DULCE & SALADO
Triana,
Sevilla.
Dulce
Cortés paseaba a lomos de su caballo camino a la feria, vestida con un traje de
faralaes, con su cabello largo azabache que el viento mecía a su antojo, iba
cantando un fandango acompañada de su familia.
Aquel
día, actuaba en la caseta de su tío Caracol.
Toda su gente de Triana iría a verla. Dulce caminó decidida al escenario, su
voz era un regalo de los dioses, enamoraba con cada palabra, te arrancaba el
alma con el sonido de voz, era el duende gitano que corría por sus venas.
Sus
zapatos dieron el primer compás, el paquero
la siguió con la guitarra y la Paca le toca las palmas. La sevillana se arrancó
por bulerías, mostrando su arte con cada movimiento de la bata de cola. Solo
ella sabía cómo conquistar a los corazones solitarios.
En
la última butaca, se encontraba Juan el “Salao”.
Un gaditano muy apuesto, un gitano rechazado por su familia. Provenía de un
linaje muy tradicional con reglas estrictas que había que cumplir. Juan se las
saltó todas y cada una de ellas, él solo quería vivir y amar libremente. Se
fijo en Dulce, una gitana con una familia de la vieja escuela, algo
inalcanzable para un gitano repudiado. Esa marca lo acompañaría el resto de su
vida. Aunque el corazón no entiende de tradiciones, ni de razas, ni de “na”.
Dulce
se convirtió en su sueño inalcanzable. El Salao
se pasó los días durmiendo para ser feliz, pues ahí era cuando le robaba
inocentes besos a su gitana de mirada hechicera. Cada día de feria, acudía para
verla desde la distancia. Una tarde, cuando las fiestas ya se habían acabado,
paseó por el barrio de Triana dejando vagar su imaginación. Hacía días que no
veía a la gitana que le robó el alma.
Sus
pasos lo llevaron hasta una reja decorada con geranios en flor, de ella salía
una dulce melodía. Fascinado por los caprichos del destino, le entró un
cosquilleo en el vientre al ver a su gitana, a Dulce. Peinaba su cabello ajena
que unos ojos color miel la contemplaban con anhelo por tocar su suave piel.
El
tiempo pareció eterno hasta que Dulce giró su cara y encontró su mirada.
Conectaron al instante y surgió la chispa de la pasión de Dulce y Salao. Cada
mañana, al alba, cuando todos dormían, desataban su amor en palabras a través
de la reja de su ventana. Deseaban más, querían momentos únicos y escribir su
propia historia. Por ahora, solo podían compartir gustos y algún que otro beso
tímido. El Salao descubrió su pasión por la lectura, su gitana no solo cantaba
si no que era una enamorada de las novelas románticas.
Como
toda historia prohibida, la tormenta llegó en forma de hermano mayor. Pilló al
Salao coqueteando con su hermana menor. Su familia rompió ese sentimiento
hermoso que había nacido de la inocencia del corazón. Amenazaron de muerte al
gaditano, no querían que un repudiado se casara con Dulce, una gitana de bien.
No
se dio por vencido, con las botas puestas se presentó ante el padre de Dulce
para reclamar su mano, se la rechazaron y una buena tunda se llevó. La joven
sufrió por su amor prohibido, sintió cada golpe y suplicó clemencia por su
hombre. Enfrentó a su padre con una navaja, juró quitarse la vida si no paraba
a sus hermanos. El padre no contestó y Dulce se rebanó una muñeca, la sangre
brotó de su piel morena. El patriarca le hizo jurar, <<Renuncia al Salao o esto se convertirá en la tragedia de Romeo
y Julieta. Es eso lo que quieres, su muerte>> Dulce gritó al cielo de
rabia y tiró la navaja al suelo. Bajó los brazos, la sangre goteaba y resbalaba
por su mano. Miró a su padre con odio y contestó <<Renuncio al amor puro de mi vida, renuncio a ser feliz,
renuncio a las pasiones y renuncio a usted>> Dulce lloró desconsolada
y se encerró en su habitación. Su padre cumplió y dejó que el Salao se
marchara.
Juan
el Salao había escuchado cada palabra de su gitana y sabía por las leyes de su
raza que un juramento era inquebrantable. Asumió aquel juicio injusto por parte
de los Cortés y desapareció de la vida de Dulce.
Un
largo mes había pasado, el tiempo lo cura todo pero Dulce seguía encerrada en
su dormitorio con el corazón destrozado. Ya no quería bailar, ni cantar, ni
comer, ni soñar, porque si dormía ahí estaba su gitano y cuando despertaba
volvía a la cruda realidad. Era aún peor porque era sufrir la perdida noche
tras noche.
Una
madrugada, sintió un ruido en la habitación. Dulce se despertó sobresaltada, no
vio a nadie. Fue a dormir de nuevo cuando su mirada se cruzó con un libro en la
ventada. Se levantó temblando, con un pálpito en el corazón. Había una escueta
nota y un libro “Cien años de Soledad”. Todavía no la había leído y ya
derramaba lágrimas.
“Mi
gitana,
Vivo
cada segundo por tener junto a mí, sueño porque seas mi mujer. Deseo verte
bailar al son de una guitarra, eres la dama que vela mis noches amargas. Dulce,
me voy lejos a trabajar, volveré de oro para que tu familia me acepte y
limpiaré mi nombre.
Ni
cien años de soledad hará que olvide tu aroma a claveles, somos origen y
nuestra evolución la escribiremos a nuestro antojo. No seremos la ruina de
Macondo, nosotros somos los Amaya y serás mía. Nuestra saga familiar perdurará
cien años de pasión, no de soledad. Te quiero, uniremos nuestro destinos,
tienes mi palabra”
A
Dulce se le escapó la carta de las manos, durante un mes había estado aislada
pero con la sensación que el Salao la velaba noche tras noche. Ahora se
marchaba lejos y por más promesas que hubiera escrito su historia se acababa.
Su padre la casaría con un gitano de bien y no podría hacer nada. Se cambió de
ropa a la carrera y enfrentaría al mismísimo demonio por detener a Juan de
vuelta. Iría al fin del mundo por su Salao.
Su
encontró con su padre en la puerta de entrada. Supo las intenciones de su hija,
pues el vecino le había informado de que Juan el Salao se marchaba de Sevilla.
Negó con la cabeza impidiéndole el paso. Dulce podía acabar bien o mal, decidió
coger la primera opción. <<Padre,
lo amo. Y si no me deja pasar e ir en su busca le juro que me quitaré la vida y
no podrá impedírmelo>> su padre la miró y sonrió <<habéis demostrado que no era un capricho. Si es la única manera
de que seas feliz, tienes mi bendición>> había sido un hombre duro
pero también era comprensivo. Dulce abrazó a su padre, pues había entendido a
su corazón.
A
lomos de su caballo, recorrió Sevilla sin importarle que estuviera cometiendo
mil infracciones. Dejó al animal aparcado en la parada de taxis y entró en la
estación de trenes. Gritó su nombre esperanzada de que no su hubiera ido
todavía pero no lo encontró. Derrotada y con el corazón partido en mil pedazos,
fue a buscar a su yegua. Al salir, vio al Salao subido al caballo. Dulce corrió
a sus brazos llorando de felicidad. Juan la cogió en volandas y la sentó
delante, arropándola en su pecho.
¿Qué
pasó después?, se casaron, tuvieron tres hijos, dos de ellos gemelos y al cabo
de dos años abrieron un café – bar, lo llamaron “Dulce & Salado”. Un lugar
que representó sus pasiones, allí se harían tertulias literarias, bailes
flamencos y sobre todo, era la unión de un amor imposible que acabó siendo
posible.
Hermosa historia
ResponderEliminarQue puedo decirte... pues que me ha encantado, tengo aun la sonrisa en la boca y creo que hoy no me borra nadir.
ResponderEliminarGracias, muuuuchas gracias Katy
Preciosa historia
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