La Monja Atómica
Capítulo
4
Tras
recibir la llamada del mesías, Madonna, María
Magdalena decide emprender el viaje más largo de su vida, el Camino de
Santiago. Su propósito es encontrar, en aquellos senderos, almas descarriadas.
En
su primera noche como mochilera, se resguardó en un albergue repleto de jóvenes,
todos ellos pecadores del mundo. María Magdalena vio el cielo abierto, debía
ayudar aquellos chicos a purificar sus almas. Esperó a la noche para comenzar
con su oración, debía salvar a esas almas.
Los
muchachos, cansados del camino, fueron a darse una ducha para quitarse el polvo
del camino. La monja esperó a que todos estuviesen desnudos dentro de las
duchas compartidas. María Magdalena, entró desnuda, enseñando sus carnes católicas
y sus curvas infernales. Uno de los chicos se había agachado para recoger el
jabón. La monja vio el orifico del pecado al alcance de su mano, no se lo
pensó, le metió dos dedos en el ano. Aquel joven gritó de dolor y los otros
chicos se giraron para ver que sucedía. Se quedaron sorprendidos al ver a la
monja desnuda con solo la cofia.
―Venid
a mí hijos míos, os salvaré de vuestros pecados, dejar que os arranque un
orgasmo, dejar que os coma la polla, pues ahí se concentra la depravación del
universo, venid a mí, hijos míos.
Sacó
los dedos del culo del joven y se los pasó por la nariz para comprobar el grado
de perversión del chico. Los muchachos ni cortos ni perezosos, se agarraron el
pene y empezaron a untarlo en jabón para lubricarlo y ponerlo duro. Dos de los
jóvenes, con tendencias homosexuales, se arrodillaron como esclavos delante de
la monja, otro se puso debajo para meterla por el coño, un cuarto le follo el
culo y un quinto la boca.
María
Magdalena metió dos dedos a cada joven en el culo, mientras los otros le
follaron los orificios. Llenaron por completo de semen el cuerpo de la monja
loca, parecía una vela de lo blanca que la dejaron, toda llena de leche
caliente.
―Venid
hijos y chupar mi cuerpo, solo así quedaréis libre de pecado.
Los
chicos lamieron sus pechos, su vagina sonrosada, su ano impoluto, su estómago,
piernas, etc. hasta hacer que la monja se vaciara. En las nubes se encontraba
por tanto gozo, tumbada y con las piernas abiertas gritaba como una perra.
Levantó la cabeza y vio a Dios y a Lucifer de brazos cruzados mirándola con mirada
lasciva, vio como se acercaban y se orinaban encima para purificar su cuerpo.
La realidad era muy distinta, un joven había cogido una ducha para limpiar el
cuerpo de la monja pervertida.
Al
alba, Magdalena, estaba preparada para abandonar el lugar y seguir su camino.
Pasó por una puerta y vio a una jovencita durmiendo desnuda sola en una
habitación, aquel cuarto olía a coño recién ordeñado. Era una pecadora, una
libertina. Entró con la intención de salvarla de sus pecados. Sin hacer ruido
se acercó hasta los pies de la cama.
La
jovencita, notó como la cama se hundía, abrió los ojos y se encontró a una
monja de rodillas a su lado. Fue a gritar pero la monja tapó su boca con la
mano y con la otra le indicó silencio. La chica asintió muerta de miedo, creía
que era una asesina. Magdalena le quitó la mano de la boca y bajó su cabeza
hasta el coñito de la joven, le abrió los labios con los dedos y vio el pecado.
Tenía una rajita rosada, pequeña y depilada. La monja le escupió en el coño,
encima del clítoris y le masturbó con la mano. La joven apoyada en los
antebrazos, observaba la escena con lujuria. Aquella mujer santa sabía tocar un
coño. La vio sacar un plátano de la mochila, se lo metió en la boca y lo chupó
para llenarlo de saliva. Después, se lo metió en el sexo y la masturbó. La
jovencita gemía como una gatita y resoplaba excitada.
―Córrete
dulzura, dame tu orgasmo. Santa María del coño, madre de todas las putas,
ábrete el coño, venga a nosotras tu orgasmo y así se haga tu voluntad.
La
monja siguió con un ritmo frenético masturbándola con el plátano, para
ayudarla, chupó con la lengua su clítoris. Ahí la mató, la jovencita tenía la
vulva hinchada, muy caliente, estaba a punto, tenía las mejillas sonrosadas y
la mirada sucia. Explotó dejándose caer en la cama y levantando las caderas en
busca de más. María succionó sus labios vaginales, limpiando su pecado. La dejó
agotada y continuó su camino.
Al
caer la noche, la pilló en el camino, dormiría al raso bajo las estrellas. Se
internó en el camino y vio un hombre solo durmiendo debajo de un árbol. Se fijó
en su mochila, había un nombre de persona bordado, Manolo. María se quedó
mirándolo sin saber si necesitaba ser salvado, como una criatura nocturna y sin
hacer ruido, lo observó. Estaba dudosa hasta que Dios y Lucifer aparecieron.
Iban desnudos con sus típicos cuerpos de dioses, Dios estaba de rodillas
chupándole el pene a Lucifer, el cual lo sujetaba con fuerza del pelo.
―Tienes
que salvarlo María Magdalena, él necesita tu ayuda. Es un hombre fuerte,
deberás someterlo.
La
monja lo entendió, debía atarlo, sacó cloroformo y se aseguró de que no se
despertara. Una vez completamente dormidito, lo ató por las muñecas y enganchó
la cuerda en una rama, lo tenía como un fiambre en una carnicería, colgando. Le
quitó los pantalones y esperó a que despertara.
Manolo
despertó con tensión en el cuerpo, miró a su alrededor y se vio colgando de un
árbol y a su lado a una monja, era una persona atea y odiaba todo lo que
tuviera que ver con la religión.
―Hija
de puta, bájame de aquí, te voy a matar monja cabrona―gritó
Manolo.
―Hijo
mío, yo te sacaré al diablo, no te resistas.
Manolo
vio como la Monja se acercaba a su trasero, se movió con fuerza para soltarse
pero esa mujer lo había atado a conciencia. María Magdalena le abrió los
cachetes y con la lengua acarició su ano, el cual olía a sudor y a oso. Para la
monja era un manjar, aquel olor tan varonil.
―Puta,
zorra… ahhhh… zo…
No
lo pudo evitar y puso los ojos en blanco por el placer, se relajó tanto que se
tiró un cuesco en la boca de la monja. Ella ni se inmutó, siguió lamiendo,
tenía que salvarlo de su propio pecado. María se colocó delante y se levantó la
falda enseñando su culo hermoso y desnudo. Abrió las cachas y le enseñó su gran
agujero anal y dilatado. El cacharro de Manolo creció goloso ante aquella
obertura. La monja acercó el culo a su pene y se encajó, ahí empezó la danza
del infierno. María apretada su pene agarrándolo fuerte con los cachetes, lo
arrastraba unos pasos y lo soltaba. La polla de Manolo resbalaba en su ano
hasta salirse y balanceándose hacia atrás. De la misma inercia regresaba al
culo de la monja. Así follaron hasta que Manolo explotó, en uno de los
balanceos, se corrió fuera de su trasero llenando el campo de su leche
pecadora.
La
monja le hizo la señal de la cruz en la frente, sonrió y recogió sus cosas para
seguir su camino. Dejó a Manolo colgado de un árbol.
―¡Serás
puta!, bájame loca.
―No
hijo mío, esa será tu penitencia por no creer en la iglesia.
Magdalena, soy muy cochino y pecador. ¡Purifícame!
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