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“Una mirada de dominación entre los muertos”



Beatriz preparaba la malea ilusionada con el viaje a Barcelona, su amiga Katy Molina la había invitado a pasar unos días a su ciudad natal. Llegaron a Barcelona Sants sobre las dos de la tarde. Nada más poner un pie en la gran estación, la cordobesa quedó impresionada y un poco agobiada, no esperaba ver tanto movimiento.

Cogieron el metro hasta la parada de metro Maresme y Forum, pasarían una semana en la vieja casa de los padres de Katy. Tenían muchos planes y muchas cosas que ver, la catalana quería enseñar su ciudad a su amiga. Había una cosa en particular que Beatriz quería hacer, visitar los lugares que su amiga Katy describía en su libro “Red Púrpura”, era interesante vivir en primera persona los sitios donde Violeta Molins, protagonista de la novela, había vivido tan intensamente con el vampiro Víctor Motos. Beatriz era una amante de las historias sobrenaturales.

El primer día, se levantaron temprano y cogieron el metro hasta Urquinaona, empezarían por visitar Plaza Catalunya, Puerta del Ángel y después irían a la calle Tallers, donde se desarrolla parte de la novela. La cordobesa estaba encantada con la ciudad y sus maravillas, un lugar muy Cosmopolitan. Cansadas de andar pararon en la famosa “Oveja Negra” del centro, pidieron dos cervezas tamaño XL, bebieron y hablaron pasando un rato agradable. Katy se levantó para ir al baño y dejó sola a Beatriz.

Cogió el móvil y se entretuvo a mirar los mensajes, por el rabillo del ojo vio pasar a un hombre vestido de negro pero muy elegante, aún con ropa informal. Le pareció atractivo y sin poder evitarlo el corazón le bombeó con rapidez. Katy regresó del baño y encontró extraña a su amiga, le preguntó qué le sucedía pero prefirió no decirle nada y callar.

Katy, por qué no vamos al cementerio de Pueblo Nuevo, ¿se dice así?

Poblenou, quieres ver si es real la estatua de Jaume Barba, “El Beso de la Muerte”, todo lo que describo en el libro es real, menos Víctor Motos, los vampiros no existen.rió Katy.

Lo sé, como también sé que debajo de éste local no hay una guarida de Lobos.

Las chicas llegaron al cementerio, el campo santo era hermoso y como una ilusión se alzaba aquella gran escultura tétrica, gótica y maravillosa, la estatua representaba un esqueleto alado besando a un joven que sostiene entre sus brazos. Beatriz se quedó con la boca abierta, era un regalo para la vista, una obra de arte que expresa con un silencio millones de sentimientos.

El móvil de Katy sonó, era su hermana Jessica que habían quedado para tomar algo en el Born.

Jessica, ¿dónde estás?, no, joder, vale ya voycolgóBea voy a por mi hermana, quédate aquí y aprovecha para hacer fotos, tardo diez minutos.

Tranquila.

Beatriz se quedó sola contemplando aquella maravilla. La rodeó para mirarla de todos los ángulos posibles. Rozó con la yema de los dedos el mármol frio, estaba absorta en sus cosas cuando escuchó una voz profunda y ronca a su lado dándole las buenas tardes. La cordobesa se giró y vio al mismo hombre que había visto en la Oveja Negra. De la impresión casi pierde el equilibrio, aquel hombre la sostuvo de los brazos para estabilizarla, al sentir su contacto, su cara ardió de vergüenza.

No entendía como se podía sentir tan atraída por un desconocido, por alguien que solo había cruzado una mirada. Beatriz se humedeció los labios con la lengua, se había quedado seca.

El Beso de la Muerte, impresionante escultura, capta el momento en el que el alma abandona el cuerpo y la persona pasa a manos de la Muerte que la acoge con fuerza, casi como una enamorada. ¿Serías capaz de entregarte así a alguien sin más?dijo aquel extraño sin apartar la mirada de la escultura.

Beatriz lo miró sin saber muy bien que contestar, pero tenía la necesidad de cumplir sus deseos, que extraña situación.

Duda y teme, es lógico. Tome, si se lo piensa mándeme un mensaje de texto con la respuesta, buenas tardes señorita.

El hombre se marchó, Beatriz miró la tarjeta de visita que le había dejado, rezaba un nombre “Antonio Bede”. Acaba de vivir una locura como en los libros de literatura, qué posibilidades hay en la vida real en que algo así te suceda, pocas por no decir ninguna.
Se guardó la tarjeta en el bolso. Katy y Jessica regresaron a por ella y continuaron haciendo turismo por Barcelona entre Mojitos y risas. Aquella noche, en la soledad de su habitación decidió contestar al hombre misterioso.

“Si me hiciera sentir, si me hiciera volar, lo haría, me entregaría” le dio a enviar.

Beatriz se levantó a primera hora de la mañana, como era costumbre fue a desayunar, se sentó y miró el móvil para ver el periódico. Se dio cuenta que tenía un mensaje, lo abrió y vio que era de Antonio Bede.

“A las ocho de la tarde en el Beso de la Muerte, espero impaciente su presencia”

Pasó el día con Katy de acá para allá, necesitaba una cuartada para poder reunirse con Antonio sin que su amiga se enterase. Así que se inventó una buena excusa, le dijo que una tía suya de Mallorca estaba de vacaciones en Barcelona y quería verla. Katy se lo tragó todo, lo único que hizo fue acompañarla hasta el metro.

Beatriz caminaba con mil mariposas en el estómago e indecisa, lo deseaba pero no tenía claro el haber venido a reunirse con un desconocido. Se posicionó delante de la escultura y esperó.

Como si de un fantasma se tratase, sintió el cálido aliento en la nuca provocando que el vello se le erizara. Fue a girarse pero Antonio no se lo permitió, agarró su cuello y susurró en su oído <<Prometo hacerte gozar>>

Un escalofrío de placer recorrió su cuerpo. Antonio la giró y la cogió por la cintura para acercarla al suyo, la miró con intensidad y tanteó con la nariz sus labios suaves como la seda. Ladeó la cabeza y posó un dulce beso en su clavícula, subió por el cuello y juntó sus labios con los de Bea estremeciéndola, abrió su boca con la lengua y la besó con intensidad ante “El Beso de la Muerte”.

Síguemedijo contra sus labios.

Beatriz siguió a Antonio hasta un gran Mausoleo con una entrada de grandes columnas dóricas revestidas de hojas de acanto y pequeñas calaveras. Abrió la puerta y la invitó a entrar. Lo miró dudosa, no esperaba que la llevara a una tumba, le recordaba tanto a una de las escenas de la novela, aunque no con ese propósito. Respiró hondo y entró.

Nada más poner un pie dentro, Antonio la acorraló contra la fría pared y devoró su boca con posesión mientras le metía la mano bajo la falda y le tiraba del tanga con fuerza rozando sus labios vaginales. Al no estar húmeda le provocó dolor. Junto a sus labios, le exigió decir que deseaba aquello, si no, no podría continuar.

Me deseas señorita, te sometes a mi voluntad.

Le deseo señor, deseo someterme.

Así fue como Beatriz experimentó el sexo perverso. Antonio le hizo quitarse el tanga, la obligó arrodillarse en la piedra fría del suelo con las manos cruzadas a la espalda, con el mismo tanga ató sus muñecas. Le alzó la cara  con un dedo en el mentón, quería que lo mirase, sin miedo, quería ver su entrega.

Beatriz no podía creer que se fuera a entregar a un hombre que no conocía de nada en un sitio de descanso eterno, a su alrededor había nichos, no pudo evitar sentir morbo y desear ser follada por Antonio. Se escuchó el sonido de la lujuria, se estaba bajando la cremallera sin quitarse el pantalón. Sacó por la obertura el miembro y se lo acarició para ponerlo duro. Beatriz lo observaba embelesada, podía sentir como su sexo palpitaba de expectación. Sentía la necesidad de llevarse la mano a la vagina y tocarse, presionar un poco pero estaba atada, húmeda y con los pezones duros.

Antonio pasó la mano por su cabeza, acariciándola con dulzura, la agarró de la nuca y acercó su glande a su boca. Beatriz sacó su lengua y tocó su carne, la sensación fue sublime, satisfactoria, su respiración se aceleró y deseó comérsela pero Antonio se lo impidió sosteniéndola del pelo, dejó su boca a unos centímetros de su pene.

Deséalo.

Lo quiero.

Abre.

Beatriz abrió la boca y tragó su carne, entera, degustando, incluso cerró los ojos ante tal exquisitez. Estaba tan excitada que salivaba por el placer de estar chupando su polla. Antonio la detuvo y la colocó doblada por la mitad encima del sarcófago. Le alzó la falda y pudo ver el trasero voluptuoso de Beatriz, redondo y con carne para agarrar. Se lo acarició con fuerza, agarrando el cachete, le encantó su culo, se mordió el labio con ganas de follárselo.

La cordobesa escuchó el ruido de la hebilla del pantalón, la situación se ponía interesante. Antonio tensó la correa, se paseó de un lado a otro admirando su trasero y excitado, le dio el primer golpe. El eco se escuchó por el mausoleo, Bea gritó de dolor y gozo. <<Auuu… mmm…>> se paró de lado, frente a su culo, con una mano en el bolsillo y con la otra en la correa. Miró su trasero rojo y marcado y volvió a darle. Le gustaba ver como se bamboleaba por sus azotes.

Soltó la correa y besó sus nalgas para calmar el dolor. Antes de hundirse en su interior quiso probar la mercancía andaluza, le metió dos dedos en la rajita y chupó degustando su sabor. Tenía una vista magnífica, su trasero colorado, sus muslos vidriosos por los fluidos y su coñito hinchado, preparado para follar.

Antonio se bajó los pantalones a media asta, tanteó la entrada de Beatriz con la cabeza de su miembro y se hundió con lentitud disfrutando de todas las terminaciones nerviosas placenteras. Se agarró a sus caderas y se movió hacia delante y atrás, despacio. Beatriz gimió <<Ahhh...>> notó como el orgasmo se abría paso por su vientre, apretó la vagina para sentir más placer. Antonio se dio cuenta y le dio un azote con la mano.

Te correrás cuando yo te lo ordene.

Siguió embistiéndola con fuerza, Bea clavó las uñas en la piedra aguantando el orgasmo, los gemidos se convirtieron en gritos de gata salvaje, estaba suplicando. Antonio la empotró con fuerza sintiendo el gusanillo.

Ahora.

Fue como dejar el grifo abierto, Beatriz se corrió con mucha intensidad temblando de pies a cabeza. Antonio sacó su pene de su interior y le ordenó ponerse de rodillas con la boca abierta. Ella obedeció todavía con los resquicios del orgasmo por el cuerpo. Él se la acarició unas cuantas veces y derramó su semen en su boca, ella recogió y tragó sin dejar de mirarlo.

Beatriz disfrutó del encuentro en el cementerio de Barcelona, una experiencia que se llevaría a la tumba.





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