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Violeta Molins es una joven detective que vive en la ciudad de Barcelona. Tras la muerte de su único ser querido se queda al cargo del negocio familiar.
Su difunto padre, Andreu Molins, fue en los años ochenta un prestigioso detective de novela negra. Tras la muerte de su esposa Laura se refugió en el alcohol destrozando su reputación y arrastrando a su hija a la miseria. Aquellos tiempos de gloria pasaron a mejor vida. La herencia que dejó a Violeta fue un despacho donde rezaba una placa en la cual decía “Detective Molins”.
Nadie en los últimos años contrataba sus servicios, ni siquiera los mossos d´esquadra que antaño había colaborado con ellos en casos de asesinatos y desapariciones.
A pesar del declive de Andreu Molins, su hija estaba empeñada en recuperar el prestigio de su apellido y en volver a resolver casos. El negocio se encontraba en la calle Tallers, justo al lado de la Rambla de Barcelona.
El edificio era muy antiguo pero daba esa clase de misterio que les gustaba a los clientes. Había cinco plantas, todas ellas eran de bufetes de abogados, menos la última planta que era la suya.
El rellano estaba lleno de polvo y suciedad. Las letras en la puerta donde se anunciaba “Detective Molins” estaban deterioradas. Cuando pasó al interior del piso un olor a rancio y a humedad casi le hizo vomitar.
Con la mano en la boca fue hasta la ventana más cercana para abrirla y dejar pasar un poco de brisa. Retiró las gruesas cortinas de color burdeos para dejar entrar la luz del día. Cuando vio lo que había a su alrededor casi quiso abandonar el proyecto de volver abrir el negocio. Había papeles amontonados por toda la estancia, algunos de ellos tenían notas al pie de página del puño y letra de su padre. La basura y la suciedad era abundante, aquello parecía la cripta del conde Drácula.
Tomó una decisión lógica al instante, contrataría una empresa de limpieza para organizar aquel desastre. Después ella misma se haría cargo de la decoración. No pensaba tirar ni un mueble, quería los mismos que utilizó su padre antes de volverse loco de tristeza.
El servicio de limpieza tardó una semana en acondicionar el lugar para trabajar sin riesgo de contagio de alguna enfermedad por inmundicia. Violeta empleó ese tiempo de espera en anunciar su empresa de detective en redes sociales, en la radio, en un anuncio en la Vanguardia y sobre todo fue hablar con el antiguo amigo de su padre, el jefe del cuerpo de los mossos d´esquadra, Joan Blanco.
Regresó después de una semana a la calle Tallers para comprobar el extraordinario trabajo de la empresa de limpieza. Al subir a la quinta planta no daba crédito a lo que veía, todo estaba limpio, olía a fresco. Incluso las letras de “Detective Molins” estaban completas y nuevas. Esa misma semana contrató a una empresa de rótulos para que le hicieran unas letras nuevas para la puerta.
El despacho era otro lugar distinto al que vio una semana antes. El sitio estaba limpio y organizado. Lo único que cambió fue las cortinas color burdeos por unas de color violeta. Todos los muebles estaban limpios y los papeles organizados en cajas. El piso no era muy grande pero suficiente para trabajar. También constaba de un baño, una habitación de descanso y una pequeña cocina.
Violeta tenía recuerdos de cuando era pequeña de ver a su padre casi vivir en el despacho. Eran tiempos de mucho trabajo. Colocó todo a su gusto. Ahora solo cabía esperar las llamadas de clientes o de las fuerzas del orden. Violeta no se podía permitir contratar empleados ya que no sabía con exactitud si la empresa familiar saldría adelante. Su padre también se encargó de dejarle algunas deudas económicas que había abonado hacía pocos días. Eso había echo mella en su ajustada economía.
El primer día transcurrió sin ninguna llamada. Pero lo aprovechó en clasificar todos los documentos antiguos de su padre, casos resueltos con éxito. Había mucho papeleo de casos por infidelidades, esos los destruyó. No esperó encontrar más porque su padre había estado muchos años inactivo. Colocó todo en un mueble antiguo de madera de caoba que ocupaba la mayor parte de la estancia. En una estantería encontró un libro de tapa dura de color negro, parecía un viejo diario.
Lo cogió con cuidado porque no sabía si leer los pensamientos más íntimos de su padre pero la curiosidad ganó frente al deber. Al abrirlo encontró una serie de garabatos, palabras y frases inconexas. No entendía nada de aquello, solo dos palabras se repetían por todo el diario, “Red Púrpura”.
Era tarde, la noche cubría la ciudad de Barcelona. Dejó el diario en un cajón de su escritorio bajo llave. Era un documento que leería más detalladamente en otro momento. No le dio mucha importancia porque sabía que su padre en los últimos años había desvariado un poco. Abandonó el despacho y fue a coger el metro a Urquinaona para tomar la línea amarilla hasta Poblenou.
Vivía en un pequeño ático de alquiler en la rambla de Poblenou, el edificio era muy antiguo. Esa afición por lo anticuado le venía de su padre Andreu. Cuando eran una familia feliz, la solía llevar a tiendas de antigüedades como afición, a veces se pasaban tardes de sábados enteros metidos en las tiendas registrando sus tesoros. Cansada de un largo día de trabajo se dio una buena ducha. Relajada, se tumbó en la cama con su gato negro Amedi para ver su serie preferida, Bones.
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