetábamos o eso era lo que creía, pero la realidad era otra muy distinta. Fui un idiota, estuve ciego, pero eso es lo que los poetas dicen; cuando estás enamorado mueres de amor y no ves más allá que el sentir de tu corazón. Morí de amor literalmente aquella noche de lluvia y truenos. El tiempo fue un presagio que no supe leer. 

     Llegué de un viaje de trabajo, había estado varios días fuera y quise sorprenderla adelantando mi llegada. Estaba empapado por la lluvia, pero tenía una sonrisa de loco enamorado por ver la cara de felicidad de mi chica cuando viera las locuras que era capaz de hacer por amor. Sin hacer ruido metí la llave y entré sin encender las luces. De puntillas fui hasta el dormitorio pues era muy tarde y mi chica estaría durmiendo. Abrí la puerta de doble hoja cuando escuché unos gemidos. Fue como si un rayo me golpeara el pecho, no quería creer lo que mis oídos estaban escuchando. Un sudor frío bajó por mi espalda y negando lo evidente empujé la puerta de golpe. Mis peores temores se confirmaron, mi mujer, mi chica, estaba retozando felizmente con un hombre que no era yo. Desnudos, en mi cama, en las sábanas que tantas veces nos habíamos amado. La tormenta tronó y mi ser se rompió en mil pedazos llevándose mis ganas de amar. Me sentí traicionado. En ese momento la odié y me entraron ganas de gritarle como un histérico despechado, quise pegarle una paliza al tipo que me había abierto los ojos irónicamente, pero no hice nada. Solo la miré a los ojos, no hubo más palabras que el silencio pues no hizo falta. 

     Mi vida a partir de entonces fue una calamidad y dejé de creer en el amor. La estrella que guiaba mis pasos me había abandonado. No tenía más ganas de fingir y me quedé solo, vacío. Ya no me importaba nada, no creía en los cuentos de hadas. Mi alma se quebró de tantas mentiras. No quise conformarme más, me había quitado la venda de los ojos. Decidí empezar de cero y volverme un triste solitario. Un trovador que fuera de taberna en taberna cantando el dolor que sentía en lo más profundo de su corazón. Así empezó mi nuevo camino, me convertí en un vagabundo de senderos sin buscar nada. Supe que esa herida jamás sanaría. Me gané el apodo de “Jinete”, un trotamundos que tocaba con la tristeza en la melodía. Recorrí Europa tocando mis canciones, fue la única manera de sentirme vivo. Conocí mujeres hermosas y nunca pude quitarme el recuerdo de esa chica que me partió el alma. Fue mi pena y mi cruz durante mucho tiempo. Me llené de aromas a almizcles muy distintos, disfrutando del sexo pues no había amor ni promesas, solo el deseo más primitivo del hombre, el gozo. Una noche de verano, llegué a una taberna italiana en plena Toscana. Apalabré un pequeño concierto con el dueño, debía seguir mi camino y no mirar atrás. Aquella noche canté mi dolor, embelesando al pequeño público que había ido al lugar a ahogar sus penas. La canción decía así: 

El trovador esperó a la muerte, tenía el alma destrozada. Olvidó sentir y se volvió un jinete solitario. Las palabras fueron las lágrimas que no derramó. Pobre jinete que cabalga herido de amor sin más anhelo que cantar su triste melodía. El trovador esperó a la muerte, tenía el alma destrozada. Las estrellas fueron su guía en el vacío de su vida, alumbrando la oscuridad del corazón que no late porque olvidó como enamorarse”. 


     Cada vez que terminaba una canción veía la tormenta en los ojos de aquellos pobres diablos. Terminé con una reverencia y cogí mi guitarra para descansar bajo el firmamento de aquella ciudad. La hija más joven del tabernero me esperaba junto a un gran árbol con la mirada excitada. Era una invitación en todo regla y pensaba aprovecharme. Sabía que no sentiría, que no volvería a enamorarme, pero me llevaría las sensaciones para no olvidar el cuerpo de una mujer. Dejé la guitarra en el suelo y me arrodillé frente a su cuerpo. Le daría lo que deseaba pero nada más, no podía. Posé mis manos en sus tobillos y subí recorriendo la tersa piel de la joven. Acaricié sus muslos firmes hasta llegar al trasero redondo y blando. Acerqué la nariz a su triángulo, a su sexo, por encima de su falda. Moví la cabeza de un lado a otro y aspiré su juventud. Me levanté y le quité el vestido por encima de la cabeza. Solo llevaba unas bragas blancas de algodón. Sus pechos todavía no se habían desarrollado lo suficiente, no tendría más de dieciséis años. Vi una mancha de excitación justo en la raja de su sexo. Posé mi mano y toqué, aquello era por mí. Su vagina me recibía llorando. Retiré la prenda a un lado y toqué su carne sonrosada y caliente. Los dedos se llenaron de néctar, olía tan bien que probé su esencia. La dulce e inocente joven gimió ante mi acto salvaje. Ella deseaba al loco trovador, al bohemio con pinta de canalla y se lo daría. La enredé en mis caderas y apoyé su cuerpo contra el árbol. Besé aquellos labios gruesos que todavía no sabían a maldad. Bajé por su cuello hasta atrapar un pecho, eran suaves y jóvenes. Aquel acto era un pecado que me cobraría pues la vida me había hecho ser un tipo sin sentimientos. Noté como su ropa interior estaba empapada, estaba más que lista y lubricada para acoger a un pene maduro. La tumbé en el suelo y se las quité. A ahorcajadas encima de la pequeña, estrujé sus bragas en mi boca para recoger su esencia. Varias gotas cayeron en mi lengua volviéndome loco de deseo. Era una diosa, tenía la mirada sucia y las mejillas arreboladas. Su pecho subía y bajaba, me quería dentro de ella. Así que bajé la cremallera del pantalón y liberé la dura erección. No hizo falta que me los quitara del todo.



 ―No apartes la mirada de mí…―exclamé pues le iba a quitar su virginidad. 

― Qué… 

     Le sujeté las manos por encima de la cabeza y empujé de un golpe brusco. La pequeña se quedó sin habla y dos lágrimas cayeron por su cara. La besé susurrando contra sus labios que no temiera, que el dolor pasaría. Y así fue. Tuve que ponerle las bragas como mordaza para que no hiciera ruido, gritaba como una perra en celo. Era normal, acababa de descubrir el sexo. Mis caderas danzaron libres, buscando el gozo. La pequeña contraía la cara de placer, el orgasmo había hecho aparición en su cuerpo, la prueba los temblores descontrolados. Seguí entrando y saliendo pero no llevaba mi momento, demasiado vacio para eyacular. Salí de su cuerpo y me tumbé a su lado con la erección alzada al cielo. Solo había una mano que podía remediarlo y era la mía. Me masturbé en solitario para descargar tensión. Ya no existía ninguna mujer que pudiera hacerme gozar con sus encantos, jamás volvería a derramarme en el cuerpo de una. Ese era mi castigo, me había olvidado de sentir. 

Emprendí mi viaje en la madrugada, lejos de Italia, de aquella taberna y de la pequeña rebelde con ganas de experimentar. Mis pasos me guiaron a Francia, a la ciudad del amor y la belleza. ¿Podría aquella ciudad devolverme el corazón? Demasiado roto para reparar sentimientos. Pasé por el gran Moulin Rouge de París. Una señorita con pinta de prostituta fumaba un pitillo en la puerta trasera del edificio. Al pasar, me guiñó un ojo y me tiró un beso. Mis pasos se detuvieron pues no tenía donde cobijarme aquella noche y pensé en enamorarla para poder tocar mis angustiosas palabras en aquel gran teatro. No era de ser un caballero lo que iba hacer pero la vida me había enseñado a ser un canalla para conseguir un objetivo. Sonreí de medio lado y me quité el sombrero de gánster para saludarla. La señorita se atusó el corsé ante mis atenciones y bravo, caminé hacia ella. A su altura, le robé la mirada y me guardé su alma en el silencio de los deseos y la lujuria. Le quité el cigarrillo y le di una calada para después echarle el humo en la cara. En la jerga callejera ese acto significa que estás interesado en mantener relaciones íntimas. 

―Me llamo Sofí…―se presentó babeando por mi barba de tres días y mi olor a hombre de tres noches. 

― ¿Compartirías cama con un pobre diablo?

 Observé como apretaba las piernas, aguantando el deseo el cual palpitaba por ofrecerse. Le levanté el mentón y besé aquellos hermosos labios que tan bien sabían hablar de vulgaridades sexuales. Gustosa me llevó a su habitación, era pequeña: con un lecho, un pequeño baño y una sala de estar muy pequeña. Ahora me tocaba subirle las faldas como antiguamente en un burdel y empujar sin más, sin caricias, ni promesas, ni palabras hermosas… solo hundirme y salir, así sucesivamente. La tumbé en la cama y le quité el vestido. La dejé con el corsé y le arranqué las bragas. Separé sus piernas por las rodillas dobladas y como un delicioso manjar a marisco inundé mis fosas nasales. No era el mejor olor a limpio, pero tampoco el más desagradable. Su aroma era a puta, a coño maduro. Me gustan las mujeres rodadas, con experiencias. Agaché la cabeza hasta sus labios vaginales y lamí sus jugos. Acto seguido mi pene creció excitado. Solo tenía que conectarme a su vagina y tendría sexo gratis. Me deslicé en su cavidad resbaladiza y moví las caderas golpe a golpe. Rozando los testículos en su ano. Tenía unos pechos hermosos, con las aureolas grandes y morenas, eran preciosas. Metí la cabeza entre aquellos dos senos y seguí en la búsqueda de mi orgasmo pero como la última vez, no podía culminar con una mujer. Solo la soledad de mi mano hacía el milagro. Sofí tembló bajo mi cuerpo, estremeciéndose de placer y deseo. Cuando quedó lacia, me salí con el miembro duro y con las venas hinchadas. 



―¿Qué sucede? No te gusta lo que ves― preguntó preocupada por sus artes amatorias.

 ―Soy un alma rota, y la gente como yo no puede disfrutar del sexo… solo una simple paja me hará volar pero nunca más una mujer…―estaba abatido y todavía me costaba admitir mi destino. 

― Tengo la solución. Me tocaré frente a ti y tú acariciarás tu polla sin quitarme ojo, al menos disfrutarás de una masturbación conjunta. 

     Me gustó la idea y tenía ganas de ponerla en práctica. Sofí se sentó en un sofá orejero de color verde y yo estaba al filo de la cama agarrándome el pene. El espectáculo empezó. Se acarició el sexo y se pellizcó los pezones, sus gemidos encendieron la chispa y lo demás fue fácil de acabar. 


Acaricié mi verga disfrutando de los placeres que me ofrecía y en su compañía, aunque tocándome yo solo, pude culminar en un fabuloso orgasmo. 


Descansé aquel día abrazado a una dulce mujer que olía a sexo internacional, pero no me importó pues mi corazón seguía sin sentir. Mi largo viaje continuaba sin rumbo fijo, sin ganas de nada solo de cantar mi pena en tugurios clandestinos. 

     Al anochecer, cogí mi guitarra y seguí mi camino a ninguna parte. Una vez en el callejón, me encendí un cigarrillo antes de partir. Subí las solapas de la chaqueta para guarecerme del frío y me puse en marcha, pero justo en ese momento Sofí salió a despedirse. 

―Oye, Jinete, me das fuego― se apoyó en la pared de ladrillo del edificio mirándome con descaro. 

―Tu cuerpo desprende fuego, no lo necesitas―abrí el zippo y le di fuego―ha sido un placer, que la vida te sonría. 

―Dame tu mano―me cogió la palma y le dio la vuelta. Me quedé perplejo―lo que buscas lo encontrarás. 

―No busco nada, lo perdí hace mucho tiempo―no me gustaban esos tipos de juegos estúpidos. 

―Mi abuela leía la mano, mi madre también y yo soy como ellas, herencia familiar―le dio una larga calada al cigarro y me lo echó en la cara―puedes creer o no, pero las líneas de tu mano lo dicen claramente, sufrirás por amor para encontrar al de verdad. Suerte Jinete. 

      Me dejó callado y pensativo, me marché de aquel lugar sin creer ni una palabra de aquella gitana de pasiones universales. Las calles de París estaban solitarias y eso me relajaba, solo tenía que buscar alguna taberna de mala muerte para tocar mi triste canción. Llegué a una muy especial, se llamaba “Lobo de Mar”. Entré con cautela y vi a una mujer madura con un parche pirata tapando uno de sus ojos zafiros, era hermosa, una belleza natural. Me fijé que tenía un pequeño escenario de madera con un micrófono, había encontrado un sitio donde tocar mi música. Fui a la barra y pedí un vaso de whisky, lo tomé de un trago para refrescar mis cuerdas vocales. Aquella mujer se acercó con un movimiento de caderas muy sensual. 

―Buenas noches, caballero. Veo que tiene una guitarra, ¿ es músico?―preguntó curiosa, sonreí para camelarme su favor. 

― Toco, escribo y canto. 

― Hoy no tengo trovador que me deleite con bellas canciones, sería usted tan amable de subir al escenario. Le pagaré. 

―Tocaré a cambio de dinero, cobijo y un plato caliente. Me acabo de dar cuenta de que esto es una posada―miré a alrededor, necesitaba descansar durante una larga noche. 

―Trato hecho, le pago una noche a cambio de dos noches de trabajo con habitación incluida y comida―me ofreció la mano y se la estreché. 

     Me venía bien descansar un poco. No había mucha gente, solo algún solitario y algunas parejas acarameladas. Afiné a mi amiga inconfesable y comencé a expresar mis sentimientos. 

     “No dejes llorar a mi adormecida alma, ayúdala a volar, a reír y enséñale a amar… La vida fue un difícil caminar que marchitó a mis emociones, destrozando sus ilusiones en una caricia muda… No dejes llorar a mi adormecida alma, desanúdame este sentir amargo y bésame hasta hacerme olvidar…” 

     Siempre con esa misma sensación en el pecho cada vez que terminaba de cantar mi triste historia. Bajé del escenario y fui a por una copa de whisky barato, necesitaba un trago y un cigarrillo. La tabernera me hizo compañía bebiendo, dijo que alguien que canta desde el alma con tanto sentimiento no hay que dejarlo llorar solo. No lloraba, pero mi corazón derramaba lágrimas negras desde hacía mucho tiempo. Tuvimos una conversación distendida y unas cuantas sonrisas se colaron sin pretenderlo. Aquella mujer me producía curiosidad, era una guerrera con parche pirata, pero sin pata de palo, con más historias a su espalda que la mía propia. Me gustaba su compañía, era inteligente y sabia. Nos liamos con la botella hasta acabarla, ya de madrugada me acompañó a la habitación. Estaba borracho para que negarlo, pero con deseo de poseerla, de conquistar ese viejo navío. La arrastré dentro del dormitorio y me tumbé en la cama junto a ella. Una de mis manos voló por debajo de la falda acariciando su muslo, me di cuenta que no tenía ropa interior. Sonreí con mi mejor sonrisa canalla y ella no se quedó atrás. Recuerdo que me dijo su nombre, pero el alcohol lo borró de mi mente, así que decidí llamarla “la pirata”. Aquella noche estaba dispuesto a correrme en su vagina y llenarla de mi esencia con sabor a whisky. Envalentonado cogí una botella de ron que había en la cómoda, alguien la había olvidado puesto que estaba medio vacía. 

―Hoy me darás de beber por tu boca que tienes entre las piernas―vertí la botella mojando su sexo, empapando su carne lubricada. 



     El olor de su almizcle se mezcló con el alcohol y creé sin ser consciente la bebida de los dioses. Saqué la lengua y chupé desde el orificio de orinar hasta su clítoris, lamí una y otra vez hasta dejarlo seco. Mi pirata tenía la mirada anegada en lágrimas por el clímax, se había corrido en mi boca y deseaba más. La cabeza de mi miembro lucía por encima de la cinturilla del pantalón hambriento de contacto. Le di la vuelta y la puse a cuatro patas, tenía un ano pequeño y manchado de fluidos vaginales de tanto llorar de gozo. Le di un trago al ron dejando el contenido en la boca y escupí en su trasero, acerqué la cabeza de mi placer y con sigilo me hundí en su culo redondo y terso. Casi me desmayo al sentir explotar todas mis terminaciones nerviosas. La embestí con todas mis ganas, azotando su trasero, poniéndome violento en el sexo. La agarré del cuello, estrechándola contra mi pecho, y empujé mis caderas con fuerza. Sentí el orgasmo venir, pero se detuvo en mi vientre rompiendo las ganas que tenía de vaciarme por completo. Una vez más pasó, estaba roto y no pude correrme en el interior de una mujer. Ella tembló dejándose llevar por el clímax. Salí de su interior con el pene tieso y desatando mi rabia, caminé empalmado hasta posarme de rodillas ante la venta de la habitación, abrí los brazos en cruz y dejé que la luz de la luna iluminara mi cuerpo. De pronto, ese cosquilleo que se detuvo se activó como la corriente de un rio, el semen salió disparado manchando el suelo y caí exhausto. Ladeé la cara y aquella mujer me observaba, no con pena sino como una hechicera. Bajó de la cama y se tumbó a mi lado.

 ―Te han roto el alma, lo he visto antes―exclamó mirando al techo. 

―¿La recuperó?―pregunté esperanzado. ― No, murió de amargura y pena porque así lo quiso. No pudo olvidar. Aun sigue respirando y navegando con la mirada de un solo ojo… 

     Me di cuenta de que estaba hablando de sí misma, no supe qué decir porque me sentía igual. Simplemente le toqué la mano, sería un canalla, pero sobre todo soy persona. Solo el amor se me perdió pero no la comprensión. Al rato siguió hablando hasta el punto que sentí su dolor. 

― Perdí el ojo intentando quitarme la vida por amor, fue un accidente de coche premeditado. Aquella noche morí, y la muerte se llevó mi alma… desde entonces vivo en una tormenta de sentimientos y soy incapaz de amar, ya no hay luz por la que ilusionarme y luchar. Solo placer pasajero, mi vida consiste en ser una mujer muda de sensaciones. 

―Pues entonces empápate de estos momentos irrepetibles―la estreché contra mi pecho, quería que se diera una oportunidad ya que para mi no cabía esa posibilidad. Estuvimos así unos minutos, después se marchó dejándome solo en mi soledad. Me acosté aquella noche con muchos sentimientos encontrados, soñé que una bella mujer me regalaba el latido de un nuevo corazón sin dueño, uno para empezar de cero y olvidar mi triste historia. 

     El día de mi partida le regalé a Pirata una canción escrita de mi puño y letra. Deseaba hacerla sentir con mis palabras. La encontré en la barra como cada mañana de esos dos días que me hospedé, le regalé una sonrisa sincera y le entregué el papel doblado por la mitad. 

― ¿Qué es? 

― Un regalo para mi amiga, lee. 

     Me miró sin entender y un poco nerviosa, no estaba acostumbrada a recibir ninguna clase de atención más que las embestidas en la cama. Leyó la primera línea y río con lágrimas en los ojos. La canción para Pirata decía así: 

“No pierdas la ilusión, deja que tus labios callados vuelvan a besar. Despierta embravecida como las olas de tus enredados sentimientos. Pirata, reina de tu sentir, flor de vida, brilla hasta obtener la alegría de tu corazón. No te des por vencida y suspira por amor, pasión y locura desmedida hasta conectar una vez más con tu alma. No le des la espalda a esas miradas que atrapan gozos y prometen verdades sin miedos” 

     Se llevó la hoja al pecho y tembló a la misma vez que reía y lloraba. Decidí llevarme su dolor y cargarlo a mi espalda, si alguno de los dos debía tener una segunda oportunidad, sería ella. Jamás pude olvidar ese ojo zafiro que me marcó para bien en mi largo caminar. Seguí mis pasos a España, siempre había querido viajar a esa tierra de calor y llena de historia. Esperaba empaparme de su arte y poder tocar mis humildes canciones en cada taberna de todas las ciudades. Después de meses recorriendo lugares emblemáticos mi camino tuvo más rodaje que la historia de una catedral. Llegué a la gran ciudad de Barcelona, una urbe con mucha vida nocturna. Me fascinó su barrio gótico y los tugurios clandestinos que llevaban en pie desde el 1800, estaba encantado y emocionado. Una tarde, llegué a un sitio muy turístico que se llamaba “El Bosc de les Fades”, el bosque de las hadas. Era un lugar mágico, pero que por la noche dejaba de ser una taberna turística para sumergirse en un rincón de pasiones, charlas y buena música. Quise ser parte de aquel lugar, por ello me atreví a hablar con el dueño y pedirle una actuación. Al principio se negó, pero cuando le dije que lo haría totalmente gratis sonrió de oreja a oreja. Aquella noche sería un duende sin alma, todo estaba preparado y toqué cautivando a los clientes. 

     “No hay palabras ni tiempo para el corazón marchito de un trovador sin alma. Solo puedo soñar con que me abrasen la piel bajo la caricia de una dama de pasiones desatadas. Tengo ganas de que me vuelvan a amar, de que mis olvidos regresen como una tormenta de verano y que me devuelvan el oxígeno para volver a respirar. No hay palabras ni tiempo para un alma sin vida, para un hombre que perdió el sentir de su corazón” 

     Terminé de cantar y alcé la mirada al público, que mudo se había quedado con brillo en la mirada, les había robado el alma y en ese momento se había ido a otro lugar, a uno que solo ellos sabían, pues estaban en el cuento de sus corazones. Sonreí satisfecho, cuando me levanté vi algo que me sobresaltó a punto del infarto. Eran los ojos caramelos más hermosos que jamás hubiese visto, me quedé mudo, sin aliento. Parpadeé nervioso porque había sentido un latido en el corazón y no pude evitar acordarme de la gitana, de Sofí y su lectura de mano. Cuando me quise dar cuenta, se había marchado y entonces entendí que eran anhelos, deseos y nunca había existido esa sirena. Me lo había imaginado, entendí que en el fondo de mi corazón necesitaba creer cada palabra de Sofí y soñaba con que algún día apareciera esa mujer que me hiciera temblar de arriba y abajo. Pero el desconcierto llegó de madrugada, dormía plácidamente en la habitación de un hostal de mala muerte y con las ventanas abiertas de par en par para que entrara el fresquito de la calle. Fue el mejor sueño que jamás había tenido, la mujer de ojos caramelo entraba por la ventana como un ángel con sus grandes alas blancas. No podía moverme ni hablar, estaba perdido a su merced. Desnuda y con brillo en el sexo, resbalaba por mi duro tronco, sentí una electricidad intensa en mi vientre hasta el punto de hacerme llorar por el gozo. Movió sus caderas en círculos y subió y bajó por el ancho y largo de mi miembro. 


Un cosquilleo extraño subió por mis piernas hasta desembocar en un orgasmo, recuerdo reír histérico mientras me derramaba dentro de su cuerpo. De pronto, abrí los ojos y me senté de golpe encima de la cama, miré mi pene y lo vi escupir semen. Me había corrido en el interior de una mujer, sabía que había sido en sueños, pero para mi fue muy real y con eso, de momento, me bastaba. 

     Mi gran viaje continuó y abandoné el norte para viajar al sur, siempre me gustó el sur de los grandes países. Era la primera vez que visitaría Andalucía y sus placeres, decían que las mujeres eran hembras de pura raza que te enamoraban con solo una sonrisa inocente. Me había quedado sin dinero, así que me tocó hacer dedo hasta que un alma caritativa se dignara a detener el coche y acogerme en su largo viaje. Caminé kilómetros, los pies se resentían un poco y el sueño me estaba venciendo, pero vi que alguien me echaba las luces de un camión. Una mujer joven, entrada en carnes, bajó del vehículo y se ofreció a llevarme a mi destino. Subí impaciente a la cabina para sentarme, estaba agotado. Ella hizo lo mismo y arrancó internándose de nuevo en la carretera. 

―¿A dónde vas?―preguntó sin apartar la mirada de la carretera. 

― A ninguna parte, voy de pueblo en pueblo tocando la guitarra. 

― Un busca vidas, interesante. Pues yo voy a Granada a llevar mercancía. 

― Será un destino perfecto para visitar. 

     Estuvimos hablando de su trabajo tan duro y ya de muy madrugada paró en una zona de servicio para descansar. Compartimos litera en la cabina y dormimos juntos. Cuando estaba a punto de dejarme vencer por Morfeo mi compañera de viaje habló sin tapujos. 

― Jinete, ya sé cómo puedes pagarme el trayecto. 

―Carmen, no tengo dinero―me preocupé sin necesidad al escuchar su cobro. 

― No quiero dinero, quiero un orgasmo, hace tres semanas que no tengo contacto con un hombre y lo necesito. 

     Sonreí porque lo que me pedía solo podía ofrecérselo a medias, por eso decidí que disfrutara ella sola. Le rompí las bragas en un acto salvaje y le abrí los muslos, segregué saliva y escupí en su carne hinchada. Pasé la palma de la mano para restregarla por todo su sexo y así lubricarla, con la boca atrapé uno de sus enormes pezones y chupé. Le metí dos dedos mientras que con el pulgar masajeaba su clítoris. 


La tenía loca y gimiendo, quise freírle la mente a orgasmos; por eso sujeté sus muslos con mis brazos y bajé la cabeza hasta rozar mis labios con los suyos. Jugué con su carne ardiente y la masturbé metiéndole la lengua dentro de su sexo. La oí gritar y temblar, noté el sabor de su orgasmo en mi paladar, eso me excitó y mi miembro creció extasiado por la esencia de una mujer. Me bajé la cremallera del pantalón y me masturbé delante de ella hasta derramar mi semilla en su pecho y torso.

 ―Gracias―dijo medio adormilada.

      Al día siguiente llegamos a Granada y me dejó cerca del casco histórico, me despedí de Carmen tirándole un beso al aire y seguí mi camino. Mi vida consistía en encontrar un tugurio, tocar, dormir y disfrutar de los placeres sin ataduras. Ese día decidí hacer turismo en tan bella ciudad y recorrer sus calles empapándome de su historia. 

     Esperaba que me inspirara para componer canciones, vaya si lo hizo. Me puse a improvisar en sus calles, tocando mi dolor y conseguí dinero suficiente para darme un homenaje desayunando. Entré en una cafetería y tomé tostadas de zurrapa con café, me supo a gloria y mi estómago lo agradeció. Fui a pagar a la barra y vi que tenían el cartel de una cantante que tocaba dentro de tres días por la noche en los jardines de la Alhambra, se llamaba Lola Morente. Mi corazón cobró vida al darme cuenta de que era la misma mirada que había visto en mi imaginación en el bosque de las hadas, me sentía confuso y me pregunté si aquellos ojos que vi color caramelo podrían existir y no había sido producto de mi cabeza. 

―Disculpe, señorita―llamé a la camarera―¿quién es la mujer del cartel?―pregunté con ansiedad por saber. 

― Lola Morente, una cantante de flamenco, le llaman “el alma de Andalucía”, tiene duende en las cuerdas vocales. 

     Pagué y fui a buscar trabajo en las tabernas de los alrededores, necesitaba dinero para comprar una entrada para el concierto y poder ver con mis propios ojos a esa sirena. Anduve recorriendo cada rincón de la ciudad hasta que di con un lugar que se hacían conciertos en directo cada noche, hablé con el propietario y llegamos a un acuerdo. No pagaba mucho, pero lo suficiente para comprar una entrada para ver a Lola Morente. Me sentía emocionado y esperanzado porque existía. Ella era la guía de mi luz, la cual la había buscado hasta en los albores del alba. Esa noche mis letras cambiaron en un sentir distinto, mis canciones fueron de un amor desde el corazón, sin dolor. Me sentí con ganas e ilusión, pensé que no todas las relaciones tenían que ser tormentas y que había muchos claros ahí fuera. Empecé a tocar con una sonrisa en la cara, cautivando a más de una mujer de la sala. 

      “Préstame los versos del amor, hasta hacerme sentir sin compasión. Abre mis ojos en una dulce cantinela y recita cada uno de mis sentimientos. Ámame cerca de mis labios y besa cada latido hasta llenarme a besos mi corazón vacío. Préstame los versos del amor y dame alas para olvidar las penas, dame esa calma que tanto necesito y mi vida volverá a amar”. 

     Me gané el favor del público y fue la primera vez que se levantaron para aplaudir, fui un poquito más feliz. La música siempre fue mi terapia para no olvidar vivir. Bajé del escenario y más de una mujer quiso hacerse una foto conmigo como si fuera un cantante de rock. Tenía el pecho hinchado de gozo y me dirigí a la barra con la cabeza bien alta, pero al llegar y empezar a beber solo me di cuenta que esa no era la clase de felicidad que buscaba, yo deseaba el amor de una mujer que no me traicionara, que solo tuviera ojos para mi. Harto de tanta atención sin sentido, me marché y con mi única amiga, la soledad, recorrí las calles hasta llegar a una iglesia. Entré, estaba abierta a tan altas horas de la madrugada, me sorprendió. El templo estaba vacío, salvo por la presencia de una mujer sentada en una de los bancos. Me llamó la atención, su cara expresaba tanta tristeza como mi corazón. Me senté a su lado y me saludó con un gesto de cabeza tímido, observé cómo sus ojos recorrían mi cuerpo con lujuria, era algo insólito pues estábamos en la casa de Dios. 

―¿Se encuentra bien?―pues no sabía que otra cosa preguntar.

 ― Me quité la venda y vi que mi vida estaba llena de mentiras, hoy estoy aquí y mañana no sé lo que haré. Es triste ver que una no se entera hasta que lo ve con sus propios ojos, él nunca me amó y dejé de creer en los cuentos de hadas. 

― Entiendo, más de lo que piensas. ¿Qué deseas? 

― Ahora mismo a ti, necesito someterme y que me hagan temblar de placer, necesito borrar de mi cuerpo los amargos sabores y sentirme libre. Pensarás que estoy loca… 

― No, esta es la triste melodía que muchos sufrimos por amor. Soy un trovador, llamado Jinete y mi cometido en la vida es montar a la yegua que solo necesita amor. 

     Le daría lo que había ido allí a rezar, le daría ese pasaje para romper las cadenas de su vida, le daría esperanza y libertad, le daría un destino nuevo. En la madrugada los silencios se vuelven salvajes y los deseos realidades; en el templo, le despertaría a aquella mujer millones de sensaciones. Creamos una única religión, la del pecado carnal. La guíe cual mesías en un sendero lleno de placeres, esa noche sería su señor y ella se entregaría por voluntad propia. La llevé a la sacristía y le ordené que se pusiera de rodillas, rezaría en silencio evocando sus deseos más infernales. Bajé la cremallera de mi pantalón y saqué mi dura y tersa verga, acaricié su cara con la suavidad de mi glande. Ella esperaba expectante, ansiosa por descubrir, su respiración estaba agitada y su sexo empezaba a lubricarse, pues el olor se esparcía por toda la habitación. Le golpee con el miembro en los labios, sacó la lengua para recibir la hostia sagrada que en este caso no era otra que el libertinaje. Chupó con timidez cerrando los ojos, se excitó, sus pezones despuntaban tiesos bajo la blusa recatada. 

Por unos segundos la llevé al Nirvana, me arrodillé a su altura y cogí su cara entre mis fuertes manos, quería que supiera lo que era que te besaran con pasión, junte mis labios con los suyos y la besé rudo hasta robarle el aliento. Le desabroché la blusa y le subí la falda, la braga de algodón blanca estaba manchada de su excitación. Toqué por encima de la tela y me llevé la mano a la nariz, era un aroma que hipnotizaba. Esa noche me redimiría con ella por mis pecados canallas, pues mis pensamientos estaban puestos en una mujer llamada Lola Morente. 

     La ayudé a levantarse y la coloqué sobre el escritorio, le separé las piernas y con una regla que había le azoté el trasero, “zas”, “zas” .



Hasta ponerle los glúteos color carmín. Me arrodillé detrás, le abrí los cachetes y le comí su deseo, tragándome cada orgasmo que sufría. Era pura gelatina entre mis brazos, me hundí desde atrás y la agarré del cuello para sujetarla. La empotré contra la pared, contra la imagen de una bendita monja y me la follé desatando todo mi infierno. Ella gritó, suplicando más placer, más locura… me llevó al límite, pero como en todas las ocasiones no pude correrme en su interior. Saqué mi miembro de su cuerpo y escupí mi semen directo a la imagen de la monja, llenado el cuadro con mi depravación. La mujer, sacó la lengua, tenía una mirada muy distinta a la que había encontrado en el banquillo de la iglesia, era otra persona. Recogió el semen del cuadro, chupando cada mancha de mi esencia y se la tragó. La única testigo de nuestra lujuria había sido la santa del cuadro, que nos guardaría el secreto desde el más allá. 

― Gracias, Jinete, gracias por regalarme el billete a la libertad. 

    Se marchó sin más, dejándome solo con mi soledad. Miré mi pene que todavía seguía erecto, limpié su boca con un pañuelo y lo guardé. Esa había sido la última vez que exploraba una vagina, no habría más hasta conseguir el corazón de Lola Morente. 

     Llegó el día esperado, llevaba dos horas en la cola para ser uno de los primeros y poder ponerme al lado del escenario, quería empaparme de su mirada embrujada y sentir cada palabra de su arte. No me costó, porque el aforo era limitado y no había tanta gente. Me coloqué a un extremo y esperé paciente a que mi sirena saliera, necesitaba verla y ver con mis propios ojos que era real y no un sueño. El crepúsculo bañó la Alhambra anunciando la noche, el velo nocturno creó el ambiente y de pronto una dulce voz salió a saludar a Granada. En ese momento, mi corazón cobró vida, los latidos acompasaron el sonido de una guitarra y por un instante sentí que mi alma regresaba como agua de mayo. Lola Morente salió con un vestido de flamenca ajustado al cuerpo, cada lunar del traje era una historia contada de su carrera de artista y cuando empezó a cantar… me embelesó, supe que aquella mujer debía ser mía. Estaba destinado a encontrar el amor tal cual dijo Sofí. Sus letras me hicieron sentir como nunca en la vida, me sentía vivo y con ganas de empezar de cero. 

     “Cuantas veces perdí mis sueños en un torbellino de sentimientos, cuantas veces lloré al cantar un te quiero, cuantas veces me quedé sin ganas de amar. Quiero vivir, abrir mis alas al viento, y levantar mis ilusiones para olvidar mi dolor. Romperé mi voz en un cuento que yo misma escribiré para no olvidar al amor. Cuantas veces me quedé sola cosiendo una y otra vez mi triste corazón lleno de dolor.” 

     El concierto acabó y una fugaz sonrisa me dedicó, o eso creí en el fuero de mis ganas. La gente se levantó a aplaudir, yo quería cambiar las letras de mis canciones por un beso de sus labios. El griterío y el tropel por abandonar el aforo me detuvo unos segundos en aquel bullicio. Al cabo de unos diez minutos pude salir y corrí hasta llegar detrás del escenario, pero ya no estaba. Se había ido y no tenía ni idea a donde ir a buscarla, igualmente pensé que sería un error, pensaría que era un fan loco y no entendería mis razones. Estaba a punto de tirar la toalla cuando un chico, me llamó “Jinete”. Me giré extrañado y lo miré desconcertado, se acercó y me entregó una cajita y un sobre cerrado. Me dejó solo con mis pensamientos y la abrí impaciente por saber que secretos guardaba. El corazón se me aceleró al ver una braga de encaje negro guardada con mucho cuidado, lo cerré a la carrera y me fui al hostal donde me hospedaba. 

     Nada más llegar, volví abrirla y ahí fue cuando morí de amor, acerqué la prenda a mi nariz y aspiré impregnando mis pulmones con su olor. Era un aroma delicioso, tanto que no resistí chupar la bajera. Me excité al momento, mi miembro lucía terso y excitado. Desnudo sobre la cama me las metí en la boca y me masturbé acariciando mis testículos hasta que me corrí pensando en ella. Mi pecho subía y bajaba extasiado, pero de pronto me acordé del sobre, no había mirado su contenido. Lo abrí y vi que era una nota con una escueta frase “Susúrrame entre las piernas, Jinete”. Conocía mi nombre artístico y eso solo podía significar que el día que toqué en el bosque de las hadas ella era parte del público. Debajo de la nota ponía una dirección, era un restaurante que se llamaba “Vientos del Sur” y había escrita una hora, las 22h p.m. del Sábado. Eso era al día siguiente, me obligué a dormir para estar fresco y poder disfrutar de su compañía. 

     Me encontraba frente a la puerta del restaurante, faltaban cinco minutos para la cita, iba a ser un todo o nada. Llevaba en el bolsillo de la americana su lencería, se había convertido en mi amuleto de la buena suerte. Respiré hondo y entré con el corazón a mil. El camarero me acompañó a una sala aparte, era un salón con tan solo una mesa preparada para dos comensales. Me senté a la espera de su presencia, estaba muy impaciente y de pronto tal cual sirena aparece con un vestido de seda plateado ajustado al cuerpo. Nuestras miradas se encontraron en una canción llena de silencios y sentimientos. Me levanté como un caballero para recibirla, mis nervios me pudieron y apenas fui capaz de juntar dos palabras. 

―Buenas noches, Lola. Es un honor poder conocerte, al fin―enfaticé en la última frase para que se diera cuenta que yo la recordaba como ella a mí. 

―El placer fue mío, al verte tocar en Barcelona. Tus letras me llegaron al alma―exclamó tan cerca de mi boca que pensé que me desmayaría.―En ellas hablabas de un desamor y de tu dolor, vi la tristeza en esos ojos marrones que suplican una oportunidad.

 ―Hasta que no te vi aquel día, jamás pensé que pudiera volver a sentir por una mujer… tú me has dado esperanzas―confesé, necesitaba contarle, que supiera acerca de mis sentimientos. 

― Hay amores desdichados, amores tormentosos, pero también los hay para siempre. Escribamos un cuento, uno romántico donde tú y yo seremos los protagonistas, sin prisas, solo con las alas al viento y disfrutando del uno del otro, hasta que el amor se acabe, hasta que la muerte nos separe… 

―¿Se puede uno enamorar sin más? ¿Sin conocer a la persona? ¿Sin haber compartido una amistad?―mi pregunta era clara, tenía miedo a que ella no pudiera devolverme el alma. 

― El tiempo no es conocedor del amor, solo los instantes mágicos. Te conocí por una canción y desde entonces he soñado día tras día con conocerte cara a cara. Era una loca enamorada de la nada, hasta que te vi ayer en el concierto y supe que eras para mi, supe que el destino es caprichoso y supe que tu alma me pertenecía. 

    Rodeé la mesa y la alcé entre mis brazos, quería besarla y así lo hice. Fue nuestro primer contacto y no el último, sentí como mi alma regresaba con mucha luz a mi cuerpo y la tristeza pasó al olvido, en ese momento solo tuve ganas de ella. Quería hacerla mía. 



―Sí, te susurraré entre las piernas―contesté a su nota―ahora y siempre, prefieres encima de la mesa o en un lugar íntimo.―sonrió de manera que me cautivó un poco más. 

― Ven a mi casa, y allí podrás susurrar todo lo que quieras…

      Era nuestro amor, nuestro momento, solo quería tener su aroma entre mis brazos, rozar su boca contra mis labios, y soñar que tengo la necesidad de ser su aliento. Nunca le di más vueltas, solo descubrí lo bonito que es amar sin miedo. Volví a ser yo mismo, siempre fui un Jinete sin rumbo, hasta que Lola me hizo olvidarme de toda mi amargura y quise tener un lugar propio para tener una segunda parte, otra oportunidad. Mi corazón, dejaría de derramar lágrimas no merecidas. Si todavía me queda una razón, sería mi corazón hambriento pues tengo una vida entera para amar. 

―Pasa adentro―miré el umbral con indecisión, si lo cruzaba sería la prueba final. Sentirme completo en el cuerpo de una mujer, tenía miedo de que no fuera ella e incluso estaría dispuesto a sacrificar mi felicidad por estar a su lado.―¡Jinete!―estiró el brazo para que le cogiera la mano y lo hice, pasé adentro. No había marcha atrás. 

     Nos miramos en el recibidor, vi deseo en el color de sus ojos, de sus mejillas y de su boca. Me perdí en su cuello y me ahogué en su escote. Solo tenía ganas de amarla y enseñarle los placeres de este Jinete solitario. No tardé. La cogí en brazos y la llevé hasta la mesa del comedor, la senté y le quité el vestido por encima de la cabeza. La dejé desnuda y me empapé de cada uno de sus lunares, unos muy especiales que formaban constelaciones de placeres poéticos. La tumbé y le abrí las piernas, su sexo era hermoso y pequeño. Le desanudé el corsé de sus labios con mis palabras. 

―Susúrrame entre las piernas…―pidió con la mirada brillante. 



     Acerqué mis labios a un palmo de los suyos y aspiré su aroma a almizcle, me volvió loco, loco de remate, me quitó los clavos del pecho y abrió mis alas. Lo hice, le canté susurrando en su sonrisa vertical.

    “Te cuento un secreto, con la lengua, a besos, con la mano… mi único latido es el sentir de tu sexo en mi boca. Te cuento un secreto de mi boca contra tu boca, quiero beberme cada gemido de tu corazón. Te cuento un secreto, te daré todos mis te quieros envueltos en una hoja de papel sin escribir… prefiero decírtelo cada mañana para que te enamores de este Jinete hasta el cuello” 

      A continuación, le di un beso con todas mis ganas en toda su carne hinchada. Se arqueó bajo mi caricia muda, y yo me excité rompiendo mi silencio. Fue la primera vez que gemí, grité y hablé versando cada embestida. Fuimos uno. Enredé sus piernas a mis caderas y me senté en una silla con ella encima, junto a la ventana, con la luz de la luna que bañaba nuestros cuerpos. La agarré con fuerza por los glúteos y la guié en el viaje, nuestros labios sellaron la unión de dos almas solitarias, ahora amadas. Su cuerpo era pura poesía erótica, sus curvas ondulaciones prohibidas y su cara de un ángel caído. Movió las caderas como una reina mora, mi pene estaba prieto en su interior, resbalando en su néctar y buscando el placer. Me miró excitada, a punto de vaciarse, había llegado la gran verdad. Apoyé la cabeza en su pecho y la abracé por la cintura, la ayudé a subir y a bajar por mi carne. Sentí la llamada del orgasmo justo en el momento que Lola tembló entre mis brazos y… culminé. Me vacié dentro del cuerpo de una mujer, ya no había dudas, ella era mi alma. La tumbé en el cuelo y le abrí los labios vaginales, quería ver mi esencia bañar su sexo. Ahí estaba mi semen, resbalando por su entrada. Sonreí satisfecho y la lamí limpiando sus labios, era mía, solo mía y también su infinita sonrisa. Aprendí que las cicatrices se curan despacio y las mentiras no tienen edad. La única verdad es el sentir de nuestros corazones, ahora y siempre, sin importar el dolor que podamos encontrar en el camino… porque al final, las almas que están destinas a ser, serán. 



― Jinete… 

― Mi Lola…

©Katy Molina
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