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Primera Parte del Viaje 
“El gran Viaje”



 ​“Cuenta la leyenda, que Abd al-Rahman se enamoró de al-Zarha, la bella muchacha con nombre de flor. Soñó con una hermosa ciudad donde se hacía realidad el placer, la belleza y la majestuosidad. El sueño se hizo realidad y en honor al amor que le tenía a la muchacha, pues era su favorita, le puso el nombre de Medina Azahara.”

Nací y crecí en Córdoba. Viví en un barrio familiar de casitas llamado la Colonia la Paz. A los diecinueve años, me quedé sola en la vida. Mis padres murieron en un accidente de tráfico en plena Sierra de Córdoba. Me quedé destrozada, sin familia, sin nada más en el mundo que mi eterna soledad. No me hundí, salí adelante como un ave Fénix resurgiendo de sus cenizas. Dediqué mi vida a los estudios. Estudié idiomas y a los veinticinco años tuve mi primer trabajo como guía turística en la ciudad más hermosa que jamás hayan contemplado mis ojos, estoy hablando de Medina Azahara.

Cuando era niña, mi madre me contaba la razón de por qué me llamó Azahara. Relataba su vivencia en el complejo arqueológico de Media Azahara; decía, que se quedó impresionada la primera vez que contempló la ciudad palatina, se enamoró de todo aquel conjunto histórico. Era tal su obsesión, por aquel lugar magnífico, que decidió llamarme en honor, a su amada ciudad, Azahara.

El día que empecé a trabajar en Medina Azahara me sentí afortunada porque era como tener una parte muy especial de mi difunta madre. La vida comenzó a sonreírme, todo era perfecto. Disfrutaba de aquellas rutas guiadas por la ciudad, contando una y otra vez, la historia de cómo se edificó su arquitectura, de cómo vivían, de su política, etc. Trascurrieron diez años trabajando en aquel conjunto histórico, fue un tiempo hermoso. Conocí a muchas personas de distintas nacionalidades, religiones y razas. Aprendí muchas cosas de cada una de ellas y aportaron a mi corazón maltrecho algo de paz.

Lo que nunca imaginé fue que viviría en primera persona los tiempos del califato de Abderramán III a mis treinta y cinco años de edad. Os voy a narrar como empecé mi aventura en el año 935 d. C. en la España musulmana, en la ciudad de Córdoba, una de las más avanzadas de Europa de aquella época.

¿Habéis oído hablar de los viajes en el tiempo?, yo solo en los cuentos de ciencia ficción. Algo importante estaba a punto de cambiar en el curso de mi historia.

Todo empezó una noche de verano muy calurosa en pleno agosto. Un nuevo proyecto surgía en Medina Azahara, las rutas nocturnas por el conjunto histórico. Había llegado el gran día, yo iba a ser la primera privilegiada en llevar a cabo la labor de guiar al primer grupo por la Medina Azahara más hermosa, no solo por la magia de la noche, sino que, las estrellas serían testigo del asombro de los turistas al descubrir la fabulosa historia que guardaban las piedras de la ciudad palatina.

Para la ocasión, me vestí con una túnica larga de color azulado que hacía juego con mis ojos azul cielo, herencia de mi padre. Para sentirme más en el papel de aquellas mujeres que pasearon por las calles en época califal, me coloqué en la cabeza un shayla. Es un velo largo y rectangular muy usado en los países del golfo Pérsico, con él se envuelve la cabeza y se pliega o fija en los hombros.

Recibí a un grupo de cordobeses ansiosos por ser los primeros en realizar esta experiencia. Para recrear ambiente, utilicé un candil para iluminar mis pasos y guiarlos a través de las calles empedradas.

Al final del recorrido quedaron satisfechos, había sido todo un éxito. Despedí a los visitantes en la entrada principal, algunos me elogiaron por el trabajo realizado. Más tranquila, después de tantos nervios, me quedé un rato más paseando por la ciudad de Medina Azahara. Era todo un privilegio caminar por sus calles en plena noche con la única compañía de los grillos. Justo en la estancia de las cocinas tropecé con un adoquín suelto.

Algo extraño ocurrió en mi interior, fue un flashback. Como un autómata me agaché para levantar el adoquín, en su interior encontré un trozo de papel antiguo. Lo cogí con cuidado, con temor a que se deshiciera en mis manos. El corazón me iba muy deprisa, creí haber descubierto algún secreto enterrado de aquella vieja ciudad. Al desdoblarlo, encontré una escritura conocida, era castellano y lo más curioso de todo, la caligrafía era muy parecida a la mía, por no decir, exacta. En el trozo de papel decía; “caminarás hasta el Gran Pórtico de cuatro arcos a las 00:30h de la madrugada del día 5 de agosto 2016. Te pondrás frente a los arcos y cuando quede unos segundos de la hora citada, cruzarás corriendo el arco central de herradura”.

Al principio, pensé, que era una broma de cualquier arqueólogo o turista que hubiera encontrado el adoquín suelto. Pero el papel decía lo contrarío, se notaba que era antiguo, casi se deshacía entre mis dedos y después estaba la caligrafía que tan parecida era a la mía. Aquello era muy extraño. Miré mi reloj, quedaban diez minutos para la hora citada en el papel.

Dudé durante unos segundos si seguir aquel juego infantil, pero la curiosidad y mi espíritu de aventura fueron determinantes para ir a la cita. Como rezaba en la escueta nota me coloqué frente al Gran Pórtico. Esperé impaciente hasta que faltaron unos segundos para la hora asignada. Entonces, como una niña con una gran sonrisa al saber que estaba haciendo algo sin sentido, corrí hasta cruzar el arco de herradura. Al atravesarlo, todo a mí alrededor se volvió negro y el mundo empezó a girar como un torbellino. Fue cuestión de segundos pero suficientes para darme cuenta que acababa de pasar algo insólito.

Me encontré de rodillas en el suelo. Todo estaba oscuro y en silencio. Abrí mis ojos hasta adaptarlos a la oscuridad de la noche y ahí fue cuando contemplé el mayor regalo que le pude hacer a mi vista. Era real como los primeros rayos de sol de la mañana o las estrellas fugaces surcando el cielo, me encontraba en Córdoba. La ciudad que yo conocía era distinta, muy parecida pero habían desaparecido las tiendas de suvenires, las cafeterías, los Hoteles elegantes del centro del casco histórico, etc.  Tenía que reconocer que me gustó más esa visión antigua de Córdoba que la nueva de nuestro tiempo. La belleza de sus calles era distinta, incluso el aire era diferente. Parecía que estuviera en una época muy antigua, y la verdad era que lo estaba. Una idea absurda vino a mi cabeza para explicar todo aquello y era que había viajado en el tiempo. Muchas veces escuché hablar a científicos del espacio tiempo, de portales que se abrían cada cierto período en distintos lugares del mundo. Aquel día comprobé que aquellos científicos locos tenían razón.

Un poco mareada me levanté del suelo. Arreglé mis ropas y giré a mi derecha para ver más ampliamente la ciudad. No esperaba encontrarme al primer ciudadano del califato de Córdoba. En las sombras se encontraba una mujer joven de ropajes parecidos a los míos con unos ojos que indicaban sorpresa. Intuí que tuvo que ser testigo de mi llegada. Me acerqué hasta ella muy despacio para no asustarla. Iba a preguntarle su nombre en castellano cuando recordé que aquella gente era de otro tiempo. Así que decidí hablarle en árabe pensando que me entendería. Sus ropajes indicaban que era musulmana. Acerté.

―Hola, me llamo Azahara. ¿Cómo te llamas?―pregunté con cautela. Me miró largo rato hasta que decidió hablar.

―Me llamo Fátima. ¿Eres un fantasma?

―No, soy tan real como tú, es complicado. Si me ayudas, te lo contaré todo sobre mí―la muchacha aceptó gratamente.

Me llevó hasta su humilde hogar. La casa era pequeña pero acogedora. Me indicó silencio con el dedo para no despertar a nadie y de puntillas fuimos hasta su dormitorio.

Allí pasé mi primera noche en la Córdoba Omeya de época musulmana. Aquella muchacha de nombre Fátima se convertiría en mi mejor amiga y aliada en la ciudad con mayor poder y esplendor de toda Europa. Esa noche hablamos largo y tendido, le confesé mi verdad y en ningún momento dudó de lo que le estaba contando. Descubrí, que eran los tiempos del califa Abderramán III. Me encontraba en el año 935d.c. solo faltaba un año para que el califa ordenara empezar con la construcción de Medina Azahara. Estaba emocionada porque vería como se iría levantando piedra a piedra aquella hermosa ciudad. Esa noche dormí como no hacía desde que murieron mis padres. Sentí paz en mi interior y supe, que acababa de empezar el viaje de Azahara, mi viaje.

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