La Seductora del Charco la Pava
Muy pocos saben seducir pero Sofi nació siendo una seductora nata, le sale natural, sin pretenderlo y consigue, siempre, lo que se propone.
Los chunguitos sonaban atronadores desde la radio de un coche aparcado justo debajo de la ventana de Sofi. Era verano y hacia un calor horroroso. Antes de ir a trabajar a la pescadería debía tender la ropa. Se asomó con una camiseta de tirantes y fue colgando las prendas. El Jerez, fumaba bajo su ventana sin perder detalle del espectáculo. Observar a Sofi era un regalo para cualquier hombre. Ajena a sus deseos más carnales, siguió tendiendo. Sin darse cuenta, una teta se le salió de la camiseta. Continuó terminando su tarea sin más, era algo natural, que le nacía y no le importaba enseñar cacho.
El miembro del Jerez creció en su entrepierna, aquello apretaba dolorosamente. Fue al portal, que le faltaba la puerta y subió al piso de Sofi. Llamó y esperó. La joven abrió con el pecho fuera y con cara de estresada, tenía el tiempo justo.
― Sofi, nos hacemos unos arrumacos. Anda Sofi, no me dejes empalmado.
― Jerez, llego tarde y todavía tengo que hacer la tortilla de papas para mis niños.
― Venga Sofi, juro que no te molesto. Será un momento.
Esta lo dejó pasar. Fue derecha a la cocina y se puso hacer la comida. El Jerez levantó la falda tejana y vio el culo tan redondo que tenía. Le dio un pequeño azote y sin perder tiempo se bajó los vaqueros. Se encendió un cigarrillo y fue a bajarle las bragas blancas de algodón pero se detuvo cuando vio un agujero justo en la raja de la chochera.
― Tienes las bragas rotas Sofi, cómprate coñeras en el mercaillo o pídele a la Kinkona, las vende muy baratas.
― Estas son para estar por casa, las nuevas las dejo para cuando voy al médico. Jerez, fóllame ya que me tengo que ir.
― Ya voy morena―movió el rabo de lado a lado cachondeándose.
Sofi siguió con la tortilla y este empujó pasando el pene por el agujero de la braga y resbaló en su interior. Con el cigarro en los labios fue metiéndola y sacándola. Esta le daba vueltas a la tortilla gimiendo de gusto. La empotró contra la cocina hasta que la sacó y derramó el semen en el suelo.
― Me voy Sofi, adiós guapa y gracias―le dio una cachetada.
― Podías recoger tu mierda al menos, cabrón.
Cogió el mocho y fregó el suelo. Antes de marcharse a trabajar se cambió de ropa y se puso un vestido hasta las rodillas rojo con la falda de vuelo y se fue sin bragas. Estaban todas para lavar. Esperando el autobús, un hombre de negocios se colocó a su lado. El transporte público levantó una ráfaga de aire y levantó el vestido de Sofi. El hombre le vio todo el culo y el coño desnudo. Su rajita estaba rasurada y era pequeñita.
El autobús estaba medio vacío. La joven se sentó en la parte de atrás y el hombre a su lado con la intención de ligar camino al trabajo. La erección le subía por el muslo.
― ¿Siempre vas sin bragas?―se atrevió a decir.
― Toque, toque, no solo sin bragas si no lubricada.
Sofi le agarró la mano y la acercó a su sexo, lo tenía húmedo pues también se había fijado en la enorme tranca que tenía entre las piernas. Abrió las piernas y dejó que el tipo le metiera dos dedos. A escondidas, se bajó el escote para tocarse los pechos desnudos. El hombre abrió su bragueta y sacó la polla para que se la tocara. Se masturbaron en los últimos asientos. Ella le hizo una paja con la mano y el no paró de follarla con dos dedos. Sofi tembló en su mano y el salpicó todo el asiento del pasajero.
― Mi parada, gracias por el aperitivo.
Se bajó y caminó hasta la pescadería. Al llegar, saludó a su compañero y se puso el delantal. Aquel observó como un fluido transparente bajaba por su pierna y sonrió perverso. Estaban en la trastienda colocando el pescado.
― Sofi, la pava la tienes resfriada o solo congestionada.
― Con mocos.
Se levantó el vestido y le enseñó su rajita vertical perlada. Este resopló, era una descarada pero una auténtica seductora. Tenía una caja de sardinas en la mano y la soltó para comerle aquello que le ofrecía. Se arrodilló y la sujetó por los muslos. Arrimó la boca al coño y sacó la lengua para chupar. Le comió el sexo a lametazos y a besos. Ella sujetó su cabeza contra su intimidad y cerró los ojos absorta en el placer.
― Joder, nena, me vuelves loco.
La tumbó encima de las cajas vacías y cogió una sardina. Abrió el trasero y escupió para lubricar su ano. Acercó la cabeza del capullo y entró, se quedó embobado y sonriente. Era un placer exquisito y gozoso. La sardina la metió dentro de su sexo y la folló a la vez que la enculaba. Sofi se pellizcaba los pezones jadeando de gusto. A su compañero le gustaba sentir el roce de otra verga contra la suya y a falta de polla se conformaba con un pescado. Se corrió dentro del culo de Sofi.
Sonriendo se arreglaron para empezar a trabajar. Él dejó la sardina dentro de la caja para la venta. Esta aprovechó para ir a la cafetería del mercado a por cafés. Nada más llegar le dijo al dependiente.
― Tengo el culo lleno de leche condensada, ¿quieres chupar?
― ¿Polla recién ordeñada?
― Sí y toda para ti.
― Siempre te acuerdas de los amigos, que buena eres. Ven conmigo.
La llevó a la trastienda y la colocó en pompa. Le comió el culo, saboreando el semen del pescadero, estaba enamorado de él pero no era mutuo. Se conformaba con chupar a Sofi cada vez que se follaba aquel pedacito de pan.
― Chupa un poco más, me voy a correr.
― Tranquila nena, te voy a dejar el ano blanco.
Por la tarde, al regresar a casa, se encontró con el mismo tipo del autobús. Esta vez pararon en un parque y tras unos arbustos follaron. A cuatro patas, en posición de perrito, la empotró. Pegando sus cojones contra su coño, se escuchaba el débil latigazo de los testículos.
― Estas buenísima, joder… que coño más estrecho… ah, ah, ah,… dios, dios,… ya viene, ya viene… me corro nena…
La sacó de golpe y se corrió en la hierba, vaciando su cargamento. Ella se tumbó al raso, desnuda de cintura para abajo y sonriendo por el placer tan rico.
― No, solo tengo un coño seductor…
Sofi colocó su sexo en la cara del hombre y lo restregó queriendo volver a sentir un orgasmo, no tenía fin en cuestión de sexo.
© Katy Molina
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