Luces y Sombras
“Destino que nació de una mirada entre
las sombras, eres para mí, siempre seré fiel a tus besos, pues mi destino nació
de un sueño que anheló sin saber el final de su propio rumbo…” (Pensamiento de un
alma errante entre luces y sombras)
Bajo la ducha, apoyaba las manos en la fría
pared revestida de azulejos blancos, necesitaba sentir el agua tibia caer sobre
su cuerpo ardiente, el cual había sido calentado por una simple mirada
inocente. Las gotas caían en cascada sobre su miembro prominente que iba
creciendo con cada caricia del agua y pensamiento sucio.
Bajó
la mano al pene, tocó su carne dura, deslizando con suavidad, excitándose con
cada roce. El pecho subía y bajaba acompasando el placer, los gemidos salían de
su boca entreabierta hasta que su pene escupió el semen. Quedó satisfecho,
relajado y terminó de limpiar su cuerpo bajo la ducha.
Al
atardecer…
Engalanado
con su mejor traje, entró en el Club “Luces y Sombras” al cual acudía cada fin
de semana para impartir su dominación. Ataviado con un sombrero de estilo
gánster y un cigarrillo en los labios, se mezcló entre la comunidad que lo
respetaba.
En
la barra, con una copa del mejor whisky, daba las últimas caladas sin perder
detalle de las personas que había y las cuales venían en busca de desatar sus
más fervientes fantasías.
Lucía
era la chica de la limpieza y la única que no tenía nada que ver con aquel
mundo. El Amo Hi Zas tenía cierta obsesión con aquella belleza colombiana que
se ganaba la vida honradamente. Era nueva en el local y llevaba dos fines de
semana observándola. La única conclusión que sacó en claro fue que no era como
las demás chicas que regentaban el lugar. Lucía tenía una luz especial, quería
saber si en su alma había algo de oscuridad. No podía someter a una mujer si
esta no estaba hecha de luces y sombras.
Decidido
averiguarlo, cruzó la sala y se internó en los pasillos del Club en busca de
Lucía. La joven se encontraba en una habitación privada donde se cambiaba, su
turno había terminado y todos los cuartos de juego estaban limpios para ser
ensuciados con fluidos de placer.
Hi
Zas invadió su espacio y la acorraló contra la pared, posó las manos a cada
lado de su rostro y la miró fijamente. Lucía gimió al verse atrapada en aquella
mirada color caramelo, no era boba y sabía muy bien a que se dedicaban, estas
personas, en aquel lugar; pues ella limpiaba cada rastro de sus deseos.
El
Amo, sacó la lengua y lamió parte de su mejilla, quería probar a que sabía su
obsesión. La joven respiró con dificultad por culpa de la excitación, su sexo
se había humedecido. Hi Zas metió la mano debajo de su bata y tocó la humedad
de las bragas, sonrió al encontrarse ese premio. Deslizó la prenda a un lado y
con una caricia suave recogió la miel de su sexo. Subió la mano y le metió dos
dedos en la boca. Lucía probó su propio dulzor.
―
Ven conmigo… ― susurró el Amo en su oído.
Lucía
asintió hipnotizada. Fueron hasta una habitación oscura, llena de juegos y con
una luz tenue.
―
Quítate la bata y ponte de rodillas en el suelo…
Tendría
paciencia con su obsesión, era una flor delicada que no tenía nada que ver con
su mundo de luces y sombras. Lucía obedeció y se arrodilló. Hi Zas, se llevó
una mano a la boca al ver la preciosidad de sus senos, eran como dos cántaros
de agua pura, redondos, turgentes y grandes. Rodeó a su preciosa sumisa y con
la yema de los dedos acarició la suavidad de su pelo.
―
Qué es lo que deseas… Lucía…
― A
ti… mi Señor…
Aquella
simple palabra, “Señor”, endureció a Hi Zas. Fue como fumar una buena hierba y
volar de placer. Se sentó en un banco de madera y con un gesto de la mano le
indicó que se acercara. Quería tocar aquel trasero de porcelana.
Lucía
ataviada con tan solo un tanga blanco se quedó quieta delante del Amo. Hi Zas,
la dobló sobre las rodillas teniendo un primer plano de su trasero. Deslizó el
tanga sobre la piel con cuidado y se lo dejó a mitad de los muslos. Abrió las
nalgas con las dos manos y acercó la nariz para oler su deseo. Observó
encantado su hinchada vagina, dos labios depilados con una rajita muy sabrosa y
sonrosada. Bajó la cabeza hasta deslizar la lengua entre los labios. Los ojos
se tornaron blancos, era exquisita y mejor que un buen vino añejo. Absorto,
besó las nalgas bronceadas y las acarició con un único deseo, azotarlas.
―
Si te duele, pedirás que me detenga con la palabra sombra.
Hi
Zas calentó las manos y le dio el primer golpe, su pene reventaba dentro del
pantalón, cada azote era una pulgada de placer. Volvió a la carga dejando pasar
unos segundos entre azote y azote. Lucía no hizo un solo ruido, creyó que no
aguantaría, que no le gustaría y lo único que sabía era que estaba experimentando
un placer desquiciante y satisfactorio.
Su
sexo fue el único que lloró aunque no eran lágrimas de dolor sino de gozo.
Tenía los labios vaginales perlados a fluidos. El Amo tuvo que quitarse el
pantalón, liberó su carne. Lucía sintió una suavidad en el estómago, saber que
era el pene del Amo la excitó todavía más.
Hi
Zas cogió una pequeña fusta de cuero y azotó el sexo de su obsesión hasta
ponerlo rojo y así hiciera juego con los del trasero. Marcada para ser
iniciada, se sintió orgulloso de la joven pues no se había quejado. Lo único
que faltaba era unir deseo, placer y pasión en un baile carnal.
Ató
a Lucia con grilletes a la pared, mirando al muro de ladrillo. Quería probar
una última cosa. Lubricó su ano con vaselina y le metió una cola de zorro, era
pequeña. La joven notó algo muy placentero y suave en su trasero. El Amo,
agarró su pene y poco a poco se hundió en el sexo de la joven. Esa fue la primera
vez que lo oyó gritar de placer. Sujeto a sus caderas, fue moviéndose hacia
delante y atrás. Tenía los músculos en tensión y la mente a rebosar de
endorfinas de lujuria. Los pezones de Lucia se rozaban con el ladrillo de la
pared y aquella caricia le provocaba más deseo.
―
Córrete Lucía, córrete conmigo…
Hi
Zas hizo un último verso de placer empujando con su carne hasta el fondo y como
si estuvieran conectados se dejaron ir, se vaciaron gruñendo y gimiendo. La
abrazó entre sus fuertes brazos y con cuidado la desató. Cayeron al suelo
entrelazando sus destino como Amo y Sumisa.
Katy Molina.
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