La Perla de mis Labios Perversos
El dinero lo compra todo, absolutamente todo y Eva lo sabía. La ambición no tiene límites y menos los caprichos de una mujer con poder adquisitivo.
Todo empezó en un restaurante de cinco tenedores comiendo ostras, era la primera vez que su paladar degustaba algo tan exquisito. El camarero llegó con el plato, lo dejó encima de la mesa e hipnotizó a Eva por completo, la comida la sedujo hasta el punto de estremecer su piel. La melodía de un piano de cola negro que ambientaba con sus notas el lugar, hizo que su mente fuera espuma de mar y sus pensamientos se desnudaron hasta convertirse en un verso erótico.
Cogió la ostra con sus finos y largos dedos, la acercó a sus labios y sintió aquel manjar viscoso que era tan parecido a una vagina húmeda. La ropa interior negra de encaje se mojó por la sensación de placer que sintió al lamerla con la lengua y absorberla. Imaginó una locura, ella era la ostra y la chispa adecuada para el paladar de un hombre.
Las fantasías son las mejores obras de teatro en la cama, y Eva lo sabía.
Alister llegó al anochecer tras una dura jornada de negocios. Se quitó los gemelos del traje, se desnudó con la luz de la luna alumbrando el dormitorio. Despojado de su piel sintética anduvo directo a la ducha, moviendo con descaro aquel trasero bien torneado que hasta su reflejo en el espejo se excitó. El agua caliente cayó por su rostro cansado y besó sus labios mientras acariciaba cada recodo de aquella carne varonil. Con tan solo una toalla blanca de algodón alrededor de su cintura salió al dormitorio para dormir, pero sus planes mejoraron al ver a su poema más explícito encima de la cama, desnuda y con las piernas cerradas.
—Eva… —susurró en un suspiro.
—¿Te gustan las ostras?
Abrió sus piernas femeninas y con ellas los labios de su sexo, a Alister se le oscureció la mirada al ver una perla en su clítoris. Gateó por encima del colchón hasta acercar su nariz a su deseo, olía a vicio y casi se emborrachó, pero se controló pues tenía un apetito voraz. Sacó la lengua e hizo círculos en su carne alrededor de la perla, dándole a Eva lo que anhelaba. Sus labios se fundieron con su vagina, sus manos sujetaron sus muslos y se la comió literalmente hasta volverla loca de atar. Exprimió su jugo blanquecino llenándose la comisura de la boca. Ella, agradecida, se las quitó con un beso.
—Cielo, ¿te gustaría pintarte los labios con mi glande?
—Me encantaría...
©Katy Molina
El dinero lo compra todo, absolutamente todo y Eva lo sabía. La ambición no tiene límites y menos los caprichos de una mujer con poder adquisitivo.
Todo empezó en un restaurante de cinco tenedores comiendo ostras, era la primera vez que su paladar degustaba algo tan exquisito. El camarero llegó con el plato, lo dejó encima de la mesa e hipnotizó a Eva por completo, la comida la sedujo hasta el punto de estremecer su piel. La melodía de un piano de cola negro que ambientaba con sus notas el lugar, hizo que su mente fuera espuma de mar y sus pensamientos se desnudaron hasta convertirse en un verso erótico.
Cogió la ostra con sus finos y largos dedos, la acercó a sus labios y sintió aquel manjar viscoso que era tan parecido a una vagina húmeda. La ropa interior negra de encaje se mojó por la sensación de placer que sintió al lamerla con la lengua y absorberla. Imaginó una locura, ella era la ostra y la chispa adecuada para el paladar de un hombre.
Las fantasías son las mejores obras de teatro en la cama, y Eva lo sabía.
Alister llegó al anochecer tras una dura jornada de negocios. Se quitó los gemelos del traje, se desnudó con la luz de la luna alumbrando el dormitorio. Despojado de su piel sintética anduvo directo a la ducha, moviendo con descaro aquel trasero bien torneado que hasta su reflejo en el espejo se excitó. El agua caliente cayó por su rostro cansado y besó sus labios mientras acariciaba cada recodo de aquella carne varonil. Con tan solo una toalla blanca de algodón alrededor de su cintura salió al dormitorio para dormir, pero sus planes mejoraron al ver a su poema más explícito encima de la cama, desnuda y con las piernas cerradas.
—Eva… —susurró en un suspiro.
—¿Te gustan las ostras?
Abrió sus piernas femeninas y con ellas los labios de su sexo, a Alister se le oscureció la mirada al ver una perla en su clítoris. Gateó por encima del colchón hasta acercar su nariz a su deseo, olía a vicio y casi se emborrachó, pero se controló pues tenía un apetito voraz. Sacó la lengua e hizo círculos en su carne alrededor de la perla, dándole a Eva lo que anhelaba. Sus labios se fundieron con su vagina, sus manos sujetaron sus muslos y se la comió literalmente hasta volverla loca de atar. Exprimió su jugo blanquecino llenándose la comisura de la boca. Ella, agradecida, se las quitó con un beso.
—Cielo, ¿te gustaría pintarte los labios con mi glande?
—Me encantaría...
©Katy Molina
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