Te llamaré Rizos
Ahogando
las penas en un sucio tugurio de Gijón, Sandra Torre recordaba cada instante de
aquel adiós amargo. Lo había intentado, resurgir como un ave fénix, eso era lo
que la sociedad esperaba. Rehabilitarse, esa era la palabra pero qué hacer
cuando la vida te pone piedras en el camino.
Dio
un trago a su whisky barato y terminó el cigarrillo apurando la calada hasta el
filtro. Tenía el rímel corrido, solo los rizos daban vida aquel rostro lleno de
rabia. Todavía no entendía la escena que habían visto sus ojos, su marido,
aquel que debía estar a su lado se había follado a su prima. Odiaba aquella
mosquita muerta y todavía más aquel que le había jurado amor eterno.
Sandra
solo quiso darle una sorpresa a Lucas, salió un día antes de la cárcel de
mujeres. Se guardó ese dato para sorprenderlo, por fin iban a estar juntos
después de dos años encerrada entre rejas.
― ¡Tabernero!,
nunca deje mi copa vacía.
―
Ha bebido bastante, ¿no cree? Será mejor que le pida un taxi.
―
Es mejor no provocar a la rizos ―
susurró mirando el reflejo de su persona en el espejo de la barra.
Como
si fuera una atleta de las olimpiadas pegó un salto al otro lado de la barra.
Cogió la botella de Jack Daniels y se la estrelló al hombre en la cabeza, lo
dejó inconsciente en el suelo. Se acercó a su oído y le susurró, <<no
quería, tú me has provocado>> Sandra salió corriendo del tugurio.
Dos
días después…
Caminaba
sin rumbo, con las medias destrozadas, no tenía a donde ir. La casa, era de su
marido, la había echado como a un perro callejero. Se habían dicho palabras
duras y la única que había salido perdiendo había sido Sandra. Se sentó en un
banco, destrozada, rememorando toda la escena.
<<Sandra llegó a la casa. Solo
tenía ganas de ver y besar a su marido, dos años en la cárcel habían sido duros
pero las visitas que Lucas le hacía a menudo, en los vis a vis, había hecho que
no perdiera la ilusión de seguir hacia adelante. Cogió la llave que guardaban
debajo del macetero, entró y se encontró la casa vacía, en silencio. Dejó el
equipaje en la entrada y subió al piso de arriba para darle una sorpresa. Nada más
poner un pie, oyó gemidos. El corazón le dio un vuelco, presintiendo lo peor.
Caminó despacio y abrió la puerta de la habitación. Encontró a su marido y a su
prima, desnudos follando en la cama. Ella estaba a cuatro patas y él la
embestía por detrás, azotándole el culo. Se lo estaban pasando bien. Sandra
gritó como una histérica y estos se sobresaltaron. Marido y mujer se miraron.
Lucas gruñó enfadado, sacó la polla del coño de su amante y fue con el miembro
perlado en fluidos hacia Sandra.
La cogió de los rizos y la sacó de la
habitación, la llevó tirándole del pelo hasta la planta baja. Ella intentó
zafarse pero Lucas la tenía bien sujeta. La insultó por no haberle avisado.
―
Eres una puta, una mierda, no tienes derecho a reclamar nada, el día que te
encerraron entre rejas dejaste de ser una persona respetable. Me follo lo que
me da la gana y tú callarás.
―
¡Hijo de puta!
Lucas la abofeteó. La cogió de la
cabeza y le restregó la polla en la cara. Sandra lloró, aquel cabrón no era el
hombre que dejó hace dos años. Era un ser despreciable, un manipulador y
maltratador.
―
Lo único que vas a tener de mi va a ser mi olor a polla follada. Lárgate de mi
casa, no tienes nada.
Sandra salió humillada de la casa.
Gritó de la rabia y de la impotencia. Se había tragado dos años de cárcel por
su culpa. Ahora lo veía claro y pagaría esa condena, la había utilizado a su
antojo y no había sido consciente>>
Recordó
cada palabra de aquel hijo de puta, lo único que deseaba era desahogarse.
De
pronto, un coche paró delante de ella. Un hombre, maduro, le enseñó un billete
de cien euros. Sandra entendió que le estaba ofreciendo sexo ya que por las
pintas de puta arrepentida que llevaba, pensaría que era una señorita de
compañía. No se lo pensó, necesitaba gozar y gritar de placer. Subió al coche y
la llevó a una casa apartada de la ciudad, era un palacete. El tipo tenía
pelas.
En
silencio, entraron al interior de la casa. Preparó dos copas de whisky y le
ofreció una a Sandra. Se sentaron uno enfrente del otro, el tío dio un trago
sin quitarle los ojos de encima. Ella se sentía un poco fuera de lugar, creyó
que la llevaría a un descampado para follar. Vio que sacaba de su cacheta una
pistola y la dejaba encima de la mesa.
―
Me recuerdas a una mujer que perdí hace mucho, dicen que cuando sientes mucho
dolor la vida te premia con la esencia que perdiste ―
la miró con ternura ― ¿te sientes incómoda con
la pistola?
―
No, no soy una santa, maté a un hombre inocente ―
no sabía muy bien porque se lo había dicho ―
aquel que pensé que era mi ángel salvador, me drogó, a su propia mujer y me
dejó conducir. Dejé a tres niños huérfanos de padre y a una buena mujer sin
marido.
―
Entiendo, la vida puede ser una hija de puta muy grande ―
sacó una cajetilla de tabaco y se encendió un cigarro. Le ofreció uno a Sandra
y cogió uno ― No soy un santo, trabajo para los
poderosos y mato.
―
Un sicario ― afirmó Sandra ―
¿qué le pasó a tu chica?
―
Se la llevó el cáncer, contra ese mal no pude protegerla. Hace ya cinco años,
hasta esta noche, la he visto en ti, tus gestos, tus rizos… no eres ella, lo
sé, pero me has hecho sentir, cuando creí que mi corazón no volvería a latir.
Sandra
apagó el cigarrillo y se levantó del sofá. Bajo su atenta mirada, se despojó de
sus ropas, quedó desnuda, con el sexo pelirrojo, rizado y bien recortado, el
pecho despuntado ligeramente hacia arriba y una mirada vidriosa, llena de
deseo, anhelando ser amada.
―
No me has dicho tu nombre… ― exclamó Sandra en
la penumbra del gran salón.
―
Tú tampoco, pero no lo necesito, serás mi Rizos.
Sandra
sonrió, le gustó la idea de pertenecer a alguien, aunque fuera por un instante.
Se arrodilló entre las piernas del sicario, sacó la lengua y mirándole a los
ojos, la pasó por la bragueta, comprobando el grueso y largura de su miembro.
Aquel gesto lo calentó. Le bajó la cremallera, sacó su pene, olía a hombre
peligroso. Besó los testículos, chupando cada huevo, pasando la lengua desde su
nacimiento hasta el glande. Después, se lo metió entero, degustó su sabor y gimió
con su carne dentro de su boca. El sexo se le humedeció, mojando los rizos de
entre sus piernas.
Cuando
lo tuvo duro, se subió a horcajadas. Él condujo el pene a su ano, poco a poco
lo introdujo. Sentir la estrechez lo volvió loco. Sandra jadeó al sentirse
invadida. El sicario posó las manos en cada cachete para abrir más su trasero y
fue ayudándola a subir y a bajar. Los pezones rozaban la boca del asesino, éste
gustoso, los lamió. Follaron, mezclaron sus sabores, olores, pasiones y
fluidos.
―
Te llamaré… Espartaco… eres fuerza, dominación y macho…
Este
le introdujo dos dedos en el coño, para excitarla más y con el pulgar le frotó
el clítoris. Sandra contraía las paredes vaginales sintiendo florecer el
orgasmo. Gritó en la boca de Espartaco, mezclando su lengua con la de él, hasta
que alcanzó el clímax y su mundo se hizo placentero.
La
sintió temblar y de las mismas contracciones apretó más el ano, el resultado
fue una corrida como hacía mucho que no tenía, se vació dentro de su trasero
llenándola de su esencia. El semen se escurría por el tronco de su pene,
mostrando la prueba de aquel acto sexual lleno de lujuria.
Tres
meses después…
Espartaco
y Rizos, iniciaron una relación con todas las consecuencias. Ella lo amaba,
nunca había sido tan feliz, aún sabiendo que era un hijo del infierno, un
pecador.
Pararon
a repostar en una gasolinera a las afueras de Gijón, iban hacer un viaje por
toda Europa. Sandra vio por el retrovisor una cara conocida, era su marido con
la puta de su prima. La ira apareció invadiendo sus pensamientos y supo que
había llegado la hora de devolverle el favor.
Espartaco
subió al coche y vio a su chica caminar con paso decidido hacia un vehículo con
dos pasajeros dentro. Sandra se encendió un cigarrillo, cogió la manguera de la
gasolina y le llenó el depósito. Lucas, se dio cuenta que la dependienta estaba
fumando y bajó la ventanilla.
― ¡Oiga!,
está loca, puede provocar una tragedia.
―
Hola, cariño…
Una
sonrisa siniestra se dibujo en el rostro de Sandra. Sin pensarlo dos veces
lanzó el cigarrillo encendido dentro del depósito del coche y salió corriendo
antes de que explotara. Lucas y su amante intentaron salir del vehículo pero no
les dio tiempo. El coche estalló en llamas llevándose la vida de aquellos que
le habían hecho daño en el pasado.
El
único que se salvó fue el dependiente, en ese momento no habían más coches en
la gasolinera, solo estaban ellos y su marido. Sandra había provocado el
infierno. Subió al coche y Espartaco salió pitando de allí, quemando rueda para
que no le alcanzara las llamas.
―
Rizos… ―
intentó entender a qué había venido aquel acto macabro.
―
Era mi marido y su puta ― fue lo único que le
contestó, él sabía toda su historia.
―
¡Jajajaja!, esa es mi chica.
Interesante Katy, felicitaciones.-
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