María Magdalena
"La Historia de la Loca Monja Atómica"
Primera Temporada
Capítulo Tres
Madonna, el mesías.
María Magdalena llevaba un tiempo en el convento de
las Carmelitas descalzas haciendo penitencia por sus pecados, de vez en cuando
la razón invadía su cabeza aportando un poco de cordura a su locura permanente.
Pasó un tiempo tranquila, parecía que las
alucinaciones con Dios y Lucifer habían desaparecido por completo hasta que sin
comerlo ni beberlo pasó, una tarde, por delante del despacho de la madre
superiora. No había nadie y la puerta estaba abierta, escuchó voces, entró
despacio y encontró la televisión encendida.
De pronto, apareció en la pantalla una mujer rubia,
de tez blanca como una monja, con labios rojos y carnosos, con unos ojos azules
impresionantes y las paletas de los dientes separados. Oyó como el presentador
la llamaba Madonna. María Magdalena quedó absorta viendo la imagen y más cuando
la escuchó hablar. Aquella mujer era su mesías, su guía y un mensaje del cielo
y el infierno. Madonna prometía al mundo hacer felaciones a todos aquellos que
votaran por Hillary Clinton. Lo vio claro, tenía que salvar al mundo del pecado
haciendo felaciones y comiendo vaginas.
Entonces, la locura regresó con más fuerza a su
cabeza, notó unas manos en sus hombros. Una era de Lucifer y otra de Dios, los
dos le sonreían desnudos, con la mano en el pene. Se tocaban en silencio,
mirando a Madonna hasta que explotaron salpicando el semen en la pantalla. La
cantante hablaba y parecía que acabase de hacer una mamada.
María Magdalena entendió aquello como la señal para
salvar al mundo, empezaría por las monjas. Antes de salir del despacho, se
acercó a la pantalla de la televisión y recogió el semen con el dedo. Se hizo
la señal de la cruz en la frente y así empezó su cruzada perversa.
Era hora de rezo, las hermanas se encontraban
reunidas en la capilla principal, menos las novicias que estaban en una capilla
anexa más pequeña. Había cinco jovencitas dispuestas a entregarse totalmente al
cuerpo de Cristo. María Magdalena entró y se quedó parada detrás de las
monjitas, todas ellas estaban de rodillas rezando y con la cabeza apoyada en el
suelo.
―De
pie―ordenó.
Las novicias se levantaron al escuchar a una
hermana, bajaron la cabeza al ver que era la rara de María Magdalena. Ésta se
acercó y les quitó a todas ellas la cuerda de la cintura que utilizaban de
cinturón.
―Cruzar
las muñecas.
Obedecieron sin rechistar. Magdalena las ató, las
giró de cara al altar sagrado y les hizo arrodillarse con la cabeza puesta en
el suelo. Fue una a una levantándoles la túnica, todas llevaban bragas blancas
de algodón. Se las bajó hasta mitad de los muslos, las chicas se miraban entre
ellas sin saber qué hacer.
―Recemos,
repetir conmigo. <<Padre de mi sexo, excita mi ser para sentir el orgasmo
más placentero aquí en la tierra. Que vengan mis manos a mi clítoris y lo
toques con fervor. Que tu voluntad explote de gozo en mi vientre. Amén>>
Las novicias repitieron el rezo sin poder evitar
humedecerse. Magdalena gateó oliendo los traseros de las monjitas, todas ellas
olían almizcle con olores distintos y similares. En la posición en la que se
encontraban, se les veía perfectamente la rajita del sexo, ese bultito rajado
tan apetecible y brillante por el flujo.
Magdalena comenzó a salvar sus almas a través del
placer y el orgasmo, acercó la lengua al primer chochito y lamió la carne
húmeda. La novicia cerró los ojos con fuerza, era la primera vez que le tocaban
el sexo. Le gustó, mucho, gimió como una gatita con las mejillas arreboladas,
encendidas por el placer. Las otras miraban envidiosas, deseando que llegase su
turno. La Monja no paró de lamer aquellos coñitos jóvenes hasta que alcanzaban
el orgasmo entre espasmos y gritos. Las novicias, una vez probaron el pecado,
se abrían de piernas para que chupara mejor.
María Magdalena cuando sentía en la boca el gusto
del orgasmo, aquellas feromonas hechizantes de la hembra al haber llegado al
coito, les metía dos dedos en el sexo y después se los daba a probar en la
boca. Las jóvenes estaban tan cachondas y con la vagina tan hinchada que se
masturbaron, dos de ellas se comieron las tetas entre sí, mientras se tocaban
con la mano intercambiando fluidos, las otras dos hicieron un sesenta y nueve
para volver a experimentar el gozo. Magdalena seguía chupando el último
chochito, era la más chillona y la que más se mojaba. Casi se atraganta, no
daba a vasto con tanto flujo. Las bragas estaban empapadas y al correrse gritó
como una perra en celo.
Los chillidos alertaron al párroco que había venido
a confesar a las hermanas. Entró en la pequeña capilla y encontró aquella bacanal
de coños mojados, se escandalizó y excitó a la vez. Magdalena se levantó del
suelo, con la boca llena de fluidos y lo miró. En ese momento, vio a Lucifer
enculando a Dios sin manos, solo con el movimiento de sus caderas.
<<Madonna ha
dicho que haría mamadas para salvar al mundo del pecado, ya sabes lo que tienes
que hacer>>
dijo Lucifer
La monja caminó hasta el cura, lo miró a los ojos y
le agarró el paquete por encima de la tela de la sotana.
―Yo
le libraré de la oscuridad y la maldad, sus pecados quedaran redimidos
―Hija…
pero… ¡¡Por todos los demonios!!
Magdalena se había metido debajo de la sotana para
comerse la polla del cura, no la tenía muy grande, por eso razón pudo meterse
el tronco junto con los huevos dentro de la boca. Chupó con deseo y perversión,
exprimiendo el alma del párroco. Éste tuvo que agarrarse a los pies de Cristo,
a la talla que había a su espalda para no caer al suelo por el placer. Gritaba
y lloraba de gozo y de pena por no haber probado antes el pecado carnal.
El cura se vació en la boca de la monja, ésta salió
debajo de la sotana con la boca llena de leche religiosa. El párroco se
encontraba con la boca y las piernas abiertas, tenía la frente brillante del
sudor y seguía empalmado y excitado. Se la quedó mirando con lujuria, deseaba
follar el coño de la monja, fue hablar cuando Magdalena se acercó más y escupió
el semen en su cara llenándolo por completo.
―Tus
pecados han sido redimidos, ve en paz padre.
Katy Infierno.
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