Azucena
Rock & Birra
Era una
sala cuadrada, sin ventanas, solo cuatro paredes lisas y dos sillas. Una en
frente de la otra. Azucena estaba sentada en una y en la otra había un agente
de la CIA con una grabadora. Ella sonreía, burlándose de aquel tipo musculado
con cara de pocos amigos.
―¿Sabes
por qué estás aquí?―preguntó Rodrigo.
―Sí.
―Eres
consciente que has infectado a más de tres mil personas en menos de una hora.
―Sí.
―Ahí fuera
es un caos, ¿sabes cómo parar la infección?
―Puede,
¿qué recibo a cambio?
―Conservar
tu vida pero no la libertad.
Azucena
miró hacia un lado sopesando aquella oferta pero tenía otros planes muy
diferentes.
―Me llamo
Azucena y tengo el virus Rock & Birras en mi organismo. Soy un proyecto de
laboratorio de la corporación clandestina Los Hijos del Metal, su propósito
acabar con los adictos a la música comercial. El mundo será gobernado por los
rockeros, metaleros y heavyatas.
Rodrigo
apretó los puños con fuerza, solo sentía ganas de estrangularla y partirle el
cuello. Se obligó a tranquilizarse. En ese momento, Azucena jugó su primera
carta al estilo instinto básico. Descruzó las piernas y le enseñó el sexo
desnudo; a continuación, volvió a cruzarlas. Un aroma a cítricos, inundó la
habitación. El agente percibió un olor embriagador, respiró con fuerza y una
fuerza animal despertó en su interior. Crujió el cuello intentando resistirse.
―Habla… ―la boca
la tenía seca.
―Todo
empezó en la sala Razzmataz…
<<El
virus estaba preparado para introducirlo en el cuerpo de Azucena. Los Hijos del
Metal habían organizado un concierto en la sala Razzmataz de Barcelona. Lo
único que tenía que hacer era subir al escenario y tocar su música de manera
perversa. En el camerino, la desnudaron y la tumbaron encima de una mesa,
cuatro metaleros la agarraron de los brazos y de las piernas. La tenían bien
sujeta. El maestro del Metal, se acercó desnudo, tocándose el pene. Acercó la
cara a su coño y olió abanicándose con las manos para que el olor entrara mejor
por la nariz.
―Está
preparada―habló a sus hermanos.
Le
alzaron las piernas y la abrieron bien para la ceremonia. El maestro cogió un
supositorio negro, el virus. Sacó la lengua y se la pasó por su carne hinchada,
una y otra vez. Azucena soplaba con fuerza, girando la cabeza de un lado a
otro. Necesitaba que estuviera muy lubricada para que todo saliera como debía
ser. Consiguió que tuviera el coño congestionado de mucosa.
El
maestro recogió parte de su flujo y se untó la polla. A la misma vez que
acercaba el glande a su entrada le metía el supositorio por el trasero. Su ano
se trago el virus, solo faltaba que Azucena sufriera un orgasmo para que
aquella bacteria se fusionase con su cuerpo y de esa manera, la joven cantante
rockera, se convertiría en el arma mortífera de la sociedad.
El
maestro se hundió en su sexo, abrió los brazos en cruz y se quedó quieto. Los
metaleros la balancearon adelante y hacia atrás como si fuera un tronco
utilizado para derribar un portón de la Edad Media. La inercia cada vez era más
violenta, las embestidas más fuertes y placenteras. Azucena abrió los ojos y
gritó como el infierno al alcanzar el clímax.
Un
chorreo violento salió de su coño bañando al maestro. La ceremonia había sido
todo un éxito. Un poco mareada se vistió para su gran concierto. Al pasar por
delante de la mesa vio al maestro muerto en el suelo, con una gran sonrisa en
los labios. Azucena miró a los metaleros.
―Era un
farsante, escuchaba música comercial. Solo los auténticos hijos del Metal
sobreviven al virus.
Lo
entendió. Asintió y salió a conquistar a las masas. Los carteles la anunciaban
como cantante Pop. La sala estaba a rebosar de gente, el aforo completo.
Azucena salió al escenario con una camiseta de tirantes de Nirvana anudada a la
cintura, una falda corta con cadenas y unos calcetines altos de rejillas. Subió
al escenario con sus botas militares de pinchos. El grupo la esperaba,
preparados para empezar a tocar la guitarra eléctrica.
La gente
silbó al darse cuenta que había sido engañada, nadie quería ver un concierto de
Metal. Abuchearon pero a ellos les dio igual, todo estaba listo. Las guitarras
tronaron en la gran sala con la batería de fondo. Los componentes del grupo se
volvieron locos. Azucena giraba su cabello en círculos mientras que con una
mano se tocaba el sexo con fuerza. Los espectadores aplaudieron semejante
bochorno llamándola “puta”, “guarra” pero no esperaron lo que vino a
continuación. Gritó como una perra al llegar al orgasmo, los ventiladores se
encendieron y los fluidos de su cuerpo se esparcieron por toda la sala
impregnado a todos los allí presentes.
La gente
cayó al suelo y empezaron a convulsionar. Los chicos se empalmaron y sin
control alguno, se pajearon una y mil veces expulsando semen e infectando a los
que había a su alrededor. Las mujeres hacían lo mismo, con las piernas abiertas,
se masturbaban metiéndose dedos, puños y frotando el sexo hasta correrse una y
otra vez sin descanso, hasta morir de placer.
―¡¡Hijos
de putaaaaa!! ― gritó Azucena al público. Con la adrenalina
recorriendo su cuerpo, cogió el micrófono y se lo metió en el coño. Se folló a
si misma riendo histérica>>
―Agente se
encuentra bien―riendo de lado observó como Rodrigo tenía la
polla dura contra los pantalones. Chirriando los dientes, intentó controlar las
ganas que tenía de masturbarse.
―No
ganarás…
―Ya lo he
hecho… ¡Viva el Metal!
Rodrigo
gritó sin poder resistir ni un minuto más. Azucena desplegó las piernas y con
las manos, abrió su coño para que viniera a saborearlo. No pudo más, se bajó
los pantalones y cogió su carne dura. Tenía los testículos a punto de reventar.
Se arrodilló entre sus piernas y lamió con desesperación. Se pajeó sin cesar,
sufriendo un orgasmo tras otro. Ella disfrutaba con el placer, descubrió sus
tetas y pellizcó los pezones, se sentía absorta en el gozo. Gemía sin parar y
se corrió. El agente paró de chuparle el sexo, acababa de sufrir un infarto
entre sus piernas.
Le pegó
una patata tirándolo al suelo. Se bajó la falda y salió de aquel tugurio, no
quedaba nadie pues el Metal había ganado la partida a la música comercial.
"Lo que te hace sentir bien no te puede causar ningún daño", Janis Joplin
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