Tarantula Negra
Autora Katy Molina
En un rincón del desierto, Apache desafiaba al hígado con una botella de Tequila, bebía sin parar mientras observaba con descaro el cuerpo de la camarera, una deliciosa colombiana de veinticinco años con un cuerpo repleto de curvas. Podía ver el nacimiento de sus glúteos debajo de aquella falda de cuero tan corta, era una provocación carnal difícil de ignorar.
Se terminó la botella y se levantó con una erección apretando en su pantalón, la deseaba desesperadamente. La acosó por detrás sin pedir permiso, le tocó los turgentes senos y los apretó entre sus grandes manos. No era cualquier mujer, se la conocía por el seudónimo de Tarántula Negra, pero él desconocía su origen. Era un ser mortífero, su reputación la precedía. Veloz, se dio la vuelta y lo amenazó con un machete en la garganta.
—Se mira, pero no se toca.—Advirtió.
—Tranquila, pequeña. Solo quiero comerte el coño.
—Este coño tiene dientes...
—Interesante, ¿puedo verlo?
Tarántula Negra guardó el machete en su bota de caña negra y se sentó en un taburete, acto seguido se abrió de piernas y se retiró a un lado la ropa interior. Aquel hijo puta la miró atónito, tenía piercing afilados alrededor de los labios vaginales. Tragó saliva y alzó las manos en señal de rendición.
—¿Ya no te apetece follarme?
—No quiero hacerme la circuncisión, ningún tío en su sano juicio se arriesgaría a meterla ahí. ¿Cómo puedes vivir sin sexo?
—¿Quién dice que no tenga?
Sacó otra vez el machete y se metió en la boca la empuñadura de madera, después bajó hasta su sexo y se penetró con él. Se masturbó delante de sus narices con una sonrisa perversa en la cara.
—¿Cómo te llamas, pequeña?—preguntó intentando distraer a su mente, aquella puta lo estaba poniendo cardíaco.
—Para averiguarlo tienes que follarme.
—No, guapa. No pienso meter la polla en tu coñosierra.
—Pues entonces fóllame como un animal.
Apache lo entendió, le bajó el tanga a mitad de los muslos, y le enrolló la falda en la cintura. Pasó las manos por sus sedosos glúteos y los abrió, su sorpresa fue descubrir tatuado su nombre alrededor del ano, se llamaba Tarántula Negra.
—¿No habrá truco aquí?
—Tranquilo, entra y disfruta.
Se hundió después de escupirle, resbalando hasta que sus testículos rozaron en su sexo dentado. Notaba las punzadas de los piercings, pero era un dolor muy placentero. Empujó las caderas masajeando a la vez sus glúteos, disfrutando del gozo y del cuerpo de aquella mujer. Ella también se divirtió, y culminó en un tremendo orgasmo, pero el deber la llamaba. Apretó bien el esfínter, atrapando su pene y haciendo fuerza con el culo hasta partirle la verga.
Él... gritó de dolor.
Relajó el músculo y de un empujón lo tiró al suelo. Sacó el machete y se lo clavó en un ojo, después en el otro dejándolo totalmente ciego.
—Que la oscuridad te guíe al infierno, hijo puta.
Así fue como Tarántula Negra vengó el honor de su padre, pero esto es solo el final de una gran historia.
©Katy Molina
Autora Katy Molina
En un rincón del desierto, Apache desafiaba al hígado con una botella de Tequila, bebía sin parar mientras observaba con descaro el cuerpo de la camarera, una deliciosa colombiana de veinticinco años con un cuerpo repleto de curvas. Podía ver el nacimiento de sus glúteos debajo de aquella falda de cuero tan corta, era una provocación carnal difícil de ignorar.
Se terminó la botella y se levantó con una erección apretando en su pantalón, la deseaba desesperadamente. La acosó por detrás sin pedir permiso, le tocó los turgentes senos y los apretó entre sus grandes manos. No era cualquier mujer, se la conocía por el seudónimo de Tarántula Negra, pero él desconocía su origen. Era un ser mortífero, su reputación la precedía. Veloz, se dio la vuelta y lo amenazó con un machete en la garganta.
—Se mira, pero no se toca.—Advirtió.
—Tranquila, pequeña. Solo quiero comerte el coño.
—Este coño tiene dientes...
—Interesante, ¿puedo verlo?
Tarántula Negra guardó el machete en su bota de caña negra y se sentó en un taburete, acto seguido se abrió de piernas y se retiró a un lado la ropa interior. Aquel hijo puta la miró atónito, tenía piercing afilados alrededor de los labios vaginales. Tragó saliva y alzó las manos en señal de rendición.
—¿Ya no te apetece follarme?
—No quiero hacerme la circuncisión, ningún tío en su sano juicio se arriesgaría a meterla ahí. ¿Cómo puedes vivir sin sexo?
—¿Quién dice que no tenga?
Sacó otra vez el machete y se metió en la boca la empuñadura de madera, después bajó hasta su sexo y se penetró con él. Se masturbó delante de sus narices con una sonrisa perversa en la cara.
—¿Cómo te llamas, pequeña?—preguntó intentando distraer a su mente, aquella puta lo estaba poniendo cardíaco.
—Para averiguarlo tienes que follarme.
—No, guapa. No pienso meter la polla en tu coñosierra.
—Pues entonces fóllame como un animal.
Apache lo entendió, le bajó el tanga a mitad de los muslos, y le enrolló la falda en la cintura. Pasó las manos por sus sedosos glúteos y los abrió, su sorpresa fue descubrir tatuado su nombre alrededor del ano, se llamaba Tarántula Negra.
—¿No habrá truco aquí?
—Tranquilo, entra y disfruta.
Se hundió después de escupirle, resbalando hasta que sus testículos rozaron en su sexo dentado. Notaba las punzadas de los piercings, pero era un dolor muy placentero. Empujó las caderas masajeando a la vez sus glúteos, disfrutando del gozo y del cuerpo de aquella mujer. Ella también se divirtió, y culminó en un tremendo orgasmo, pero el deber la llamaba. Apretó bien el esfínter, atrapando su pene y haciendo fuerza con el culo hasta partirle la verga.
Él... gritó de dolor.
Relajó el músculo y de un empujón lo tiró al suelo. Sacó el machete y se lo clavó en un ojo, después en el otro dejándolo totalmente ciego.
—Que la oscuridad te guíe al infierno, hijo puta.
Así fue como Tarántula Negra vengó el honor de su padre, pero esto es solo el final de una gran historia.
©Katy Molina
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