Capítulo 1
“Por un cruce de miradas, nuestros ojos echaron chispas”
8 años después...
―Felicidades Dana―dijo Lola después de cantarle cumpleaños feliz.
―Treinta y cinco años, amiga―Jack la abrazó.
Dana los miró a todos con cara de pocos amigos, nunca le había hecho gracia cumplir años pero menos aún treinta y cinco, solo le faltaban cinco años para los cuarenta. Su única hija, Cuba, la miraba con cara de preocupación. Era la única que sabía que estaba peleada con Hernán, su esposo. Encima, no había venido a su cumpleaños, para rematar el enfado. Dana llevaba un tiempo tirante con Hernán, nunca se había metido en sus asuntos turbios pero hacía unos meses que su querido esposo se ausentaba más de la cuenta.
La excusa que le daba era que tenía mucho trabajo en Cuba. Dana de espíritu periodista y cotilla, no se lo acababa de creer. Pensaba que le estaba ocultando algo más grande y, encima, se le había metido que había otra mujer.
―Dana, ¿Dónde está mi tío?―preguntó Mark.
―Tenía mucho trabajo en Cuba, ya sabes.
Lola se quedó mirando a su amiga, había contestado con rintintín. La cogió del brazo y la llevó a la terraza. Dana aprovechó para encenderse un cigarrillo. Estaba de los nervios y no le apetecía un interrogatorio por parte de su amiga.
―¿A ti te pasa algo? ―Lola, no me apetece hablar.
―¿Te has peleado con Hernán?
―Es un canalla egoísta―tenía la cara contraída―está con otra, lo sé Lola. Hace semanas que no tenemos un buen polvo y siempre tiene excusa, parece agotado físicamente. Como si otra le exprimiese toda la leche.
―¿Hernán?, tú estás muy mal rubia. Él te quiere con locura, tiene que ser otra cosa.
―Lo ves, siempre sales en su defensa.
―Claro, si dices bobadas.
Dana se terminó el cigarrillo y entró para continuar la fiesta, no quería seguir hablando del tema. Más tarde, se despidió de todos y regresó con su hija a casa. Hernán no había llamado en todo el día para felicitarla. Estaba a una lágrima para ponerse a llorar como una loca. Acompañó a su pequeña a la cama, ya era casi una mujercita con diez años.
―¿Mami estás triste por qué papi no te ha felicitado?―Cuba se daba cuenta de muchas cosas.
―No cariño, papi está trabajando. Todo está bien―tuvo que mentir para evitar sufrimiento a su niña.
―Me cuentas un cuento―pidió Cuba.
―Era sé una vez, una gitana que le gustaba bailar hip hop―la pequeña empezó a reír, le encantaba las fantasías de su madre―su padre "el bigotes", estaba muy disgustado con aquella loca...
La pequeña se quedó dormida en mitad del cuento. Dana la arropó con ternura. Fue al despacho de su esposo y caminó en la oscuridad pensando en sus cosas. De pronto, el móvil empezó a vibrar. En la pantalla salía el nombre de Hernán. Nerviosa lo cogió.
―Amor, lo siento. Pero no podré regresar en un par de semanas.
―No tienes nada que decirme―no esperaba aquella bofetada.
―No empecemos rubia, cuando te casaste conmigo sabías cuál era mi trabajo.
―Tu trabajo consiste en olvidar el cumpleaños de tu mujer―apretaba el móvil con fuerza por la impotencia.
―Dana...
―Que te jodan canalla.
La rubia cortó la comunicación. Estaba muy enfadada. Se escondió en el cuarto de baño para llorar, no quería despertar a Cuba. Sentada en la taza del váter lloró para desahogarse. Más tranquila, se lavó la cara. Miró su reflejo, podía divisar las primeras arrugas de la edad. Llegó a pensar que tal vez su marido ya no se sentía atraído por ella. Siempre vestía con ropa interior de algodón, y muy formal. No se sentía sexy.
A la mañana siguiente, se levantó temprano para hacer tortitas y ya de paso horneó cinco bandejas de magdalenas. Cuba entró en la cocina resoplando, sabía perfectamente las manías de su madre. Hacer dulces significaba estar de mal humor.
―Buenos días mami.
―Hola cariño, siéntate y desayuna. En un rato me voy a trabajar. Margaret estará a punto de venir.―se refería a la niñera.
―No va a venir mami...
―¿Qué has hecho Cuba?, llevamos tres niñeras. Da igual, no quiero saberlo porque estoy muy cabreada. Termina de desayunar, te vienes al trabajo conmigo.
―No hace falta puedo irme con Romeo y Julieta a jugar a su casa.
―No, no puedo aprovecharme tanto de Lola, ella tiene sus cosas. Y no me repliques, ahora termina.
Dana estaba preocupada por su hija, llevaba un tiempo que se portaba muy mal, sus frecuentes discusiones con su marido eran la causa de ese cambio. Llegaron a la redacción un poco tarde. Diana y Jack estaban tomando café con Lola cuando pasó con la niña por la puerta. La cría al ver a sus tíos, se soltó de la mano de su madre y corrió a saludarlos. A Dana no le quedó más remedio que pararse.
―¿Qué hacéis que no estáis trabajando?―tenía los cables cruzados.
―¿No te has enterado?, Isabella de contabilidad, de la planta dos, a montado un pollo a su marido delante de los empleados―Lola bajó la voz por si las moscas.
―¿La mujer del jefazo?―A Dana le encantaba un cotilleo, dejó su mala leche a un lado.
―Su marido tenía una amante, la conoció en sus viajes de trabajo. Isabella se dio cuenta cuando esos viajes se alargaban más de la cuenta.
Algo dentro de Dana se activó, era la llamada de los cuernos. El cerebro le hervía con imágenes de Hernán fornicando con otra mujer. Los celos hicieron su aparición y tomó una decisión.
―Jack, te quedas al cargo de la redacción durante una semana, tengo asuntos que resolver.
―Pero…
―No preguntes, son mis asuntos. Me voy, tengo que hacer la maleta. Estaba a punto de salir de la sala de descanso cuando Cuba la llamó.
―Mami, ¿y yo?―la pequeña estaba de morros.
―Oh, cielo―estaba tan sumergida en sus cosas que se había olvidado de Cuba―Muévete, estás dentro del paquete.
Lola intentó hablar con ella, ya que era la única que sabía acerca de sus demonios. Fue en vano, la rubia era muy cabezona. Esa misma noche voló con su hija a Cuba. Ya era hora de poner a su marido en su sitio y si lo pillaba con alguna, le cortaría los huevos.
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